Por ALONSO OJEDA AWAD
Con sobrada razón el refranero popular dice “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Esto se está comprobando con el absurdo comportamiento de la especie humana, que sin ningún tipo de consideración ha decidido, en forma suicida, atacar a muerte a la madre naturaleza que solo ha brindado protección y generosidad sin límites, en especial a la vida humana.
Es alarmante escuchar las voces angustiosas de los investigadores científicos que desde sus centros académicos manifiestan una y otra vez las perturbaciones que traerá para la vida en la Tierra las catastróficas consecuencias del Cambio Climático. Y en tal medida anuncian que pronto estarán abandonando sus centros de investigaciones científicas para lanzarse a la política activa, de modo que desde el poder estatal puedan impulsar y aprobar las leyes de protección al ambiente que tanto está requiriendo nuestra madre naturaleza.
Así es la dimensión de la gravedad. Los científicos han comprendido que ya se agotó el tiempo para las urgentes reformas que no han sido capaces de lograr las mediocres directivas de los partidos políticos, perdidos en la manigua de la burocracia y el interés exclusivo de sus beneficios personales. En el entretanto, la deforestación de la selva amazónica continúa sin ningún control efectivo por parte del gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil, acorralando de esta manera a las múltiples etnias indígenas que habitan desde los tiempos prehistóricos estos lugares, considerados por ellos mismos como “sagrados”.
En Colombia no se quedan atrás las prácticas de destrucción del medio ambiente. Sobre los departamentos de Guaviare, Vichada y Amazonas los depredadores se mueven “sin dios y sin ley”, imponiendo los códigos de la violencia, asesinando a los defensores de los DD. HH y defensores de la naturaleza que levantan sus voces para evitar tanta destrucción y corrupción.
La suerte que están corriendo las aguas de nuestros ríos en estas selvas, es realmente criminal. En la búsqueda desaforada por el oro, los traficantes de turno no dudan en usar grandes cantidades de mercurio, arsénico y otros elementos en la explotación inmisericorde del “oro maldito, estiércol del diablo”, envenenando nuestros ríos, ciénegas y lagos en esta forma, y causando la muerte a peces, animales y humanos. Esta patológica vocación humana por “polucionar”, “envenenar”, destruir nuestro medio ambiente se replica en los cuatro puntos cardinales.
Todo indica que ya es demasiado tarde para corregir el pésimo rumbo impuesto por la especie humana. Los casquetes polares, donde se reserva una inmensa cantidad de agua, se están derritiendo y el volumen de los océanos se incrementa de manera alarmante. Que no se nos haga extraño cuando ciudades emblemáticas como Nueva York comiencen a desaparecer bajo las aguas como resultado del cambio climático. Y lo mismo comience a ocurrir con nuestras hermosas ciudades del mar caribe. Ya en estos futuros tiempos y escenarios poco se podrá hacer ante el desastre.
¡Por favor, reaccionemos ahora!