La clase de anatomía

Por FREDDY SÁNCHEZ CABALLERO

Las lecciones de dibujo en la Universidad Nacional solían tener una motivación especial, un halo misterioso, un ingrediente de excitación diferente al resto. Era como pertenecer a una cofradía secreta en la que una virgen desnuda estaba a punto de ser sacrificada ante nuestros ojos. Las clases se hacían con modelos en vivo, y su objetivo era formarnos una memoria sensorial en torno a la figura humana, considerada el eje central de nuestro quehacer plástico y de toda la historia del arte universal. En su recorrido nos remontábamos a la Grecia clásica, Fidias, Praxíteles, Policleto, nos trasladábamos a la Florencia de Miguel Ángel o Leonardo, a su búsqueda subrepticia por la perfección, en cementerios o anfiteatros. En esta clase en particular encontrábamos cierta analogía con “la lección de anatomía” de Rembrandt, en la que un grupo de aprendices o curiosos observan sorprendidos la disección de un cadáver, realizada por el famoso anatomista Nicolaes Tulp, que a su vez seguía los controvertidos tratados anatómicos de Vesalio.

La escena era barroca. Las ventanas del taller fueron clausuradas con cortinas negras para evitar a los fisgones. Una atmósfera tenebrista lo invadía todo. La expresión circunspecta del maestro, nuestros rostros perplejos, la modelo en el centro y los caballetes dispuestos en un círculo bastante cerrado para no perder detalle y revestir el acto con un aire intimista. Los martes de 9 a 12 el universo parecía concentrarse en ese pequeño espacio donde mansamente solo habitaba ella. El mundo se había creado para ese momento y toda la historia del arte había valido la pena solo por ese instante. Las luces del taller se apagaban y un vórtice mágico se regodeaba pálido sobre su imagen de fuego, de hechicera andina, de virgen del sol. El suspenso nos impedía parpadear y el carboncillo temblaba en nuestras manos. A sus pies, una lámpara se encendía abruptamente y desde la oscuridad emergían trozos de piel o volúmenes tan incomprensibles, que parecían abstractos fragmentos cósmicos: el trozo de una pierna, las ondulaciones de la espalda, un borde de cadera, un hombro, un seno…  Pero contrario al Rigor Mortis que aún se evidencia en el criminal que sirvió de modelo al Doctor Tulp y simultáneamente a Rembrandt, cada parte que se iluminaba ante nuestros ojos parecía respirar con vida propia y observarnos desde la oscuridad como un animal al acecho.  

—Toda sinuosidad hay que tratarla con sutileza—, decía el viejo maestro. —No podemos usar la misma línea rígida y dura para cada cosa; existen leves alteraciones en el comportamiento de las formas que nuestros sentidos y manos deben ser capaces de captar y registrar, como la aguja de un tocadiscos interpreta la melodía sobre el acetato. Cada destello de luz representa un plano que se acerca o se aleja, una variación en la postura, una concavidad que se desvanece o se corta en escorzo.  Acérquense sin miedo a esta criatura, siéntanla, sumérjanse en los ocultos desafíos de su piel. Usen todos sus sentidos. Para empezar, cierren sus ojos un instante, vislumbren la imagen en su mente, redefinan, corrijan, moldeen y déjense poseer de la energía que la rodea: vibren. Comparen a la manera griega la palma de su mano con su rostro, sus extremidades, sus hombros, sus caderas, y comprobarán que cada una de sus formas no son tan solo una particularidad con nombre anatómico. Desde las uñas hasta la raíz del pelo, cada célula está regida por un principio y obedece a una causa. Cada uno de nuestros músculos se guía por nuestros impulsos y actos. Cada alteración formal representa una experiencia, una fuerza, una determinación. Así como el color de algunas mariposas depende del comportamiento de la luz sobre sus alas, o los flamencos encuentran su color rosado en los crustáceos de los que se alimenta, nuestro cuerpo está hecho de las energías buenas o malas que movemos, de lo que leemos, de lo que hacemos, de lo que sentimos, de lo que amamos y odiamos. Todas las angustias, todas las alegrías, todas las experiencias vividas se reflejan en él. Observen a nuestra modelo, su piel es un libro abierto que hay que aprender a leer centímetro a centímetro como un alfabeto braille.

«Cierren sus ojos un instante, vislumbren la imagen en su mente, redefinan, corrijan, moldeen y déjense poseer de la energía que la rodea: vibren». Dibujos del autor del cuento.

—Veámoslo en la práctica—, insistió el maestro. —Necesito otra chica con el mismo biotipo y las mismas características físicas. Hizo un paneo rápido con mirada inquisitiva y se detuvo en una de las estudiantes, —tú que tanto te pareces a nuestra modelo y que tienes casi su misma edad y estatura, ¿quieres despojarte de tu timidez y posar para nosotros?… (Después de un instante de vacilación la muchacha accedió, conservando su ropa interior). —Observemos detenidamente las disparidades entre una y otra—, siguió diciendo el maestro, una vez dispuestos los reflectores hacia las dos muchachas. —Es claro que ambas provienen de un entorno urbano y han vivido sus aproximados 20 años en la ciudad sin muchos sobresaltos; no obstante, si escrutamos bien, de abajo hacia arriba, sus diferencias son evidentes:

  1. Agudizando los sentidos y la percepción, notamos que la modelo tiene el dedo gordo del pie más aplanado y sus tendones son más obvios. Nuestra estudiante, al contrario, tiene sus dedos y pies más redondeados.
  2. La modelo tiene los tobillos más finos y delgados que la estudiante.
  3. Las pantorrillas y rodillas de la estudiante están menos desbastadas, escultóricamente hablando, menos definidas.
  4. Los muslos de la modelo son más atléticos y tienden a engrosarse en la pared externa a medida que van subiendo, aunque en su pared interior se nota una leve concavidad. Bien observado, la estudiante conserva una línea recta y un torneado uniforme hasta las caderas.
  5. La brecha entre muslos es abiertamente más pronunciada en la modelo que en la estudiante, así tengan las rodillas juntas. Si miramos detenidamente, la estudiante apenas si permite un rayo de luz en el triángulo formado entre la parte interna de sus piernas y su sexo. La modelo, en cambio, tiene un espacio superior a tres dedos, lo que los norteamericanos llaman “Thigh gap”, enmarcado entre la línea inferior de su pubis y sus muslos hasta el desvanecimiento en las rodillas, característica que entre las modelos de marca ha sido causante de no pocos desórdenes alimenticios, desde que Twiggy con sus extremidades largas y flacas lo estereotipó en la década del 60, como un ideal de belleza deseable.
  6. Si les damos vuelta, notaremos que la piel de la modelo está más adherida a la cara pélvica que rodea el coxis, dando una forma ponderada a los glúteos, redefiniendo el monte de venus hacia el frente. La estudiante conserva aún un tejido adiposo mesurado y redondeado.
  7. La pared abdominal inferior es plana en ambas todavía, pero sin movimientos bruscos en nuestra amiga. Si bien la cintura es más estrecha en la modelo, sus caderas son más específicas, aparentemente más anchas, y su hueso pélvico se acentúa con énfasis.
  8. La talla de los senos en las dos es similar, pero en la modelo comienzan a ceder levemente a la influencia de la gravedad, y aunque el sostén que usa la estudiante puede llevarnos a engaños, cabe pensar que aún están completamente erguidos.
  9. Los tendones y músculos del cuello en la modelo son más finos y pronunciados que en la estudiante, haciéndolo parecer más largo.
  10. Si observamos con detenimiento, las mejillas de nuestra modelo se antojan más anguladas y sus mandíbulas más delineadas, con carácter. El rubor en la estudiante nos habla de su pudor y evoca la lozanía redondeada de una manzana que aún no ha sido mordida.
  11. El tabique en la modelo es mucho más enfático que en la estudiante. Aunque en ello va gran parte de su genética, es creíble que, en poco tiempo, nuestra compañera tendrá una nariz más aguileña y perfilada.
  12. Tampoco vemos rastros de acné en la piel seca de la modelo, quizá sus leves ojeras nos hablen de insomnios, de angustias, o de una agitada vida nocturna. Pero es claro que nuestra compañera estudiante aún vive con sus padres, no conserva huellas de su pasado y pese a su figura esbelta, no practica ningún deporte extremo.   

El cuerpo humano no solo obedece a su desarrollo hormonal o a su genética, también es un receptor, un espejo de su comportamiento. La diferencia pues, entre una y otra está en sus hábitos, en sus condiciones de vida, en sus experiencias individuales, en la forma como cada una de ellas se ha enfrentado al mundo—, concluyó.

Quise poner en práctica lo aprendido. Contemplé unos instantes la desnudez de la modelo tratando de retener sus formas caprichosas. Recorrí el movimiento perfecto de sus líneas y emprendí un esbozo mental, encuadrándola en un espacio geométrico. Era un ángel caído, su alegoría debía construir una prisión imaginaria de donde esa musa fantástica no pudiera escapar. No tenía mucho tiempo; las poses eran de tiempo reducido. Tracé líneas rectas desde sus pies hasta sus codos angulosos, de sus caderas a los hombros; detallé el contorno de sus omoplatos para descartar un hipotético rastro de alas. Me detuve en la concavidad de su pecho de forma majadera, recordé que Renoir decía deber su pasión por el arte a la sensualidad de los senos de las muchachas. No tuve que hacer mucho esfuerzo para entenderlo. Ascendí lentamente por el cuello atado a las hebras de su cabello despeinado, me abandoné a ese perfil en sombras, lo reconstruí en el recuerdo hasta que tropecé con su mirada perturbadora, inalterable… Era una cariátide desnuda, que con frecuencia optaba por un punto fijo en el taller para asegurar su inmovilidad. Hasta no cambiar de pose, yo perdí todo impulso creador, embrujado quizá, convertido en estatua de piedra. (F)

@FFscaballero

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