Por FREDDY SÁNCHEZ CABALLERO
Con la muerte de Desmond Tutu, defensor de los derechos humanos y activista contra el régimen de segregación racial del Apartheid en Sudáfrica, se cierra un capítulo más de esa infamia, pero nos queda una de las frases más contundentes en la lucha contra la indiferencia: “Quien se declara neutral ante la injusticia, ha elegido el bando del opresor”.
La historia pone en posición de privilegio a los pueblos que, aunque derrotados en el campo de batalla, lucharon con arrojo por preservar su independencia, exigir sus derechos, y asegurar la supervivencia. Todos lloramos con la caída de Troya, o admiramos el heroísmo de los habitantes de Masada; otros fueron colonizados en silencio y nadie los recuerda. Su paso por la vida fue relegado al olvido: sus mujeres fueron violadas, los hombres asesinados, despojados de sus tierras y la ciudad arrasada. El tibio nunca ha ganado una batalla, porque teniendo alas teme volar y teniendo piernas prefiere arrastrarse, camuflarse en el bando de los vencedores con la esperanza de ser asimilado como uno de ellos. “Ojalá fueras frío o caliente, dice el apocalipsis 3:15-17, pero en cuanto eres tibio te vomitaré de mi boca. El tibio bíblico es el sepulcro blanqueado, el hipócrita, aquel que juzga a su prójimo y se da golpes de pecho, pero supera en impiedad a la prostituta; el que anuncia la limosna a los pobres con gran pompa, pero roba el erario público como un asaltante nocturno; aquel que justifica reformas e impuestos para la reactivación económica, y ve con negligencia que los multimillonarios guarden su fortuna en paraísos fiscales.
Nadie está exento de matices ideológicos, todos de alguna manera estamos permeados por el entorno político en que nos movemos. “Los que dicen no tomar partido, suelen ser los que más partido toman”, dice en reciente entrevista la galardonada periodista española María Esperanza Sánchez. Siempre es buen momento para hacer periodismo comprometido, enfatiza, igual ocurre con el arte o la literatura, no en vano gobiernos como el nuestro manejan listas negras con nombres de escritores indomables, ellos prefieren escritores neutros, que opten por la línea del medio, que no incomoden demasiado; artistas que censuren la inconveniencia de otros regímenes, pero cohonesten sus propias bellaquerías.
El blanco a decir de Kandinsky es la nada, lo inmóvil, el silencio; y esa simbología cromática aplica para el neutro. Hay quienes piensan que irse por el centro aprovechando la fuerza de la corriente o votar en blanco es una postura inteligente, no obstante, el voto en blanco no sirve de nada, no representa una opción de cambio, es una pose egoísta, inútil, para tranquilizar la confortable conciencia de quienes la invocan. El votante en blanco no es un consumado imperturbable, posee una bien argumentada conciencia crítica, evita la desmesura y el desborde de sus pasiones, pero su independencia está aprisionada en sus propios límites, cercada con sus propios miedos, una emancipación estrecha que ha creado en torno a una forma de vida fiable, lejos de los extremos, pero siempre con el paraguas abierto por si acaso llueve.
No tomar posición para conservar independencia crítica es un autoengaño, y quizá una falsía. “Quien se declara neutral ante la injusticia ha elegido el bando del opresor”, oímos a lo lejos. El neutro es un individuo ambiguo, asustadizo, atento a cuanta conspiración parece intentar desestabilizarlo, o que de alguna manera represente una forma de cambio, para él hallar las pequeñas incongruencias que le permitan controvertirla y descartarla. Jamás ha habido tanta abstención en este país como cuando se decidió entre la guerra o la paz; entre la luz o la oscuridad ellos optaron por ser penumbra.
El hombre de centro, que llegado el momento de las decisiones representa al votante en blanco, no polariza, matiza, es dado a los eufemismos, habla pacito para no despertar a la fiera, para no herir susceptibilidades. Por un estado de letargo mental, ha ido perdiendo el sentido de identificar el momento exacto para tomar medidas rotundas y opta por lo conocido, sus constantes y fieles paños de agua tibia.
Una sociedad exitosa no se mide por su pasividad y su inacción frente a los desafíos. En estos tiempos, más que en ningún otro, el planeta entero es un campo de batalla contra la inequidad, la injusticia, o en pro del medio ambiente, y cada cual la libra en su pequeño reducto. Son momentos poco propicios para ser neutral, “Saber qué es lo correcto y no hacerlo es la mayor cobardía”, dice Confucio. En política, pocas cosas surgen por generación espontánea, lo vimos en Chile, ante un gobierno corrupto y violador de los derechos humanos, con la clase oligárquica más violenta, mezquina y avara del continente, -únicamente superada por la nuestra-, el hoy presidente salió a las calles, marchó junto a los suyos denunciando, exigiendo, exponiendo su propia piel, pese a los asesinatos, a las amenazas, porque un verdadero líder no puede tener pies de cobarde.
Igual que en Masada estamos al borde de un suicidio colectivo, hambreados, sedientos, pero a diferencia de ellos, no estamos sitiados por el ejército de un imperio enemigo, sino por nuestra insensatez, por nuestra cobardía.
Fervientemente espero que el espíritu revelador de Desmond Tutu nos posea. El pacifismo apolítico ni siquiera prosperó bajo los efectos de la droga en la época más recia del hipismo norteamericano. La no violencia activa que lideraron jóvenes como Bob Dylan se abrió campo en la conciencia alucinada de una sociedad conflictiva y con una guerra abierta ante Vietnam; igual ocurre hoy en Colombia, anestesiada por un modelo de gobierno perturbador, e inmersa en una guerra consigo misma:
“Ustedes, que se esconden tras los muros,
ustedes que se esconden detrás de los escritorios
solo quiero que sepan
que puedo verlos a través de sus máscaras” (F)
@FFscaballero
* Imagen de portada, tomada de Samariatimes.com