La cosecha de antivalores

Por PUNO ARDILA

Lamentablemente, estamos recogiendo la cosecha de antivalores que se han venido sembrando hace décadas, y estamos viendo cómo hay seres capaces de asesinar en su casa a un ciudadano por robarlo; cómo hay seres capaces de asesinar a una niña por robarle un celular.

Felipe Zarruk (@PipeZarruk) habló por nosotros: «Ver las lágrimas de mi señora esta madrugada mientras les preparaba el desayuno a nuestros hijos para irse al colegio me impresionó. No salimos de nuestra tristeza, rabia e indignación por el asesinato de la niña. Llegué al mundo hace 57 años, ¡pero esta no es la ciudad donde nací!».

Yo no soy bumangués, pero esta ciudad me acogió desde niño, y conquistó mi corazón, por su belleza, pero más por la amabilidad de su gente. Por eso fue llamada “la Ciudad Cordial de Colombia”, aunque después, por varias razones, le han cambiado esta aposición. Yo siempre he dicho que esa designación se debió a que los bumangueses han sido malos para dar direcciones, así que, después de explicaciones infructuosas, apoyadas siempre en algún punto en particular (casi siempre: «Usted llega a Cremas, y de ahí sube cuadra y media…»), el bumangués terminaba llevando al turista hasta su destino, y, encima de todo, le ayudaba con su equipaje. «¿Propina?, ¿cómo se le ocurre?».

Tampoco es la ciudad que yo conocí, y tampoco vive aquí el tipo de personas que yo conocí; aunque todavía las hay, por supuesto, pero es una población muy reducida en porcentaje frente a tantos extraños, frente a tantas personas a la defensiva, a tantos dispuestos a responder con gritos y vulgaridades o golpes por el solo hecho de preguntarles.

Vi a un muchacho humilde, en una moto desvencijada, que estrelló a alguien, y se bajó a pedir disculpas y a pagar por el daño. La “gente de bien” pasaba de largo, y le gritaban que se fugara, que no respondiera, que nadie lo obligaría a pagar.

Muchos, si el accidente es grave, o es pelea, o lo que sea, se detienen a curiosear y a grabar en su celular el combate, o la sangre, o el muerto. Unos minutos después lo habrán olvidado.

Estos hechos ocurren en todo el país, y mucha gente se indigna, ¡claro!, como que la gente teme porque el crimen puede acercarse demasiado a sus seres queridos. La indignación aparece —repito—, y la vida continúa como ha venido transcurriendo; pero no se actúa contra este mal. Y no se trata de alcanzar al delincuente y lincharlo, ni que sea apresado y soltado al otro día, o apresado y condenado a entrenarse en la cárcel para afinar sus dotes delincuenciales. El problema es más profundo; el problema se refiere a nuestra sociedad enferma, inculta, maleducada; el problema está en la formación de los ciudadanos colombianos, sin capacidad de lectura, sin capacidad de raciocinio, acostumbrados a pensar con el estómago y entrenados por redes sociales y adoctrinados por Olímpica Estéreo.

Todo eso que el Estado colombiano ha sembrado, para mal, cuya labor intensa y cuidadosa ha eludido irresponsablemente, y que ha dejado en cambio en manos de una sociedad al garete y de gobernantes y funcionarios ignorantes, ha comenzado a producir sus frutos negros. Y no, este cultivo del mal no se arranca con perseguir delincuentes y lincharlos, ni con bloquear vías para que se note la indignación: aunque tarde, es preciso e imprescindible reflexionar acerca de lo que hacemos como sociedad y comenzar un camino de sanación y reconocimiento, a ver si todavía tenemos esperanza.

@PunoArdila

(Ampliado de Vanguardia)

* Imagen de portada, tomada de laopinion.com.co

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