La cuarta revolución industrial no existe

Por JORGE SENIOR

No hay que tragar entero ese discurso de Klaus Schwab y el Foro Económico Mundial sobre una supuesta “cuarta revolución industrial”. Eso es propaganda de la política económica que alientan, siguiendo la estrategia alemana denominada “Industria 4.0”. No son los políticos ni los periodistas, sino los historiadores, los que determinan la periodización del relato humano. Recordemos lo que pasó después de la segunda guerra mundial.

Cuando estallaron las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki, muchos anunciaron una nueva época en la historia de la humanidad. La prensa la llamó Era Atómica. Pocos años después se construyeron las bombas H, que eran de fusión, más potentes y se colocaban en misiles transcontinentales. Desde entonces el mundo ha vivido bajo amenaza de guerra nuclear apocalíptica. Afortunadamente ese cataclismo no ha sucedido, y hasta ahora la humanidad ha sobrevivido a su propia capacidad destructiva. Los arsenales nucleares han disminuido, la carrera armamentista se ha distensionado, por lo que actualmente poco se habla del asunto y las nuevas generaciones no se preocupan por una amenaza que no ha desaparecido en absoluto.

Paralelamente al desarrollo militar, ‘Ike’ Eisenhower proclamó en 1953 los “átomos para la paz”. La tecnología basada en la energía desconfinada del núcleo de los átomos fue aprovechada en medicina y para generar electricidad. A los jóvenes que se criaron viendo a Los Simpsons les preocupa más este uso pacífico y creen que la energía nuclear es perjudicial. Movimientos ambientalistas, con mucho romanticismo y poca ciencia, se opusieron al crecimiento de esta fuente de energía debido a tres accidentes que causaron algunos estragos en la URSS, EE.UU. y Japón. Sin embargo, tales efectos negativos son mucho menores que los producidos por los combustibles fósiles. El freno a esta solución energética no mejoró el ambiente, por el contrario, lo empeoró, agravando el calentamiento global. Ese grave error de visión lo cometió Alemania, país que acaba de clausurar sus últimas plantas nucleares y con el cierre del grifo de gas ruso por factores geopolíticos ahora se enfrenta a un cuello de botella en su matriz energética. Francia no cometió ese error.

Ojalá la tecnología nuclear tenga su segunda oportunidad, pues resulta apropiada para enfrentar la crisis climática. En todo caso, a estas alturas ya quedó claro que la “era átomica” fue hongo de un día. El concepto alcanzó a llegar a los textos colegiales en los años 60, pero luego desapareció. Ya nadie lo utiliza.

Apenas habían pasado algunos años de la tal “era atómica”, cuando el bip bip del Sputnik anunció el surgimiento de un nuevo frente tecnológico y otra competencia entre las dos superpotencias: la carrera espacial. La prensa enseguida proclamó la Era Espacial. Hollywood empeliculó al público con “la conquista del espacio”, mientras los programas de ciencia ficción ponían a soñar a los televidentes con viajes a las estrellas. Los Estados Unidos se gastaron una fortuna colosal para llevar hombres a la Luna sin una verdadera razón científica para ello, sólo por ganar el duelo geopolítico propagandístico.  A la postre, de la era espacial sólo quedó la tecnología de telecomunicaciones por satélite, el GPS, el monitoreo del planeta desde la órbita baja y la exploración robótica del Sistema Solar. El mundo se convirtió en aldea global, pero allí también incidieron los cables submarinos que recibieron mucha menos publicidad. Parece que hay unas tecnologías más carismáticas que otras.

De todos modos, como plantea Mariana Mazzucato con su mirada keynesiana, el programa Apolo jugó un papel dinamizador en la economía norteamericana. Ahora Estados Unidos, en nueva competencia geopolítica con China, quiere repetir la fórmula. La motivación política del público que paga impuestos la obtienen de la ideología de la corrección política, pues en esta reedición de la “gran aventura épica”, los protagonistas del retorno a la Luna no serán varones blancos occidentales, presumiblemente cristianos y heterosexuales, sino una tripulación incluyente variopinta, como pago de una deuda simbólica (ver crítica). Simultáneamente han ido privatizando la industria espacial en un giro que no sabemos a dónde nos llevará. No sé si éstas jugaditas les darán resultado, pero lo cierto es que ya nadie habla de la “era espacial”.

Mientras se hacía tanta bulla con la era atómica y la era espacial, otras revoluciones tecnológicas tenían lugar con un perfil mucho más bajo, pero con un impacto mucho mayor. Por ejemplo la revolución logística de los contenedores y los megabarcos transformó el comercio mundial, potenció la globalización y, por ende, también obligó a las economías nacionales a adaptarse. La logística brindó la base tecnológica al neoliberalismo. La aeroindustria jugó en ese mismo equipo y creció exponencialmente.

La revolución verde, la incipiente biotecnología y la maquinaria agrícola vaciaron de gente las zonas rurales en muchos países, agigantando las ciudades. Y arrasando selvas dieron un vuelco a la composición de la biomasa en el planeta y aceleraron la superpoblación. El perfil epidemiológico pasó del énfasis en enfermedades carenciales a las enfermedades crónicas propias de las sociedades de la abundancia. El exceso de calorías se volvió una amenaza.

La frase más estúpida del siglo XX la pronunció el presidente de la Digital Equipment Corporation, Ken Olsen: “no hay ninguna razón para que cualquier persona pueda tener un computador en su casa”. La dijo en 1977, justo cuando empezaba la revolución digital que cambiaría todo. La denominación Era Digital ha hecho mucho menos ruido que la atómica y la espacial, pero su alcance y vigencia ha sido inmensamente superior. De la mano de la ley de Moore la computación se masificó, invadió todos los espacios y se intercomunicó con internet y teléfonos móviles, transformando no sólo la economía, sino además la propia vida social de los humanos.

La frase de Olsen sólo es estúpida porque la miramos retrospectivamente. La historia de la tecnología está llena de frases erráticas sobre la visión de futuro. Por algo la futurología no es una ciencia y la prospectiva es sumamente limitada más allá de un horizonte de 10 años. Ahora en el siglo XXI tenemos computación cuántica, inteligencia artificial, IoT, CRISPR y yo me voy a meter en un lío escribiendo la próxima columna sobre estas nuevas tecnologías de la tercera revolución industrial y su posible impacto para la humanidad.

@jsenior2020

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