Por SANDRA GARCÍA
En días recientes recordé un cortometraje animado de Steve Cutts titulado «Happiness», que expone la sociedad de consumo y su relación directa con lo que llamamos “felicidad”, esa supuesta sensación gozosa y plena que estamos “obligados” a vivir los humanos, incluso en situaciones tan complejas como una pandemia.
En una sociedad consumista existen estafadores del positivismo: creyentes de todo tipo promueven una vida eterna y feliz, coach emocionales y económicos supuestamente resuelven vidas irresueltas (valga la redundancia), ciertos psicólogos hacen análisis capitalistas de la tristeza, los emprendedores condenan al pobre, algunos medios y redes sociales muestran las inalcanzables posibilidades de “ser feliz”, la reprensión violenta del Estado detiene o apalea al inconforme, y en este contexto aparecen demagogos como Sergio Fajardo con un hashtag ídem, #SePuede, que no especifica qué se puede ni quién puede.
El sistema nos enseña que debemos alejarnos de lo que no produzca felicidad, eliminar lo que no da comodidad o placer, “suprimiendo todo el dolor, el miedo, la oscuridad”, terminando incluso con las relaciones interpersonales y creando como resultado humanos indolentes, egoístas que solo buscan su narcisista “plenitud”.
Pensadores contemporáneos como Byung chul Han hablan de la violencia de lo positivo, un autocontrol sistemático que nos enferma de positivismo, donde la hiperactividad y el rendimiento conduce a enfermedades mentales como la depresión, la bipolaridad, etc. Nuestras propias emociones se convierten en enemigas, no hay un espacio para tolerar el vacío y mucho menos para la contemplación: si no cumples ciertas “metas”, te califican como un depresivo y fracasado. Un control que lleva a las sociedades a un cansancio y agotamiento que destruye toda comunidad.
Aldous Huxley en Un Mundo Feliz habla de la distracción y el entretenimiento como la constante gratificación en un estado permanente de «seguridad y felicidad”, que nos hace pensar que somos partes de un mecanismo donde la tristeza debe ser eliminada o medicada, sacrificando belleza y verdad. Al estar expuestos a tanta sobreinformación, eliminamos el silencio y el tiempo necesarios para llegar a un estado contemplativo.
Enfrentar las emociones y vivirlas es la recomendación de Jiddu krishnamurti, quien cree que hasta la confusión y la miseria nos permite percibir lo real, lo verdaderamente real, como una manera contemplativa de encontrar la verdad y conocer la causa de nuestro sufrimiento: “la función del sufrimiento es sacudirnos y ver qué podemos aprender de ella”, destruyendo lo que es falso. Detener el tiempo se vuelve entonces necesario, “aburrirse se convierte en una virtud”. Y la misma rabia, un estado interior más profundo que la ira, nos invita a pensar.
La oscuridad es el “reflejo del inconsciente individual y colectivo”, es esa parte humana que conduce a la reflexión profunda y al cuestionamiento. Si queremos descubrir la causa recóndita de nuestro sufrimiento como sociedad, debemos enfrentarnos a la belleza y el poder de la oscuridad, reconocer como sanas todas nuestras emociones, el dolor, la tristeza, la rabia. Solo un estado contemplativo nos permite descubrir la verdad, destruir lo falso y romper con la dictadura de la felicidad.
Ante el dolor de la violencia social y la confusión colectiva que vivimos a diario, no sobra preguntarnos si la exageración del positivismo se convirtió en cómodo escape de una realidad cruel, que no queremos afrontar y que tapamos en busca de una falsa autosatisfacción: “Colombia, el país más feliz del mundo”.