Por JORGE SENIOR
Cuenta un amigo que uno de sus hijos le preguntó: “papá, ¿cómo era vivir en los 80?”. Ni corto ni perezoso mi amigo les decomisó los celulares, apagó el WiFi, guardó con llave el portátil y la tablet y les prohibió a sus atónitos vástagos que vieran canales distintos a los nacionales. La experiencia duró 24 horas y casi deja traumatizados a esos niños. No faltará quien diga que se trató de un caso de abuso infantil.
Hace más de un siglo que la bombilla de Edison dio paso al diodo de Fleming y éste al triodo de De Forest. Así nació la electrónica. En la posguerra vendría el transistor de Baarden, Brattain y Shockley. Así nació la electrónica de estado sólido. Luego vino el microchip de Noyce y Kilby. Así nació la revolución digital. Ni era atómica ni era espacial, lo que tuvimos fue era digital. El ranking de las mayores empresas se vio revolcado drásticamente después de 1975, la revolución digital estaba en marcha. Primero fue el hardware, pero luego el software se impuso, el imperio del algoritmo.
El mundo cambió, pero la educación no. Ni los docentes, ni las instituciones ni las políticas educativas se transformaron. Los estudiantes sí, pero en dirección equivocada, a pesar de ser nativos digitales. Hablo de la gran masa escolar, no del 1% de excelencia o el 10% superior. Se proclamó la sociedad de la información y luego la sociedad del conocimiento, pero lo que se obtuvo fue una superautopista de la desinformación y una sociedad del entretenimiento. Hoy cargamos en el bolsillo, a unos clics de distancia, la mayor y mejor biblioteca que jamás haya existido, mil veces superior a lo que eran las exclusivas bibliotecas de las mejores universidades del mundo hace apenas 30 años. Pero ese tesoro de información está perdido y enterrado en una maraña de basura de todo tipo, rodeado de distractores capaces de engolosinar a cualquier niño o adulto. Y ni los estudiantes ni los docentes actuales tienen en su poder el mapa del tesoro.
Como los hijos de mi amigo, no podemos vivir sin Internet. Pero, ¿para qué lo usamos? Tenemos el saber acumulado de la humanidad a nuestro alcance, no obstante lo usamos para otras cosas, incluidos el copipega o plagio y la alienación adictiva a las redes sociales y el entretenimiento. Al hacerlo, optamos por la ignorancia de manera voluntaria.
En columna anterior titulada El fracaso de la pedagogía cuestioné los posgrados en educación por su ineficacia para mejorar la calidad de la educación básica y media. En su columna de esta semana en El Espectador, Julián de Zubiría reconoce esa realidad y lanza tres propuestas, señalando en la tercera que “nunca vamos a consolidar la lectura crítica de los estudiantes si estas competencias no se convierten en una tarea esencial en la formación de los docentes”, refiriéndose a “la competencia argumentativa, el razonamiento númerico y la lectura crítica”. Coincido, pero creo que se queda corto. Primero, esas tres competencias deben integrarse como pensamiento crítico y abstracto que incluye la lógica, la actitud científica, la detección de sesgos y falacias.
En segundo término debe complementarse con lectura en inglés, cultura o cosmovisión científica y un entrenamiento específico a fondo en el aprovechamiento eficaz del recurso cuasi-infinito de internet (manejar el mapa del tesoro). En tercer lugar, hay que convertir a la autodidáctica en la capacidad fundamental del ciudadano del siglo XXI que tiene todo el conocimiento a su alcance, único antídoto contra la ignorancia voluntaria. Todos esos aspectos deben servir para replantear el currículo, tanto de los posgrados en educación como de la educación básica y media.
La cultura o cosmovisión científica en la educación era el proyecto de la Ilustración como fundamento para la democracia, pero fue abandonado en el curso del siglo XX, cuando hasta las élites más liberales dejaron de concebir la educación como emancipadora y se plegaron a la visión confesional y religiosa de las élites conservadoras. Un modo novedoso de cultivar la concepción científica del mundo y reintegrar el currículo fragmentado es mediante cursos y proyectos formativos con el enfoque Big History o Gran Historia. Ya en Colombia hemos empezado a realizar este tipo de formación, una innovación pedagógica que goza de amplia trayectoria en el mundo anglosajón como puede verse aquí.
El problema de hoy no es la carencia de información, sino su exceso y mala calidad. El aprovechamiento eficaz del Internet en el proceso de enseñanza – aprendizaje exige un buen entrenamiento en estrategias de búsqueda y una aplicación particular del pensamiento crítico, consistente en aprender a filtrar la información de calidad frente a la avalancha de fake news, teorías conspiranoicas, cámaras de eco y cadenas de propaganda, manipulaciones y errores. Incluso debe pensarse en dotar al sistema educativo de herramientas de protección frente a la desinformación.
El punto es que todo docente debe convertirse en experto en el aprovechamiento de los mejores recursos que brinda el Internet en su área y mantenerse actualizado. Internet ofrece un potencial maravilloso para el cultivo del intelecto, pero se ha convertido en un factor de distracción, distorsión y nicho de realidades paralelas para lelos. La respuesta a tamaño desafío puede estar en una educación enfocada a la formación de docentes, estudiantes y ciudadanos autodidactas, a ver si así evitamos que la era digital sea la era de la ignorancia voluntaria.