Por PAME ROSALES
Hay una escena en la película Donnie Brasco en la que los dos protagonistas, el agente encubierto del FBI y su mentor en la mafia, intercambian presentes de Navidad. Ambos aguinaldos resultan ser sobres que contienen sendos fajos de dólares, y sin embargo padrino y protegido se funden en un emocionado abrazo de agradecimiento mutuo. Eso que es, a la larga, lo que sucede en todas las celebraciones de Nochebuena, también es lo que pasa en Barranquilla cada vez que el alcalde de turno homenajea con un monumento a la cantante Shakira (¿van dos, tres?), quien a su vez cada tanto obsequia a la ciudad no sólo con un colegio para niños pobres (¿van tres, cuatro?), sino con una nueva mención en alguna de esas canciones que le dan la vuelta al mundo en menos de 24 horas.
Por supuesto que en teoría resultaría más práctico que el Distrito invirtiera en educación lo que destina a encargar enormes estatuas de bronce, pero tal cosa sería como que cada 25 de diciembre los hijos se compraran sus propios teléfonos inteligentes, los padres sus propios pares de medias, y todos pasaran directamente a la mesa para dar buena cuenta del pavo, junto a un arbolito vacío de regalos. Algunos simbolismos cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos siguen siendo importantes en su fondo para la especie humana, a pesar de los descreídos mercantilistas y mundanos tiempos que corren.
Por otro lado, el hecho de que el homenaje se lleve a cabo mientras Shakira está viva todavía, y con unas cuatro décadas potenciales por delante, tampoco me parece un problema, como sí a muchos, porque aparte de que la ley colombiana no contempla ninguna prohibición al respecto, se da la circunstancia de que también ella ha realizado sus donativos en iguales circunstancias, a diferencia, por ejemplo, de los multimillonarios filántropos americanos, que legan sus fortunas de manera póstuma, cuando ya a ellos no les sirven para nada.
Ahora bien, en cuanto a la discusión sobre si esta nueva escultura, de faraónicas dimensiones, es arte o no, o si desde el punto de vista estético es aceptable o no, resulta difícil opinar, por al menos tres razones. La primera es la más obvia: hoy en día hasta un banano pegado a la pared con cinta de cerrar cajas es considerado arte. Y si, como afirmó alguien, el objeto de una buena obra no es ofrecer respuestas sino suscitar preguntas, habrá que esperar a ver qué interrogantes le origina la gigantesca Shakira a cada visitante del Gran Malecón del Río, donde fue ubicada. Y aunque se argumentara que un motivo popular, como lo es esta artista pop que está allí representada, sólo podría provocar preguntas populares -lo que no necesariamente es así-, aún nos quedaría por delante aquel irresoluble y viejo debate sobre los apocalípticos e integrados del que habló el fallecido Umberto Eco: ¿quién diablos, y con qué autoridad, tendría la última palabra en estas materias? La segunda razón, y si nos circunscribiéramos a los cánones clásicos, es porque nos tocaría definir con respecto a qué es o no es estética la colosal figura. Si la comparamos con el Rapto de Proserpina de Bernini, pues no pasaría de ser un adefesio digno de ser chatarrizado de inmediato.
Pero es casi que el David de Miguel Ángel si la ponemos frente a las deformes esculturas de las que han sido ‘víctimas’ en el mundo otros famosos, colombianos o no, y que parecen haber sido esculpidas por sus peores enemigos (pienso en Carlos Vives, en Martín Elías, en Radamel Falcao o incluso en Cristiano Ronaldo). Afirmé arriba que la primera razón era la más obvia, pero no, es esta, la tercera: y es que estamos hablando de Barranquilla, Colombia, no de Roma, ni de Florencia. Y, como se sabe, no se le pueden pedir peras al olmo. La inmensa efigie que ahora ‘mueve’ sus caderas a orillas del Magdalena es, para bien y para mal, lo mejor que han sido capaces de producir Yino Márquez y los 30 estudiantes de la Escuela Distrital de Artes que colaboraron en su elaboración.
Para cerrar, un detalle elocuente: no es casualidad que los botafuegos de siempre, y que se enfurecieron con la noticia del homenaje que nos ocupa, en este caso sean en su mayoría barranquilleros, como también lo es Shakira. Ya lo había notado García Márquez cuando, maravillado por la indiferencia con que lo trataba la gente del común cada vez que visitaba la ciudad («Ahí va el sapo de García Márquez», oía que murmuraban a su paso), manifestó: «En Barranquilla no hay prestigio que dure cinco minutos».
* Imagen de portada, tomada de la cuenta de X de @shakira