La falla estuvo en el origen

Por ENRIQUE OCHOA ANTICH*

Sostengo que a un régimen autoritario de partido-Estado sólo se le puede cambiar de dos maneras: o por la fuerza, para lo cual usted debe tener más pertrechos que él; o por la vía de un acuerdo, de un pacto que haga a los jerarcas de ese régimen parte de esa transformación que se busca. Me parece claro que la “estrategia del desafío” a que hemos hecho referencia en este artículo pertenece más a la primera que a la segunda… sólo que, al menos por lo pronto, sin los pertrechos. Como algún amigo solía decir acerca de la colisión entre la AN 2015 y Maduro, la oposición va a un choque de trenes pero sin tren.

Se cometió, a mi modo de ver, un error estratégico básico: creer que la ruta electoral “es” la ruta democrática cuando sólo es “componente de”. Esencial, sí, pero “componente de”. Al voto debe añadírsele el respeto hacia el adversario, su reconocimiento, la tolerancia y la disposición a un acuerdo, entre otros asuntos. La estrategia del desafío, pero acometida por la vía electoral, partía de la creencia de que bastaba con el voto para constreñir, para doblarle el brazo al régimen autoritario de partido-Estado. Era un juego “suma cero” y no uno “ganar ganar”. Faltaba otro componente de la ruta democrática: el acuerdo.

Esa estrategia se hizo patente con un episodio apenas iniciarse la campaña. Expresó la candidata inhabilitada en una torpe entrevista: “Maduro, ven pa’cá, yo lo que quiero es verte preso”. Es decir, a las indignas recompensas gringas y al juicio en la CPI, la candidata presidencial de la oposición agregaba la promesa de cárcel. Colocándolo entre la espada y la pared, se llevó a un régimen autoritario de partido-Estado, a debatirse entre sus pocos escrúpulos democráticos y el abismo. Como alguien señaló por estos días: “Maduro estaba condenado a ganar”. O ganaba o terminaba preso en EE. UU. Poco más o menos. Es en este contexto concreto, y no en uno abstracto, que se discute si hubo fraude o no. Vuelvo a decirlo: ética política, no “moral”.

Había otra estrategia

Si el sector extremista de la oposición llama “dictadura” a este régimen que yo llamo autoritario, y desafía y amenaza a sus capitostes, no puede esperar que se produzca de parte de éstos una reacción democrática. Por definición el chavismo está sostenido históricamente en “una tensión perenne entre democracia y totalitarismo” (1998/4F). “La estrategia del desafío no lo atrae a la democracia, sino que lo empuja a la tentación dictatorial.” Para conjurar este desplazamiento, la estrategia del desafío tiene hoy una sola posibilidad: que se produzca un quiebre militar. ¿Es posible? ¿No integra la Fuerza Armada esa especie de “corporación de intereses” en que ha devenido el chavismo? ¿Está compacto su Alto Mando alrededor de su comandante en jefe y del general Padrino? Son preguntas que los estrategas del desafío deben hacerse y responderse con la mano en el corazón. Y hay una última: ¿Puede acaso producirse una sublevación de “comacates” con alguna probabilidad de éxito? Confieso que no la veo probable (ni deseable, por sus imponderables consecuencias), pero, claro, sorpresas te da la vida. 

Sin embargo, había otra estrategia. Era la que encarnaba, por ejemplo, el nombre de Manuel Rosales. Escribí hasta el cansancio, sólo para ser anatematizado y vituperado por la jauría de la derecha extremista, que la oposición necesitaba un candidato que contase con la “aquiescencia” del gobierno. Algunos caricaturizaron esta idea como si se tratase de preguntarle a Maduro a quién quería él como contendor. Hay que ser bien necio y corto de miras para afirmar algo como esto. No, eso no. Dije fue que, a la hora de escoger a nuestro candidato, se pensara en alguien que pudiese dar seguridades y confianza a quien nada más y nada menos iba a ser desalojado del poder luego de 26 años ejerciéndolo. Pero se hizo exactamente lo contrario. Se postuló a quien más disonancia ocasionaba en el gobierno. ¡Qué tal! 

Esta estrategia de “cambio pactado” privilegiaba la persuasión y no la confrontación. Proponía un detallado acuerdo de transición democrática “previo” a los comicios. Y postulaba la necesidad de un “gobierno de unidad nacional”, chavismo incluido. La verdad es que, guste o no, a un régimen autoritario sólo se le transforma _con_ su participación y no _en su contra_. En política hay que aprender a tragar grueso. Esta _estrategia de la persuasión_ fue la que, imperfecta y fallidamente, intentó echar a andar Edmundo González no más llegar al país, procurando marcar distancia con el oposicionismo extremo, y dar confianza a los gobernantes. Como recordamos, EGU repudió las “sanciones” ilegales, rechazó la privatización de PDVSA, promovió la idea de reconciliación, se refirió a Maduro como presidente (lo que Machado jamás hizo), y llegó a sugerir la posibilidad de integrar a su eventual gobierno a individualidades del actual. Pero todo fue en vano. Otro liderazgo se impuso en su campaña electoral, convirtiéndolo a él en mero accesorio de ella. De esta suerte, la desconfianza del régimen autoritario se mantuvo intacta.  

Epílogo

Por esta tortuosa senda hemos llegado hasta aquí. Dije en el primer párrafo de este artículo que no me iba a referir al asunto concreto de si hubo fraude o no. Sólo testimonio que yo quisiera confiar en que, aunque sea agónicamente, gobierno y oposición, tal vez convocados por el Poder Electoral y el Poder Ciudadano, puedan sentarse cara a cara para hacer algo tan simple como “verificar las actas de los escrutinios y acordarse en un futuro de coexistencia y colaboración” entre ambos, a ver si es que los venezolanos somos capaces de salir de este atolladero histórico, político, económico, social, en que nos hemos metido.

Pero, observando las posturas de cada uno de los actores en el contexto que he intentado describir hasta aquí, dolorosamente debo reconocer que no soy optimista.

Creo que presenciaremos otra vez una estéril, infecunda conflagración que se saldará en vidas inocentes y en más pobreza y atraso para la nación. Ojalá me equivoque. Por mi parte, con el derecho de mis 70 años por cumplir y de medio siglo de honrada vida pública, desde la barricada de la única militancia que ejerzo: la militancia de la palabra, escrita y hablada, me sentaré en un banquito a esperar la resulta de esta nueva batalla. La literatura me será buena compañera. Que el vencedor, sea el que fuere, comprenda que ya es hora de abandonar pretensiones de dominación autoritaria sin el reconocimiento del otro.

Que los venezolanos de 30 y 40 a ambos lados sustituyan al viejo liderazgo, carcomido por el rencor, el odio y la desconfianza. Y que entre todos podamos emprender la mutación histórica que reclama nuestra Venezuela querida y apaleada: dejar de ser un gentío acaudillado por un o una mesías y convertirnos en ciudadanos libres, productivos y dueños soberanos de nuestro destino.

@E_OchoaAntich

* Enrique Ochoa Antich, político venezolano, fundador del Movimiento Al Socialismo Más.

Sobre el autor o autora

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