Por Thomas Wagner, fotógrafo y periodista alemán radicado en Colombia.
Vivo a dos cuadras de la calle que separa los barrios La Macarena y La Perseverancia. Es una de tantas fronteras invisibles de Bogotá. A mi lado viven actores famosos que aparecen en las telenovelas, al otro lado las cocineras que venden sus ‘corrientazos’ en la plaza de mercado.
En dos ocasiones me han intentado atracar en “La Perse”. Desde entonces evito incursionar. “Es caliente”, afirman los mismos vecinos. El pasado 7 de diciembre sí fui, porque las explosiones de pólvora que escuchaba, en todo caso, no me dejaban dormir.
Eran las 10 de la noche. En la Macarena las calles estaban desiertas. Con los ojos abiertos y la cámara en el bolso, crucé la frontera. El contraste no podría ser mayor. Cientos de velas alumbraban las calles en la Perse, vecinos conversaban y bebían en grupos. Habían puesto sus sillas en el asfalto. Las puertas de sus casas están abiertas. En los parlantes sonaba música salsa. La escena me hacía recordar un artículo que decía que la Perseverancia era un pueblo en medio de la ciudad.
Me acerqué a la calle 32, el epicentro de la acción. Jóvenes encendían voladores hacia las cuadras de arriba. Los más experimentados lograban hacerlos volar hasta dos cuadras por encima del suelo, dejando atrás una huella de fuego. Había que tener cuidado cuando los cohetes pasaban. No sorprendía que la calle estuviera sola, solo unos motorizados y taxistas arriesgados bajaban la pendiente a toda velocidad.
“Más arriba no vaya, es peligroso”, me dijo Oscar, un vecino y conocido mío. El hombre tenía una manguera en su mano que había sacado por la ventana del segundo piso de su casa. No había pasado un minuto cuando un volador explotó en la entrada de su casa. Un puñado de sus amigos se escondió adentro. Oscar apenas se reía y apagaba las chispas de la pólvora con el agua de la manguera.
Una sola llanta bajó rodando por la calle hasta la carrera quinta. “En los años anteriores la batalla campal era más cruda”, dijo Oscar. Los vecinos les echaban fuego a las llantas, llagaba el ESMAD con tanquetas a dispersar la gente. Pero esa noche ningún policía se dejó ver en el barrio. “Les dimos muy duro. Se cansaron”, dijo Oscar.
El origen de la guerra de pólvora en La Perse es incierto. Algunos dicen que viene de la época en la que el empresario alemán Leo Kopp hizo construir ahí el barrio para los obreros de su fábrica de cerveza Bavaria.
“En mi niñez ya hubo esta tradición”, dijo mi amigo Fernando, quien debía tener unos 30 años. Aún llevaba puesto el uniforme blanco de la carnicería que manejaba en la plaza de mercado. Su grupo salió corriendo y gritando por el impacto de un volador. Eran gritos de alegría. La pólvora transformaba al hombre Fernando en un niño feliz. El decidió lanzar un contraataque, con sus empleados de la carnicería. Subieron unos 20 metros por la plaza frente la iglesia hasta encontrar protección detrás un árbol, desde donde lanzan una serie de cohetes a los vecinos de arriba.
La guerra de pólvora continuó. Yo no esperé al final y me devolví a mi casa, más allá de la frontera invisible.