Por JORGE SENIOR
En 1929 el escritor Stefan Zweig publicó una semblanza biográfica de su autoría, dedicada a la vida de Joseph Fouché, un político francés que medró en las sombras de la revolución francesa, el imperio napoleónico y la restauración monárquica. El título del libro lo dice todo: Fouché, el genio tenebroso. Y un tenebroso genio maligno debió ser quien tejió la celada a la candidatura de Gustavo Petro, una verdadera jugada maestra -vil e inmoral- pero genial, hay que admitirlo al observar la filigrana con la cual fue tejido el entramado.
El tema del perdón, de fuerte raigambre cristiana, parece apropiado para la Semana Santa. No obstante, la forma en que llegó a la primera plana de la escena noticiosa fue verdaderamente sorprendente. Muy lejos de los ámbitos de la ética cristiana y de las reflexiones filosóficas, el concepto de perdón fue el epicentro de una jugarreta magistral craneada por algún Fouché colombiano (¿o será extranjero?).
Gustavo Petro, quien tiende a seguir una línea filosófica francesa, ha sustentado por más de una década la idea de perdón social en la deliberación pública, como lo evidencian sus trinos desde 2011 o sus debates en el Senado de la República. Es un concepto de estirpe cristiana defendido por filósofos europeos como Paul Ricoeur, Jacques Derrida o Manuel Reyes Mate. En Colombia el concepto fue difundido por el filósofo javeriano Guillermo Hoyos Vásquez, por ejemplo en este escrito. Se puede estar o no de acuerdo con esa idea, pero no se puede negar que se trata de un elaborado y refinado concepto de la filosofía moral a nivel mundial.
El perdón social, como lo dice su nombre, es social, no político ni jurídico. Es una decisión y un acto moral y cultural de toda una sociedad. No se impone por decreto ni pertenece a la competencia presidencial. Puede ir asociado o no a actos legislativos. No implica medidas de amnistía, indulto, rebaja de penas o ley de punto final.
En cierto sentido, la idea no es extraña para los colombianos. Durante más de un siglo la violencia de conservadores contra liberales y viceversa, desangró al país, generó centenares de miles de muertos y millones de víctimas. Pero tras el Pacto de Benidorm que configuró el Frente Nacional el perdón social entre liberales y conservadores se consolidó, pese a no haber verdad, ni justicia, ni reparación. Las razones de tal logro son complejas y no hay espacio para desarrollarlas aquí. También pareció darse en el caso del M-19, que al salir a la legalidad en 1990 fue recibido con los brazos abiertos por la sociedad civil (aunque su líder Carlos Pizarro fue asesinado) y llegó a ser la lista más votada a la Asamblea Nacional Constituyente. Sin embargo, no parece ser el caso con las FARC y los paramilitares.
Ahora vamos a la emboscada tendida contra el proceso del Pacto Histórico y Frente Amplio, en cabeza de su candidato. A diferencia de las elecciones de 1990, cuando mataron a tres candidatos presidenciales, en 2022 la derecha, dueña eterna del poder, ha preferido usar la astucia más que la fuerza (hasta ahora).
Alguien comparó este caso con la jugada del hacker Andrés Sepúlveda en 2014. Yo creo más bien que se asemeja al caso del inmolado Rodrigo Lara Bonilla, cuando fue ensuciado por los narcos con un cheque. Petro había sido advertido de que se tramaba desde las cárceles una infiltración de dinero y había lanzado la señal de alarma. También lo hizo María Jimena Duzán en una columna. Pero el genio tenebroso la tejió mucho más fina y superó las defensas. Tanto así, que Petro no se la pilló y cayó en la trampa con la misma ingenuidad de su hermano. Desde el informe de Ricardo Calderón en Caracol hasta la entrevista en La W, pasaron muchas horas. La respuesta de Petro en la entrevista fue un autogolazo, de una inocencia enternecedora, a tal punto que la jugarreta les salió a sus autores más exitosa de lo que esperaban.
El asunto lo fraguaron desde el 2 de marzo, con el abogado Pedro Niño como señuelo. Este señor es el abogado del matón Kiko Gómez, exgobernador de La Guajira por Cambio Radical y cercano al Ñeñe Hernández que ayudó a elegir a Duque. Buscaron el flanco débil, que no fue Piedad Córdoba como se esperaba, sino el hermano de Petro, Juan. Éste se encuentra vinculado a la ONG Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, una entidad con trayectoria de varias décadas e importantes premios internacionales. La interacción con el mundo carcelario y comunidades vulnerables es parte habitual de su labor. Así que no resulta extraño que accediera a una invitación de una organización de presos, firmada por Iván Moreno y mediada por Pedro Niño, quien ya se había ganado la confianza de la ONG. El error de ingenuidad absoluta de Juan Petro fue creer que él podía seguir haciendo su labor cotidiana como si no fuera familiar del candidato que lidera las encuestas, quien ya obtuvo resonante triunfo en las parlamentarias, que la oligarquía colombiana ansía detener a como dé lugar.
El plan contempló: 1) Grabar a Juan Petro con fotos y videos entrando a La Picota; para esto utilizaron al periodista de Caracol Ricardo Calderón (un periodista serio que, sin embargo, deja dudas con su actuación que no se limitó a grabar). 2) Realizar la reunión de la delegación de la Comisión con un grupo de presos por parapolítica y corrupción en torno a temas propios de su objeto. Hasta aquí todo es perfectamente normal, ético y legal. 3) El montaje de la emboscada consistió en enredar el tema del perdón social con un negocio ilícito e inmoral, el de intercambiar votos por rebaja de penas y otros beneficios; esto lo hacen con un falso documento, que simula ser una propuesta del candidato (difundido por Noticias Uno, noticiero que sin embargo no traga entero, a diferencia de Calderón), un increíble audio del criminal Marcos Figueroa invitando a votar por Petro, unos pantallazos de chats de WhatsApp entre supuestos presos anónimos comentando sobre negocio de votos (difundidos por Calderón). Todo perfectamente sincronizado.
El error de Gustavo Petro fue no pillarse la emboscada y, de manera ingenua, soltar su tesis filosófica de perdón social, incomprensible para la mayoría, en referencia a lo que él creía era una visita más de las tantas que hace la Comisión Intereclesial, olvidando el contexto de la campaña electoral y la arremetida de la derecha. Además, comete un error conceptual: en ese patio de la cárcel hay presos por parapolítica y presos por corrupción común, dos delitos con diferencias fundamentales. Los presos pueden organizarse como les dé la gana, pero la naturaleza de sus delitos no puede confundirse a la hora de analizar conceptos tan delicados como el de perdón social.
De inmediato los candidatos rivales, las bodegas mercenarias y los medios al servicio de dichas candidaturas, aprovecharon el papayazo y, sin atenerse a los hechos, asumieron como verdad todo el montaje. Es decir, de manera completamente acrítica aceptan como auténticos el documento sin firma ni logos, el audio de un criminal y los supuestos chats de unos presos anónimos… ¡difundidos por ellos mismos! En su desesperación, esa actitud antiética la tomó hasta el candidato que dice que “No todo vale”, sin tener prueba alguna, sólo suposiciones impulsadas por el sesgo de confirmación.
Y lo más importante. Todos los políticos presos de La Picota que participaron en el entrampamiento pertenecen a partidos de derecha e hicieron parte de las coaliciones que apoyaron a Uribe, Zuluaga y Duque. Varios, como el propio Iván Moreno, que fuera gran aliado de Jorge Robledo en el Polo, fueron puestos presos gracias en parte a las denuncias de Gustavo Petro en el Senado. Son sus archienemigos declarados.
Para completar la moñona, el tema de la visita a La Picota -agigantado por los medios- terminó por opacar la masacre de 11 civiles en Putumayo, la tunda que recibió Iván Duque en la ONU y las reveladoras denuncias de Benito Molina sobre el Fondo Ganadero de Córdoba. La más oportuna cortina de humo.
Sólo queda por responder una pregunta: ¿quién fue el genio tenebroso?