Por GERMÁN AYALA OSORIO
La purga que viene haciendo el presidente Gustavo Petro dentro de las fuerzas armadas, con todo y las injusticias que se puedan cometer en el masivo llamado a calificar servicios de generales, obedece a una reorientación misional del Ejército y de la Policía, las dos fuerzas que en mayor medida recibieron la nociva influencia del uribismo, una seudo doctrina política afincada en innobles valores éticos y morales, que llevaron al afianzamiento de un evidente ethos mafioso.
Petro Urrego busca consolidar un Ejército y una Policía para la paz y el posconflicto, escenarios que deberán construirse con un profundo cambio cultural, basado en varios elementos, a saber: el primero, reivindicar la condición civil, atacada, perseguida y estigmatizada por la aplicación extendida a estudiantes, profesores, intelectuales, escritores, defensores del ambiente y de los derechos humanos, entre otros, del principio del enemigo interno. Al proscribir su aplicación, el gobierno Petro busca no solo superar esa visión maniquea que Uribe impuso a través de su política de seguridad democrática, descalificando el trabajo de los civiles, sino poner la condición civil en el lugar que el conflicto armado le arrebató, porque un Estado militarista y una parte de la sociedad apoyaron los procesos de heroización de cientos de militares y policías que terminaron asesinando y maltratando a quienes debían proteger. Por ese camino, ser civil se asumió como una condición vergonzante, solo superada por quienes asumieron comportamientos castrenses, por ejemplo, aquellos que salieron a dispararles a los miembros de la Minga indígena y a los otros manifestantes, en el marco del estallido social.
Un segundo elemento tiene que ver con el buen ejemplo que da a la tropa el tener a un comandante supremo que no tiene investigaciones penales encima o graves señalamientos por la violación de los derechos humanos, asociados estos a la conformación u apoyo a grupos paramilitares. O sindicaciones de tener relaciones con narcotraficantes. Dar ejemplo de pulcritud constituye el faro moral que policías y militares necesitan para cumplir con sus misiones.
Un tercer y último elemento está dado en la alta valoración que de las vidas de los uniformados hace el presidente Petro, al poner la búsqueda de la paz como un objetivo estratégico. Contrario a lo que otros gobiernos hicieron, pues al insistir en someter militarmente a las guerrillas, cayeron en la subvaloración y en la instrumentalización de las vidas de los uniformados, con miras a brindar tranquilidad y seguridad a los habitantes de las ciudades con mayor desarrollo económico e institucional. Con la petición de más y mejores resultados, Uribe Vélez puso en riesgo las vidas de militares y policías, para saciar su hambre de poder. Para tratar de borrar su pérfido sentido de respeto hacia los miembros de las instituciones armadas, Uribe y sus áulicos no solo apelaron al discurso heroizante y patriotero, sino a la permisividad ante actos de corrupción que se fueron naturalizando al interior del Ejército y de la Policía. Eso explicaría la purga de generales.
Quizás todo lo anterior quedó resumido en la frase que Petro pronunció ante la nueva cúpula militar: “más que su comandante supremo, soy su hermano”.
@germanayalaosor