Por JORGE SENIOR
El pasado 28 de septiembre fue el lanzamiento del nuevo libro del psicólogo canadiense Steven Pinker, uno de los autores más leídos del mundo en el género de no ficción. Ya la obra está en español y distribuida en las librerías colombianas: ventajas de la globalización.
Desde que estuvo en Cartagena, en el Hay Festival de 2015, el profesor de Harvard ha producido dos textos de importancia. En defensa de la Ilustración, publicado en 2018, que tuve oportunidad de reseñar en mi blog y comentar en esta columna de El Unicornio. Y el actual, titulado Racionalidad, el cual paso a comentar, pues tiene un contenido muy apropiado para esta época de fake news, teorías conspiranoicas y oscurantismos de toda índole en la derecha y en la izquierda del espectro político.
¿Es el ser humano un animal racional? La respuesta corta es: un poco. En sus Ensayos impopulares, Bertrand Russell nos cuenta: “en el transcurso de mi larga vida he buscado diligentemente pruebas en favor de esta afirmación (de que “el hombre es un animal racional”), pero hasta ahora no he tenido la fortuna de toparme con ellas”. Más allá del toque sarcástico del filósofo, lo cierto es que el animal humano está dotado de lo que Pinker llama “racionalidad ecológica”, que funciona bastante bien en contextos naturales. Por algo estamos aquí echando el cuento, de otra manera nuestra especie debilucha habría desaparecido hace milenios.
Los Sans del Kalahari, antes llamados bosquimanos, cazadores-recolectores que subieron al estrellato con la película Los dioses deben estar locos, tienen “un manejo intuitivo de la lógica, el pensamiento crítico, el razonamiento estadístico, la inferencia causal y la teoría de juegos”. Casi el arsenal completo de herramientas racionales que la ciencia ha sacado a la luz y perfeccionado. Pero el ciudadano supuestamente moderno se mueve en un contexto artificial, donde ese manejo intuitivo no funciona y parece que los 12, 17 o 20 años pasados en las instituciones educativas no nos entrenaron adecuadamente para utilizar la caja de herramientas del pensamiento racional, perfeccionada en los últimos 200 años y disponible para cualquiera.
El libro de Pinker intenta reparar esa carencia. La obra es un compendio del pensamiento crítico, como un manual, pero en estilo coloquial y entretenido, con viñetas y chistes. Capítulo tras capítulo el texto nos muestra como caemos fácilmente en trampas producidas por falacias, sesgos y puntos ciegos, como nos cuesta entender la estadística, las probabilidades y el azar, como pisamos la cáscara de la credulidad a pesar de las evidencias, como elegimos mal ante el riesgo y la recompensa, como nos tropezamos con falsos positivos (no del estilo uribista) y falsas alarmas, como la interacción con otras personas nos mete en un callejón sin salida aparente, semejante a los ratones que no decidían quién le pondría el cascabel al gato. Ni los científicos se escapan de los errores de razonamiento, por ejemplo al confundir correlación con causalidad.
El autor se basa en los mejores descubrimientos de la psicología experimental, está trepado en hombros de gigantes como Amos Tversky y Daniel Kahneman, por ejemplo. Kahneman fue premio Nobel de Economía en 2002 (Tversky había muerto seis años antes, pero era igualmente merecedor) y también ha producido libros muy buenos sobre estos temas, conseguibles en Colombia. Por ejemplo, Pensar rápido, pensar despacio, que es otra recomendación para quien quiera entender nuestra manera deficiente de pensar. Y ahora acaba de sacar Ruido.
No se crea que estos hallazgos son cosas de laboratorios de psicología y no nos afectan en la vida práctica. Todo lo contrario, los errores de pensamiento están por doquier: en el periodismo, en el sistema judicial, en la academia, en la medicina, en los gobiernos, en la geopolítica y, por supuesto, abundan en la vida cotidiana, en las decisiones que tomamos, las creencias que asumimos, las interpretaciones que hacemos. Y las redes sociales están inundadas hasta el cogote de fallas de razonamiento como el sesgo de confirmación (selectividad parcializada), el sesgo tribal de “mi lado” (especie de “ley del embudo” respecto a nuestro grupo), el efecto Dunning-Kruger (sobreestimación de nuestro conocimiento), que Pinker no menciona, pero es epidémico en el deporte de la opinadera en Twitter y Facebook.
¿Qué le pasa a la gente? Esta pregunta es el título del penúltimo capítulo, donde Pinker aborda el crucial y espinoso tema de las creencias, como lo expusiera Carl Sagan en El mundo y sus demonios. En este capítulo el autor toma de Robert Abelson y el humorista George Carlinla diferencia entre creencias distales y comprobables, la cual lleva a los individuos a establecer dos zonas de realidad: el entorno inmediato (donde son realistas pues ser fantasioso sale costoso) y la realidad lejana (donde pueden ser fantasiosos sin problema). Esa realidad lejana puede ser el más allá, el espacio exterior, el micromundo, el pasado anterior a nuestra memoria, el futuro y el mundillo de los ricos y famosos al cual no tenemos acceso. Esa realidad que no es directamente accesible configura una zona mitológica, donde podemos dar rienda suelta a la especulación.
Tales creencias mitológicas, como la religión, las pseudociencias, las pseudoteorías conspiranoicas, las fake news y los mitos identitarios, se pueden asumir sin aparentes consecuencias negativas. Al contrario, parecen brindar sentido de pertenencia a un colectivo o “tribu”, sensación de superioridad moral o cognitiva (buenos contra corruptos o despiertos contra dormidos) o simplemente convertirnos en personajes entretenidos en una reunión social con nuestras “teorías” extravagantes. Sin embargo, no es cierto que no haya consecuencias negativas: ahí está el caso de los antivacunas o las medicinas no basadas en la evidencia, o las sectas, o el negacionismo del cambio climático antropogénico. Y los efectos políticos del oscurantismo, añado yo.
Pinker esboza una “psicología de los apócrifos” para explicar cómo es posible que un animal con las capacidades de nuestra corteza prefrontal pueda ser tan iluso y creer disparates, en vez de asumir el realismo universal (cosmovisión científica). Su explicación muestra su veta de psicólogo evolucionista al afirmar que ”el sometimiento de todas nuestras creencias a los juicios de la razón y las evidencias es una destreza antinatural como la alfabetización y el cálculo, y ha de ser inculcada y cultivada”. Es decir, la razón debe ser entrenada. El pensamiento crítico es producto de un entrenamiento y la educación no lo está cumpliendo, por lo que urge ser reformada.
El ideal de la racionalidad fue expresado por Bertrand Russell con esta sentencia que Pinker considera un manifiesto revolucionario: “es indeseable creer una proposición cuando no hay fundamento alguno para suponer que sea cierta”. Tal máxima está lejos de cumplirse en nuestra sociedad. Por ahora, la racionalidad es un lujo.