Por OLGA GAYÓN/Bruselas
Los costes de alquiler y de compra de vivienda cada vez son más escandalosos en Europa. Mientras que los salarios suben por lo mínimo, conseguir un lugar donde se pueda vivir dignamente en las grandes y pequeñas ciudades del viejo continente es, cada vez más, una carrera de obstáculos. La especulación y la desfachatez de los propietarios crece vertiginosamente, mientras que las angustias de quienes no pueden pagar los elevadísimos costes de alquiler o compra los llevan a tomar medidas desesperadas; entre ellas, arrendar para dos o más familias apartamentos en los que escasamente puede vivir solo una.
Ya no solo los inmigrantes y los refugiados se ven empujados a vivir en condiciones de hacinamiento. Se cuentan por miles e incluso millones las personas de origen europeo que ahora habitan en pisos y casas en muy mal estado o viviendas en los que habitación, cocina, salón, e incluso sanitario, están en un mismo espacio que, además, es muy reducido.
En general, en los países europeos los inquilinos y los comparadores de vivienda se encuentran desamparados gracias a legislaciones que protegen a los pequeños y grandes propietarios de finca raíz, mientras que mantienen casi que en el completo abandono a los arrendatarios y a los posibles compradores.
Esta imagen quizás podría ser una exageración. Pero de seguir así, la ausencia de políticas para defender el derecho a una vivienda digna podría llevar a millones a encontrar en una habitación como esta su única solución para vivir bajo un techo que los proteja de la intemperie.