Por YEZID ARTETA *
Resignación y apatía. Con estas dos palabras una amiga ecuatoriana resumió la situación actual de su país. Lejos quedaron los años en que cientos de ecuatorianos afincados en España retornaban a su patria. Había oportunidades para progresar. Gobernaba entonces Rafael Correa. “Revolución ciudadana” fue su eslogan. Modernizó al país. Modificó la matriz energética. Becó a miles de jóvenes para que adelantaran estudios en el exterior. Ofreció un programa a las pandillas juveniles para que no reincidieran en el delito. Del 2008 al 2018 la tasa de homicidios pasó de 18 a 6 por cada 100 mil habitantes. El Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo celebraron los resultados de la política de diálogo y oportunidades de Correa. En qué momento, Viejo Topo, se jodió Ecuador. El 2023 fue el año más sangriento en la historia de nuestro vecino del sur.
La guerra en Ucrania es una «trituradora de carne”: miles de soldados muertos y heridos —mercenarios colombianos entre ellos—, y pueblos centenarios reducidos a escombros. Gaza es un cementerio a cielo abierto. La guerra se extiende al Líbano. Los sirios que huyeron al Líbano por la guerra en su país vuelven a huir. ¿Hacia dónde? Europa está cerrando fronteras y apretando la legislación migratoria. Los países de la OTAN duplicaron su presupuesto de guerra. La industria militar de los Estados Unidos se frota las manos. Sudán volvió a la guerra: 10,7 millones de desplazados en un periquete. África padece 35 conflictos armados internos. En Asia ocurren 19. Decenas de grupos armados enfrentados entre sí. En la sola provincia de Kivu, República Democrática del Congo, cohabitan más de 100 grupos armados luchando por el control del oro, los diamantes, el coltán, el estaño y un largo etcétera de minerales.
Pero, no sólo es la guerra. Es la crisis climática. En abril pasado el estado de Río Grande du Sul, Brasil, quedó sumergido en el agua. Más de 400 municipios que albergaban a alrededor de 2 millones de personas lo perdieron todo. La lluvia negra, resultado de los incendios forestales, se ensaña contra los habitantes de Brasil, Paraguay y Uruguay. Las recientes inundaciones en África occidental y central han cobrado la vida a un millar de personas y afectado a 4 millones de habitantes de Nigeria, Níger, Malí y Chad. Pueblos enteros quedaron bajo el agua. No hay techo. No hay comida. La gente, como en una serie de zombis, deambula por el Continente con lo que trae puesto. Los incendios calcinan a centros poblados de Grecia y Portugal. Toneladas de peces son sacrificados en los embalses de Cataluña por la larga sequía. El volcán está irritado. La lava se lleva por delante la mansión del rico y el cambuche del indigente.
Pero también está la crisis migratoria. En un mundo incierto, castigado por las guerras y los desastres ambientales, la gente trata de buscar un “lugar seguro”. Unos lo consiguen. Otros no. Es natural que la gente vaya de un lugar a otro buscando una oportunidad, pero lo que está ocurriendo hoy es una huida. Caótica. Desde la Segunda Guerra Mundial no se habían visto tantas almas huyendo de algo. Gente desesperada que recorre miles de kilómetros para llegar a una frontera donde se han enquistado organizaciones que trafican con el dolor humano. Hombres y mujeres se lanzan al mar en pateras, otros cruzan fronteras selváticas o desérticas. Todo o nada. No hay término medio. Tierra firme o muerte. Austria, Alemania, Polonia, Hungría y Países Bajos están llevando al mínimo las leyes migratorias. En Estados Unidos la migración se vuelve tema electoral. En España el tema empieza a agitarse.
Este, Viejo Topo, es nuestro mundo. El mismo que describió el presidente Gustavo Petro el pasado 24 de septiembre en su discurso ante la Asamblea de Naciones Unidas en New York. No hay más mundo que éste. Quizá haya otro después de muerto como predican los milenaristas. ¿Entonces? Toma nota. Actúa. No te dejes llevar por la retórica belicista. No basta con abrazar al leproso, hay que curarlo, rugió el jaguar. Tu capital, Bogotá, se puede quedar sin agua. La deforestación en la Amazonía puede traer sequía y luego inundación. Vuelve la mirada a tu país. Sigue con tu larga vida aburrida o juégatela por alguna vaina que valga la pena.
Tomado de Revista Cambio