La naturalización del ethos mafioso en Colombia necesitó de grandes dosis de cinismo e hipocresía, pero sobre todo de “buenas maneras discursivas” para llevar a cabo los torcidos, entuertos, matutes o negociados, de modo que fuera posible ocultarlos o matizar sus efectos en el tiempo. Y esas “buenas maneras discursivas” tienen que ver con el uso lenguaje para encubrir a aquellos agentes del Establecimiento que en sus desempeños permitieron que se legitimara la corrupción público-privada se legitimó social y políticamente.
En la confrontación ideológica y política que se ve en la red X, circulan videos y trinos viejos que dejan ver con claridad que hay políticos que cambian de parecer con enorme facilidad. La hipocresía queda allí expuesta. Son veletas que se mueven de acuerdo con los vientos. Catherine Juvinao, el entonces candidato presidencial, Iván Duque Márquez, la exalcaldesa, Claudia López Hernández y Alejandro Gaviria son botones que dan cuenta de cambios de pareceres, o simplemente, del encubrimiento de las anomalías en el sistema de salud (régimen contributivo) a través de las buenas maneras discursivas.
La congresista del anodino partido Alianza Verde criticaba y pedía la intervención de las EPS. En particular, rechazaba que los recursos entregados por el Estado a estas entidades para atender a los enfermos se usaran para patrocinar congresistas y campañas electorales de carácter presidencial. Su discurso era muy parecido al de la inefable López Hernández. Esta última trinó esto en el pasado: “Vamos a eliminar las malas EPS. Eliminaremos los intermediarios que no agregan valor, que retienen los dineros de la salud e impiden de forma sistemática la atención de los ciudadanos, sus afiliados pasan a las instituciones con mejores resultados en calidad #PerspectivasSalud”.
Entre tanto, el fatuo, pomposo y retorcido Iván Duque afirmaba como candidato presidencial que no toleraría la corrupción de las EPS. Una vez convertido en presidente-títere, liquidó 13 EPS que terminaron por fortalecer a un aliado estratégico, Keralty Sanitas, pero haciendo creer que era para curar a un sistema de aseguramiento que nació mal, porque se priorizó el desfalco sistemático al erario. ¿Recuerdan el caso Palacino con Saludcoop?
En el ya casi colapsado sistema de aseguramiento en salud de Colombia, por cuenta en gran medida de la malversación de billonarios recursos públicos manejados por las EPS comprometidas en actos de corrupción- varias de estas ya liquidadas- aparece el exministro de Salud Alejandro Gaviria advirtiendo durante el gobierno de Juan Manuel Santos que había corrupción al interior de las EPS. Consideraba el acomodaticio político como suficientes las medidas que según él mismo, adoptaron para mejorar los controles y asegurar la prestación eficiente de los servicios de salud. Al final, aplicaron pañitos de agua tibia a un sistema de salud con septicemia.
Gaviria es un académico que habla pausado y no apelaba en ese entonces a un discurso altisonante y mucho menos amenazaba con intervenciones o advertía, como sí lo hizo Petro, del colapso de las EPS en su famoso “chu, chu, chu”. En el marco de las «buenas maneras discursivas», Gaviria se limitó a ver pasar el tiempo, es decir, se acomodó, guardó silencio. Hoy vocifera por las medidas adoptadas por un gobierno que parece decidido a cortar de raíz la corrupción al interior de las EPS.
Como Petro y los ministros que hoy lo acompañan no son hijos mimados del viejo Establecimiento, y poco apelan a las “buenas maneras discursivas” para elegir caprichosamente qué denunciar o qué callar de lo que sucede con el sinuoso sistema de salud, los sujetos y “sujetas” arriba señalados salen a descalificar la medida de la Supersalud con la que se intervino a la EPS Sanitas. La intervención a la Nueva EPS no cuenta para ellos como una acción preocupante. ¿Será por asuntos de clase o por intereses corporativos?
La élite tradicional y la derecha política, a través de las “buenas maneras discursivas”, lograron que la captura del Estado se viera como un asunto normal, casi que un proceso natural asociado a la aplicación de las recetas neoliberales: vender los bienes del Estado, como sucedió con Telecom en el gobierno de Uribe Vélez; privatizar todo lo que más se pueda y mantener las condiciones de inequidad, exclusión y pobreza estructural. El espíritu corporativo se tomó al Estado por cuenta de sus “buenas maneras discursivas”.
Recientemente, el presidente Petro advirtió sobre una realidad que toca a la Policía Nacional. Dijo, sin ambages, que “todo policía de barrio sabe dónde están las ollas” (del microtráfico). Entonces, varios periodistas saltaron para advertir de la peligrosidad de semejante generalización, omitiendo adrede los innumerables casos de agentes, oficiales y suboficiales que han sido investigados o echados por tener vínculos con estructuras mafiosas y criminales. La misma situación sucedió dentro del Ejército. Esta última institución ha sido sometida a una verdadera purga por los niveles de penetración de mafias de todo pelambre.
Así entonces, las “buenas maneras discursivas” a las que históricamente apela la derecha colombiana constituyen el mejor ejemplo de combinación de hipocresía, dilatar en el tiempo la toma de medidas de choque por no afectar intereses de clase, cinismo e impudicia de quienes privatizaron el Estado y cohonestaron con la corrupción dentro de las Fuerzas Armadas y las EPS, entre otros sectores públicos y privados.
@germanayalaosor