Las heridas de la historia

A las mujeres sus parejas o exparejas las cogen a golpes porque en la historia de las civilizaciones ellas han sido vistas como seres inferiores, a los que han de domesticar. ¿Y cómo se consigue eso? Empleando sobre ella lo que a ella le hace falta: la fuerza bruta. Por ello, a la mujer se le ha negado el acceso a la educación, a tener sus propias finanzas, a trabajar fuera de casa, a tomar sus propias decisiones, a divorciarse y comenzar una nueva vida con sus hijos y, por supuesto, a tener el control sobre su sexualidad. La mujer durante milenios ha sido una posesión más del hombre y la única con la que comparte cama, por tanto, ha sido utilizada como ese objeto en el que se solucionan las urgencias sexuales de su dueño y señor. Y esto se hace bajo las condiciones que imponga el amo. Ella solo ha de estar siempre disponible, lista para obedecer y mantener la boca sellada; de ella no debe salir ni el más mínimo sonido de inconformidad.

En Occidente desde hace más de un siglo las mujeres han dado la lucha para cambiar su dura, dolorosa y humillante historia. Y esto ha sentado muy mal a las mentes obtusas de hombres y mujeres que ven en la igualdad un desastre para la familia y la sociedad. Ahora, en esta parte del mundo muchos hombres que no han podido entender que la mujer es una persona igual a él y con los mismos derechos. Quieren continuar dominándola a través de la violencia. Las cifras del feminicidio en el mundo son aterradoras. Y en Occidente, aunque menos que en otras culturas, son de verdad, escalofriantes. Decenas de miles de mujeres cada año son asesinadas por sus parejas o exparejas. En la Europa occidental se lleva una estadística. En los demás países de Occidente, no. Para citar solo un ejemplo, en Colombia ,que hay un subregistro, se contabilizan casi 500 feminicidios al año; se sabe que esa cifra está muy por debajo de la realidad. Las cifras de la violencia sexual que se ejerce sobre niñas, adolescente y mujeres, es, en pleno siglo XXI, en esta parte del mundo donde menos se violenta a la mujer, estremecedora.

En mi adolescencia y juventud, recuerdo cantar, bailar y reír a carcajadas con canciones que sin ningún tipo de pudor, hablaban de que a la mujer se le domesticaba como a las potras, y si resultaba indomable, pues se le asesinaba para que no causara más dolor al pobre hombre que no era el asesino sino la víctima de esa mala mujer: «Si no me querés, te corto la cara con una cuchilla de ésas de afeitar, y el día de la boda te doy puñaladas, te arranco el ombligo y mato a tu mamá». Así, tod@s entonábamos y celebrábamos el feminicidio. «Pues si quiero hacerte daño, solo falta que yo quiera lastimarte y humillarte… Por eso ahora tendré que obsequiarte un par de balazos pa’ que te duela, y aunque estoy triste por ya no tenerte, voy a estar contigo en tu funeral». Esta última es del famoso grupo mexicano Café Tacvba y con ella, ganó en 1995 el premio al mejor vídeo MTV de Latinoamérica.

A través del cine, la televisión y la música, en el siglo XX y XXI se le enseña al hombre a ser el macho que debe defender su honra, y a la mujer a soportar la violencia sobre ella, incluso a agradecerla, porque ella es la serpiente que empuja al hombre a azotarla. Ella culpable, siempre culpable. Él, un pobre ser que se vio empujado a violentarla porque ella no cumplió con su deber de ser inferior.

¿Cómo hemos podido asumir nuestras relaciones de pareja millones de mujeres que hemos logrado salir de ese pozo de violencia tradicional y cultural contra nosotras? Muchas, recibiendo palizas hasta decir no más. Y millones más asimilando los golpes, callando y demostrando al mundo que su vida de pareja y madre es muy satisfactoria. Otras, las afortunadas y a quienes los mensajes de sometimiento natural no se les metieron en el alma, deshaciéndose del maltratador en sus primeras señales que dejaban ver claramente que se creía su dueño. ¡Cuántos vejaciones y palizas soportan las mujeres por miedo a enfrentar una vida solas con sus hijos! Algunas de las que lo toleran, en una de esos arranques de ira de sus parejas, han encontrado la muerte. Y otras, que han decido marcharse, también han sido asesinadas porque su amo no concibe perder su posesión y mucho menos si ahora se encuentra en brazos de otro hombre.

Las mujeres supervivientes de malos tratos cargan en su alma las consecuencias de los ultrajes. En su cotidianidad, seguro que muchas veces salen a la luz esas tiritas que han puesto sobre las heridas para intentar sanarlas. Millones, aunque no hayan sido vejadas por sus parejas, llevan a cuestas los sufrimientos en silencio de sus madres. Algunas de las víctimas del machismo consiguen encontrar una nueva pareja que las trata como lo que son: personas iguales con las que quieren compartir su vida de la mejor forma posible. A veces, ellos, los hombres que conviven con una mujer que ha sido violentada por otro u otros hombres, y que ven en su pareja la compañera a la que se ama y se respeta, sufren las consecuencias de la aflicción de ella. Y está en ellos, hacérselo saber, para tratar entre los dos, de ir borrando esas huellas y sobre todo, que ella comprenda que ahora sí goza de una relación en planos de igualdad: que ya no debe temer a ser víctima de malos tratos.

En Europa y Occidente se ha avanzado y se han creado legislaciones que protegen a la mujer y persiguen al hombre maltratador. Pero la ola del auge de la extrema derecha que sea ha tomado al mundo, amenaza con que esos avances se vayan a la basura. Los partidos de la ultraderecha tienen en sus programas de gobierno la garantía de eliminar esa leyes que «van en contra del hombre». Y son millones quienes votan a estos impresentables líderes cómplices de la violencia contra las mujeres. Y varios millones de sus electores, son mujeres.

Por fortuna, cientos de millones de hombres de Occidente, que es la cultura que conozco, han asimilado muy bien la llegada de la igualdad. Y muchos de ellos han luchado hombro a hombro con la mujeres para conseguir legislar en contra de la violencia contra la mujer.

OLGA GAYÓN/Bruselas

* Ilustración de Diego Cusano, Fantasy Researcher

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