Lenguaje pobre

Por PUNO ARDILA

Resulta irritante, y a veces agobiante, enfrentarse con quien demuestra bajo nivel en el uso de las palabras; una situación que refleja –a todas luces– la impresionante decadencia intelectual que nos está dejando en manos de la mediocridad, en medio de una ceguera, total y consentida, frente a la realidad.

De eso vive nuestra sociedad, de satisfacer bajos perfiles, sin trascender. En el uso de las palabras, el argumento para defender un lenguaje paupérrimo es “pero me entendió”; frase manida que deja al descubierto la pobreza intelectual y lingüística del interlocutor. Así también, en la vida cotidiana, de manera primitiva, no se procura trascender, y el “día a día”, o “el diario” es la única preocupación, y al fruto del esfuerzo no se le da bodegaje ni refrigeración: el trabajo de la semana termina en botellas vacías y en ropa “de marca”. Es el ciudadano del común la presa perfecta de las asquerosas “campañas políticas”, que ofrecen un par de tejas y cincuenta mil pesos, que le resuelven el día al votante y le abren las puertas a los políticos para que se roben el erario, que debiera ser invertido –precisamente– en beneficio de esos votantes.

La incapacidad de expresarse verbalmente termina en el rompimiento de relaciones en grupos de chat. Imagen tomada de Blog.aventaja.com

Es lo que Paul MacLean llama el “cerebro reptiliano”, referido al pensamiento primitivo, relacionado con la no complejidad de pensar, porque es más fácil resolver solo lo cotidiano, sin adentrarse en reflexiones que se producirían con un manejo mayor de palabras. Así, cuanto menor sea el número de palabras de una comunidad más fácil es su manipulación.

El mundo ha entrado (parafraseando a Christophe Clavé) en una decadencia idiomática que busca simplificar la ortografía de todas las formas posibles (pregúntenle ustedes a cualquier muchacho qué es la diéresis, a ver qué les contesta), y se le ha restado importancia al verbo (la quintaesencia del idioma) hasta el punto de ser eliminado del habla cotidiana: «Menos palabras y menos verbos conjugados implican menos capacidad para expresar las emociones y menos posibilidades de elaborar un pensamiento», dice Clavé. Noten ustedes, por ejemplo, que un discurso cualquiera, de un personaje cualquiera, carece de verbos (los infinitivos no son verbos propiamente): «Primero que todo, agradecer su presencia e invitar a participar…».

Así también, los discursos –coloquiales o elaborados– están llenos de lugares comunes, de emoticones, de emojis, que “facilitan” la comunicación a partir de modismos en los que se basa el sistema primitivo de conceptos con los que intentamos conversar. Si nos detenemos a revisar una conversación cotidiana, será frecuente encontrar, por ejemplo, el uso incorrecto de “al interior”, en vez de preposiciones correctas, como ‘en’ y ‘dentro’; la expresión coloquial “sí o sí”, en vez de una infinidad de formas adverbiales; y adverbios que dejan de serlo por la supresión errada del sufijo mente, como “igual”, “total”, “literal”, etcétera, etcétera; el uso absurdo de “a lo bien”, en vez de ‘en serio’ o qué sé yo qué otro significado; o la reducción de todos los significados a un puñado de palabras, como las panaceas “hacer” y “poner” (hoy terriblemente convertido en “colocar”), “regalar” (por ‘dar’, ‘vender’, ‘prestar’, ‘informar’…) y el avasallador “tema”, que tiene a tanta gente usándolo en vez de ‘asunto’, ‘negocio’, ‘tratado’, ‘problema’, ‘situación’, ‘conversación’, ‘reflexión’, ‘hecho’, ‘discusión’, ‘pelea’ y ‘caso’, entre miles de palabras precisas.

La pobreza de naciones como la nuestra se logra (esa pobreza de nuestros países es un propósito, por supuesto) en la medida en que los miembros de la comunidad están limitados en su pensamiento, y el factor fundamental para ello es el empobrecimiento del idioma. Sin la complejidad que conlleva el uso de un idioma elaborado no existe proceso intelectual; y así, sin lectura, sin escritura, sin proceso de pensamiento, el pueblo es y será siempre fácilmente manipulable.

Dos ejemplos para ilustrar lo expuesto: por un lado, la incapacidad de expresarse verbalmente termina en el rompimiento de relaciones en grupos de chat, por la catastrófica limitación en el uso de las palabras; y, por otro, eso de que “en tierra de ciegos, el tuerto es rey” se evidencia en que, como el avestruz, los ciudadanos de nuestras naciones esconden la cabeza en los medios de comunicación y en las redes sociales para no enfrentar la realidad.

@PunoArdila

(Ampliado de Vanguardia)

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