Por YEZID ARTETA*
¿Quieren saber qué se siente al permanecer en pie, hablando, durante ocho horas y media, sin poder abandonar el estrado, sin poder comer, sin poder ir al baño, consciente de que una cámara de televisión te enfoca en todo momento? Con esta pregunta el senador Bernie Sanders destacó la mística que debe observar un líder de izquierda ante el sufrimiento de los trabajadores, derivado de una economía corrupta y especulativa. El extenso y proverbial discurso de Sanders fue el 10 de diciembre de 2010 en el Senado de los Estados Unidos de América. El dirigente demócrata rebatió un proyecto fiscal que favorecía a los banqueros y multimillonarios en detrimento de la clase media y el pueblo americano. Arrebatarle el país a la oligarquía, sentenció el popular senador por el estado de Vermont.
Desde hace varios lustros la extrema derecha europea, a diferencia de la latinoamericana, se apropió de la ideología y la retórica de izquierda para seducir a la clase media y trabajadora. Parasitismo ideológico, lo llaman algunos analistas. Marine Le Pen, Georgia Meloni y Matteo Salvini citan a Gramsci, Pasolini, Brecht o Jean Jaurès en sus discursos. Suman a su oratoria voces propias del lenguaje contestario como: revuelta campesina, élites empresariales, indignación, imperialismo, casta dominante, antiglobalización y rebeldía. Le Pen promete a sus electores un programa proteccionista que contempla una semana laboral de 35 horas, jubilación a los 60 años, incremento de los salarios y las pensiones, asimismo frenar la privatización de los servicios públicos. Un programa que mataría de los nervios a los agentes políticos de la derecha colombiana que admiran a Le Pen.
Prometer no es lo mismo que gobernar. En Francia y Alemania, donde aún no gobierna nacionalmente la extrema derecha, Rassemblement National (Agrupación Nacional) de Marine Le Pen y los filofascistas de AfD (Alternativa para Alemania) lograron, en las recientes elecciones al Parlamento Europeo, acrecentar su representación en Bruselas. En Suecia, Finlandia y Dinamarca, donde los ultra de derecha gobiernan en coalición, se impusieron los socialdemócratas y los partidos de izquierda ecologista. En los tres países nórdicos la extrema derecha no cumplió lo prometido, amén de que sus operadores políticos han mostrado incompetencia y protagonizado escándalos que sobrepasan los austeros valores nórdicos.
Vuelvo y repito: prometer no es lo mismo que gobernar. Los “leninistas de derecha”, como se autodenominan personajes como Steve Bannon, el estratega de Donald Trump, prometen redimir a los de abajo, pero cuando toman el gobierno ejecutan políticas que favorecen a los oligarcas y castigan a la clase media y trabajadora. Es una historia de manual.
En Latinoamérica, en cambio, la extrema derecha no parasita en el pensamiento de izquierda. Gravitan alrededor de un eje retrógrado. Su retórica es oligárquica per se. Sufren de aporofobia. Les molesta el olor de la pobreza. Gobiernan para los suyos: oligarcas, terratenientes y grandes contratistas. Son súbditos de la “iberoesfera”, la neocolonial propuesta del líder de Vox, Santiago Abascal. El charlatán Javier Milei es la quintaesencia de la ultraderecha latinoamericana. El programa ultraliberal de Milei ha laminado la economía argentina, llevándola a un callejón sin salida. Millares de argentinos que sufragaron por Milei son víctimas de sus disparatadas y antipopulares medidas económicas. Gobernar haciendo daño a las personas que te han elegido se denomina “sadopopulismo”. Elegir a tu verdugo. El término fue acuñado por el académico estadounidense Timothy Snyder, refiriéndose a personajes como Donald Trump o el defenestrado Boris Johnson.
Al leninismo de derecha y el sadopopulismo hay que oponerle un discurso directo, sin ripios, que represente los intereses de la clase trabajadora, llamando a las cosas por su nombre. La izquierda no puede estar sometida a la retórica de pequeñas cofradías identitarias, elitistas, más preocupadas en llevar cierto estilo de vida en los que prima la estética y el hedonismo, que en luchar contra la explotación y la precariedad en la que viven millones de personas, especialmente los jóvenes. La cosecha política de la izquierda europea se adelgazó desde que dejó de sembrar entre la clase trabajadora su histórica, potente y libertaria ideología. La izquierda latinoamericana debe tomar nota de lo que está ocurriendo con su par europea para evitar el contagio.
Tomado de Revista Cambio