Lo que va de Francisco el Hombre a Residente

Por FREDDY SÁNCHEZ CABALLERO

Las confrontaciones y rivalidades están enquistadas en el origen mismo de las pasiones humanas. Las hemos visto en la tragedia griega, en la obra de Shakespeare y en las grandes epopeyas de la literatura universal, pero es en la música en donde las rivalidades se han encendido con mayor fuerza. En la película Amadeus, veíamos cómo Antonio Salieri rivalizaba con Mozart a punta de óperas y sonatas, al extremo de casi provocar su muerte, para tratar de mantener su prestigio y su puesto como músico principal de la corte imperial de Viena. Pero vamos a detenernos ya en un plano local, mucho más mundano.

La piquería está en el corazón mismo de la música popular: en su mito fundacional, el vallenato arrastra consigo una leyenda escabrosa. Podemos imaginarnos a Francisco el Hombre en una de sus tantas correrías por la costa guajira sobre su burro orejón, por un camino solitario entonando una melodía cualquiera con su mocho de acordeón: “Este es el amor-amor, el amor que me divierte, cuando estoy en la parranda, no me acuerdo de la muerte” … en eso, un personaje oscuro le sale al paso y con voz carrasposa le dice: -Ajá, así que tú eres el Hombre que dicen toca más acordeón que el diablo, ahora mismo vamos a ver quién es el mejor. Consciente de estar en un gran lío, y que no tenía alternativas, Francisco acepta el reto, y para ganar tiempo, le entrega el acordeón al diablo para que empiece. Don sata tomó el acordeón y haciendo alarde de su destreza, puso un pañuelo sobre el teclado para que nadie pudiera imitarlo, e improvisó unas notas extraordinariamente bellas, tan enrevesadas y profundas como imposibles de superar. Era su turno, Francisco se sentía perdido, tomando el acordeón de nuevo, cuyas teclas habían quedado calientes, no le quedó otra que seguir tocando su sonsonete del amor-amor, y empezar a rezar, pero hecho un manojo de nervios, agarró el credo al revés, de atrás para adelante. Escuchando aquello, como si de un conjuro se tratara, el diablo huyó envuelto en una humareda y un fuerte hedor a azufre dando tumbos en mitad de la noche.

Quizá debido a su origen épico y caótico, la piquería se extendió y su uso se hizo común en el repertorio de todos los juglares vallenatos; cada que se encontraban en algún cruce de caminos o en una caseta, se repelaban entre sí como un par de gallos finos dando origen a un sinnúmero de canciones. Lo hicieron Luis Enrique Martínez, Pedro Nolasco, Toño serna, Abel Antonio Villa, Pacho Rada, etcétera, pero el pique que más trascendió fue el de Moralito y el viejo Emiliano Zuleta; de este es precisamente “la gota fría”, (ver vínculo) en la que el viejo Mile acusa de embustero a Moralito, y hasta le arrea la madre, en uno de los más elegantes madrazos de la historia. “Morales mienta mi mama solamente pa´ ofender, para que él también se ofenda, ahora le miento la de él”. Es uno de los temas más grabados y cantados en el folclor costeño, desde Daniel Celedón hasta Julio Iglesias, pasando por Carlos Vives.… Se hizo tan trascendental el género que, en el festival vallenato, realizado cada año en Valledupar, hay un concurso específico para los repentistas cultivadores de este arte.

Antonio Salieri rivalizaba con Mozart a punta de óperas y sonatas.

La más larga y agresiva piquería de que se tenga memoria, y quizá la más ofensiva e hiriente la encontramos en el vallenato sabanero. Comenzando los años setenta se presentó un rifirrafe entre el ya popular Enrique Díaz, quien se había hecho célebre por temas como “La caja negra” (ver vídeo) y “La muerte a caballo”, contra Rúgero Suarez, un cantautor de poco renombre que había incursionado tocando la caja con músicos tan prestigiosos como Alfredo Gutiérrez y Julio de la Ossa…La piquería duró varios meses, cada quince o veinte días, los contendientes grababan un disco en el que se decían de todo, desde analfabeta infeliz, o pálido muerto de hambre, hasta perro no rebuscador…se dijeron negro maluco, hablador de paja, se trataron de envidiosos, y se amenazaron de muerte. En la época en que la radio era el eje de la sociedad, aquel enfrentamiento fue apoteósico, la gente comentaba en las calles cada disco que salía, esperaba con impaciencia la respuesta del otro, y asistía en masa a las casetas que anunciaban el mano a mano en vivo. El pique fue tan prolongado y relevante en el día a día del quehacer costeño, que algunos artistas, buscando “un barato en la pelea”, decidieron intervenir grabando sus propios temas y tomando partido por uno u otro. (Ver vínculo), Tal fue el caso de Julio de la Ossa y Miguel Durán, quien se ganó una reprimenda de Rúgero con el tema “Cuchareta” por su intromisión indebida. Intencional o no, el asunto fue un gran negocio para la casa disquera y para los contendores. Algunos se preguntaban si aquello era una farsa, pero como testigo presencial, me consta que la enemistad entre ambos fue real.

En la música llanera encontramos con frecuencia este tipo de manifestaciones con el nombre de “Contrapunteo”, es normal asistir a enfrentamientos tan picantes y sangrantes, que el público se debate entre la incredulidad de lo que escucha y el enojo, entre la risa y el estupor. No obstante, en trova sencilla o dobleteada, después de un rato de estarse lanzando improperios o insinuaciones indecentes, todo se dirime con un abrazo y un asado.  (ver vídeo) Los piques los encontramos también en los concursos de trova paisas, cuyo derroche de repentismo e ingenio impresionan. Quizá de esa cantera debería beber Balvin.

La cultura es el reflejo de toda actividad humana, la expresamos en nuestra forma de hablar, de vestir, en cómo nos alimentamos, en cómo nos conectamos con la naturaleza, con los seres vivos, con las demás personas, pero para llamarse cultura no puede entablarse una conexión vacía, hueca, debemos comunicarnos apelando a nuestros sentidos, con nuestras emociones. La música puede servir para entretenernos, para disipar momentos de soledad o amargura, “para divertirme” como dice irónicamente Residente, pero esa no es su única misión. La función del artista es la de observar, analizar, estructurar y reflejar la percepción que tiene del mundo, el verdadero artista está precisado a crear, a reflexionar sobre los asuntos sociales que lo inquietan, a transmitir con valoración crítica su visión del mundo. Vivimos tiempos de confusión en los cuales impera la superficialidad, el consumismo y el dinero fácil, son tiempos de individualismo, de insolidaridad, tiempos en los que se puso de moda la apariencia, y, la televisión aunada a las redes sociales y la proliferación de influencers marcan el derrotero de una juventud sin rumbo. Si bien los gobiernos han delegado su labor cultural a esos medios para adormecer y apaciguar los ánimos rebeldes de un sector de la población inconforme, el creador no puede abandonar su espacio ni su responsabilidad. Sobre ello nos llaman la atención algunos artistas críticos como Residente, capaces de canalizar las tormentas emocionales de la juventud, de controvertir con vehemencia las injusticias y desigualdades sociales de los pueblos, lo hemos visto en las calles de su natal Puerto Rico, arengando, cuestionando y confrontando con sus palabras rebeldes, con sus canciones, (ver vínculo). Balvin en cambio, pese a su origen comunero, y a cantar para esa masa empobrecida, se refugia en la imparcialidad y en una espiritualidad “coelhiana”, tan pasiva que ofende el sentido común, pese a la embestida estatal y los graves hechos represivos contra los jóvenes para quienes canta.

No es para escandalizarnos con el tema de Residente, “la tiradera” constituye la esencia misma del género urbano. Está en sus genes, en su origen. Grupos de jóvenes se reunían en las calles de Nueva Orleans, del Bronx o de las grandes urbes para batirse a duelo con versos cojos e imperfectos de historias callejeras, estribillos provocadores, insultantes, que tenían que ver con la raza, la hombría, la vida dura del trabajo, o la miseria en que todos estaban inmersos, tratando a la vez de explotar cualquier debilidad del oponente. (ver vínculo) …En esa atmósfera suburbana en la que se mueve, donde la cobardía o el acojonamiento son considerados el mayor de los defectos, J. Balvin no tiene otra alternativa que la de responder en los mismos términos, de poco o nada le servirá la condescendencia de sus amigos músicos, tendrá que “hacer parada” y tal vez aprenderse el credo al revés, no podrá evitar el enfrentamiento con frases de superación, a riesgo de perder el respeto de sus fans, y convertirse en un músico anodino, en el Moralito de la gota fría, cuya respuesta genérica careció de contundencia, y nadie recuerda. (F)

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@FFscaballero

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