Los dilemas éticos que deja el Grupo Aval

Por GERMÁN AYALA OSORIO

El silencio de ciertos medios en torno a los escandalosos hechos de corrupción reconocidos por el Grupo Aval ante las autoridades americanas pone de presente el alto nivel de captura que el gran banquero logró de instituciones públicas y privadas. Razón le cabe al presidente Petro cuando señaló que él llegó al gobierno, pero no tiene el poder.

Sarmiento Angulo se apoderó de la Fiscalía, digámoslo sin ambages. En el caso de la Superintendencia de Industria y Comercio, hay que reconocer que Pablo Felipe Robledo hizo la tarea: «cuando fui @sicsuper (la SIC) imputó cargos a las corruptas empresas de Sarmiento @corficolombiana@episol y mi sucesor les impuso multas por un valor superior a $88 mil millones». (Ver trino).

Se espera que la actual administración de esa Superintendencia siga de cerca el proceso bursátil y penal que se adelanta en Estados Unidos contra el Grupo Aval. De igual manera, se espera que la DIAN haga lo propio en el caso de una posible evasión de impuestos.

El poderoso banquero no solo capturó a la Fiscalía, también hizo lo propio con los partidos políticos a los que les viene entregando recursos económicos. El silencio de los presidentes de partidos como el Centro Democrático, el Liberal, Cambio Radical y el Conservador ante semejantes actos de corrupción público-privada es aturdidor.

No se trata simplemente de reconocer ante las autoridades gringas haber violado normas locales. No. El asunto es de suma gravedad porque somete a funcionarios estatales y a los políticos que militan en los partidos que el Grupo Aval patrocina, a inconmensurables dilemas éticos que por supuesto no se atreverán a resolver porque para todos los involucrados hay tan solo dos caminos: de un lado, guardar cómplice silencio y hacer de cuenta que aquí no pasó nada, porque se trata de un desliz muy propio del sistema capitalista en el que el todo vale se impone cuando se trata de competir; y del otro, tomar distancia del conglomerado económico y fustigar con firmeza su actuar delictivo. Pero esa ruta los obligaría a devolver los dineros recibidos del Grupo Aval, tal y como se los sugirió el presidente de la República. “A los partidos políticos les solicito devolver los dineros donados por el grupo económico que ha confesado el otorgamiento de sobornos. Es importante que los partidos políticos examinen cuáles de sus altos dirigentes participaron tanto en los actos administrativos que ampliaron la ruta del Sol II como en la fiscalía que los encubrió y tomen las medidas que la decencia determina” (Tomado de Blu Radio).

Por supuesto que los dilemas éticos también tocan las huestes de los medios tradicionales y sus periodistas, obligados a seguir las directrices corporativas que, para el caso, dicen que hay que guardar prudencia porque no solo hay pauta de por medio, sino relaciones empresariales que se convierten en asuntos de clase. Aunque para la prensa corporativa y sus periodistas también había dos caminos posibles, ya optaron por el más conveniente: minimizar los bochornosos hechos que enlodan a la familia Sarmiento Angulo y al Grupo Aval en su conjunto. Al proponer esa línea editorial, empresas mediáticas y periodistas optan por poner en riesgo su credibilidad, pues al fin al cabo los niveles de recordación de las audiencias están supeditados a dos circunstancias que siempre aparecen juntas: la mala memoria de la opinión pública y los espectaculares tratamientos periodístico-noticiosos. En este caso, los directores de medios se la jugaron por evitar cualquier análisis de lo sucedido y el cubrimiento espectacular, para, justamente, aportar a la ya reconocida mala memoria de los colombianos. El objetivo es sepultar rápidamente el espinoso asunto. Por el contrario, le están apostando duro a mantener la vigencia la narrativa que sostiene que la campaña Petro presidente recibió dineros de narcotraficantes.

No son estos los tiempos en los que medios libran verdaderas batallas contra la corrupción al interior del propio régimen. Lo que EL ESPECTADOR hizo en los años 80 no se volverá a ver en el periodismo colombiano. Tan cierto es, que hoy, ese mismo medio, para mi pesar, optó por minimizar los sucios hechos de corrupción en los que incurrió el Grupo Aval. 

En esa época, los Cano se enfrentaron al poderoso Grupo Grancolombiano. Se olvidaron de la pauta y el entonces diario de los Cano destapó la olla podrida al interior de dicha entidad bancaria. En una nota de 2012, el propio diario bogotano reconoce la gesta periodística: “Una de las más duras batallas de los 125 años que lleva El Espectador en defensa de su independencia frente al poder tuvo lugar en 1982, tras las denuncias contra el Grupo Grancolombiano. El diario puso al descubierto irregularidades del emporio económico a través de fondos de inversión y de autopréstamos de los miembros del Grupo con recursos de los ahorradores. El Grupo retiró entonces su pauta del periódico para asfixiar sus finanzas, estrategia que dio lugar al célebre editorial del 4 de abril de 1982 (“La tenaza económica”), en el que Guillermo Cano respondió: “…No vendemos, no hipotecamos, no cedemos nuestra conciencia ni nuestra dignidad a cambio de un puñado de billetes. Eso no está dentro de nuestros presupuestos”.

Quizás tenga razón aquel abogado que dijo que “la ética nada tiene que ver con el derecho”. En esa misma línea, creo que ya podemos asegurar que la ética nada tiene que ver con el ejercicio periodístico. Si es así, apague y vámonos. Eso sí, antes de hacerlo, hay que hacer un reconocimiento a medios como Cuestión Pública, Vorágine, El Unicornio, Cambio y unos cuantos periodistas independientes que están cubriendo los hechos aquí expuestos con profesionalismo y rigor. Estos medios y periodistas están salvando el oficio.

@germanayalaosor

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