Por OLGA GAYÓN/Bruselas
Cuando los diarios matutinos se pusieron al alcance de la mayoría de los bolsillos, tras la Segunda Guerra Mundial, las personas que se dirigían al trabajo en transporte público se olvidaban de lo que acontecía a su alrededor para enterarse, periódico abierto, de lo que sucedía en su país y en el mundo.
Ellos, en esta fotografía de la artista estadounidense Vivian Maier, ignoraban a sus vecinos para abstraerse en la lectura de las noticias del día anterior. Supongo que esta imagen, por los sombreros de los lectores, debe ser de los años cincuenta del siglo XX. También me imagino que eran mayoritariamente los hombres quienes compraban el diario para leer mientras se dirigían al trabajo en el tren, el metro, el tranvía o el autobús.
Esta imagen hoy es común en todos los transportes públicos del mundo, pero con diarios de pantalla que no hay necesidad de desplegar e incomodar al vecino, para poder leer o visualizar contenidos mientras se viaja. Y estos periódicos virtuales de hoy distraen a la par a hombres y mujeres. En nuestro siglo XXI hay muchas personas dadas a criticar a quienes en público y en privado están pegados de esa máquina que proporciona la información que a cada quien le apetece. Y es verdad que hemos llegado a ser antisociales gracias a la adicción individual y colectiva a los móviles.
Sin embargo, en todas las casas, cuando éramos niños y llegaba el periódico los domingos, cada hijo se apoderaba de una sección. Eso sí, después de que el padre había escogido la suya. Y mientras la madre en la cocina preparaba el desayuno, ningún niño se relacionaba con el otro mientras leía su sección preferida. No había poder humano que los desconectara de su concentración, a tal punto que la madre tenía que ponerse furiosa o arrebatarles las páginas del diario a los peques, y amenazar con que para el próximo domingo no permitiría que leyeran el periódico antes del desayuno.
Tras la primera comida de la mañana, padre e hijos volvían a sus lecturas. Una vez terminada la de su interés, los niños la intercambiaban entre ellos, gastando casi toda la mañana dominical en eso. Y a todo el mundo le parecía muy bien esa concentración individual, en la que cada quien se sumergía en el mundo que le narraba el periódico. Nadie decía que el matutino dominical estaba acabando con la comunicación familiar. Y eso, sin traer a cuento que mientras padre hijos disfrutaban de ese ansiado ocio, la madre estaba limpiando, lavando cacharros y, por supuesto, preparando el almuerzo.
Pero la imagen más machista era ver al padre leyendo todos los días el periódico en la mesa del comedor, sin mirar ni a su esposa ni a sus hijos, construyendo con el diario una barrera entre su cara y su familia, mientras su esposa les servía el desayuno a él y a los niños. Eso lo hemos visto en la mayoría de hogares y en miles de escenas de películas y series de televisión.
Cada época trae su propia distracción para individualizar a las personas cuando se encuentran en grupo. En la última mitad del siglo XX fueron los periódicos y las revistas, y en lo que va del XXI son los móviles. ¿Cuándo empezaremos a romantizar la existencia de estos artilugios con pantalla que nos entregan la mayoría de la información que requerimos en diferentes formatos? Llegará otro aparato, seguro, que nos hará añorar la época de la pantalla individual y masiva.