Por PUNO ARDILA
¿En qué momento de la vida una persona deja de ser niño? Yo me he hecho siempre esa pregunta, que no solo viene a colación por estos días, una vez más, sino que ha sido formulada en tantos momentos de la historia. La respuesta no es nada fácil.
La dualidad está en dejar de ser niños porque la sociedad lo dice o porque cada quien así lo considera, y siente que efectivamente jugar al trompo y pensar en pendejadas ya no es lo suyo, y decide por fin sentar cabeza y actuar de maneras racional y responsable.
Empecemos con la sociedad. ¿Qué significa salir de la niñez? Seguramente, comenzar a tener responsabilidades, ¿como cuáles?; ¿cuántos años debe tener una niña para convertirse en mujer? ¿dieciocho, tal vez? Pues en esto la sociedad jamás se ha puesto de acuerdo. Por un lado, conozco muchos casos de niños que tienen que asumir responsabilidades familiares, como si fueran adultos; deben encargarse de la crianza o de la manutención de sus hermanos menores, y hasta de sus mismos padres, porque estos fallecen o porque desaparecen. Es la sociedad la que gradúa de mujer a las niñas cuando cumplen quince años, en medio de una celebración cursi, “de niña a mujer”. ¿Mujer para qué? A propósito, ¿cuántos años tenía María cuando le anunciaron su embarazo?: doce; una niña.
Sí, eran otros tiempos.
Antes, la mayoría de edad se alcanzaba a los veintiún años, cuando el muchacho crecía y ya se volvía “responsable”; y esa edad se bajó luego a los dieciocho. Y ha habido el runrún de que quieren bajarlo a los dieciséis, parece que con intenciones electorales. Antes, era prohibido para menores de dieciocho ir a cine a verle las tetas a Gloria Guida; hoy para los chicos esa restricción frente a la desnudez es verdaderamente estúpida (para nosotros también era estúpida, pero eran otros tiempos), lo mismo que la venta y el consumo de alcohol. Socialmente, hoy los chicos tienen acceso al sexo y al alcohol, como adultos, al tiempo que son protegidos, como menores, con derechos especiales hasta los veinticinco.
La discusión acerca del reclutamiento de menores está candente, y se señala con el dedo acusador a los grupos alzados en armas, pero en eso no solo el Estado tiene que ver; la sociedad entera también. Mi papá, por ejemplo, contaba cada vez que podía, que prestó un degradante servicio militar (no para él, por suerte), y regresó a casa a los diecisiete años como orgulloso reservista de primera clase. Eran otros tiempos, claro. Entonces era posible enrolarse a los dieciséis; es decir, el mismo Estado recogía menores de edad para obligarlos a prestar servicio. Y si esculcamos un poco en la Gesta Libertadora, ¿cuántos años tenían muchos de los soldados de la patria? ¿Cuántos años tenía Pedro Pascasio Martínez Rojas cuando se inmortalizó en la historia colombiana?: doce; la misma edad de María cuando le tocó cargar con un embarazo. Eran unos niños.
Al mismo tiempo, desde el punto de vista de la sociedad, pasar de niño a mayor puede estar supeditado a muchas cosas; por ejemplo, cuando nacen más hermanos y se tiene que asumir la responsabilidad por su crianza. ¿Y qué tan mujeres son las niñas que participan en reinados o en algún reality, o tienen que trabajar como modelos o dedicarse a la prostitución? ¿Acaso Luis Miguel ha sido niño alguna vez en su vida?
Veámoslo desde el otro ángulo: ¿Se deja de ser niño y se convierte en adulto quien alcanza verdaderamente un nivel de madurez? ¿Es eso posible? Seguramente sí; aunque me inclino por creer que no; conozco sexagenarios que no han sido capaces siquiera de destetarse de sus padres, y mucho menos puede esperarse de ellos que sean capaces de tomar las riendas de su propia vida. Peor aún: cómo esperar de gente entrada en años, pero con el síndrome de Peter Pan, que sean capaces, por ejemplo, de salir a decidir con plena conciencia en las elecciones el destino de nuestro país, si ha vivido siempre al vaivén del manoseo de los medios de comunicación.
Ahora, ¿la decisión de ir a la guerra es un acto consciente de un ciudadano maduro, de un ser humano racional? También me inclino a pensar que no. ¿Y por qué? Porque Colombia es un territorio que no tiene opción distinta de la guerra. Si a una persona, de diez, veinte o treinta años, le matan a su gente, esta persona sale a guerrear, porque la guerra se convierte en su opción de vida, no como una decisión que esté relacionada con su edad o su supuesta madurez. Y la realidad que vivimos nos obliga a saber que hay niños que ruegan porque los dejen entrar a la guerra, o, incluso, ellos mismos se vuelven el nervio de las acciones y los movimientos, como puede leerse en la historia de la humanidad, y en la de Colombia.
Los niños de la guerra no son, entonces, más que un resultado de acciones torpes; y a estos niños, el Gobierno los busca, los ataca, los mata. Es la misma historia de Jean Valjean en los miserables. Es la misma historia de las Farc: son situaciones creadas por abandono del Estado, y perseguidas después por el mismo Estado. Estos círculos terribles cuestan esfuerzos que podrían evitarse si quienes dirigen esta nación tuvieran la capacidad de pensar, si maduraran, si dejaran de ser y de actuar como niños.
@PunoArdila
(Ampliado de Vanguardia)