Mario Mendoza: una versión de él mismo

Por YEZID ARTETA*

Mario Mendoza, como dicen los mexicanos, le picó la cresta al gallo. En un atropellado y pueril escrito se fue contra el presidente Gustavo Petro. El texto, publicado en esta revista y adornado con una fotografía —-copia del libro The Nixon Conspiracy de Geoff Shepard sobre el escándalo de Watergate—, es una suerte de arroz con mango, como llaman mis paisanos del Caribe a ese tipo de revolturas gastronómicas que no casan, amén de caer mal al estómago. Mendoza, como si estuviera jugando al tiro al blanco en un parque de diversiones, dispara a la bartola contra el retrato de Petro. Pese a su negada puntería, guarda la esperanza de que el establecimiento lo premie con un osito de peluche. 

Confieso que el único libro que he leído de Mario Mendoza se titula Satanás. Lo leí en un calabozo de la penitenciaría de alta seguridad de Valledupar, más conocida como La Tramacúa. El protagonista del relato es Campo Elías Delgado, un lunático que en diciembre de 1986 asesinó con una pistola a 29 comensales en el restaurante Pozzetto de Bogotá. Reconstruir la vida de un psicópata exige una larga investigación. Así lo hicieron Truman Capote en A sangre fría y, años después Norman Mailer con La canción del verdugo. Investigación y talento, dos factores ausentes en Satanás. El libro se lo pasé a un sicario de Pablo para que lo leyera a fin de que apaciguara los demonios que lo carcomían. Parcero, me dijo al cabo de unos días, ese man no tiene ni la menor idea de lo que es un asesino. 

Dicho esto vuelvo al texto de Mendoza, el cual parece más un autorretrato del autor que una descripción de Gustavo Petro. Como si fuera un escritor omnipotente, como el descrito por Mario Vargas Llosa en su libro de ensayo La tentación de lo imposible, Mendoza se coloca —levita, para ser más exacto— sobre la cabeza del común de los colombianos a fin de señalarnos el camino de la salvación. En su disparatado texto, Mendoza enjuicia al pecador Petro. Unas veces adopta el rol de psicoanalista al tomar el asunto Petro como un “caso clínico”; luego se torna en politólogo y sugiere para Colombia un modelo socialdemócrata al “estilo europeo”; finalmente acaba posando de psiquiatra que devela el lado más “oscuro y siniestro” del presidente. Y así continúa: Mendoza alquimista, Mendoza comentarista, Mendoza aguafiestas, Mendoza apocalíptico. Una versión de él mismo pasada por varios filtros, como si estuviera pasando una de sus fotos por los filtros de Instagram. 

Mendoza clama por un Petro adocenado, políticamente correcto, o cumpliendo tareas robóticas similares a las que ejecutan los Optimus que el señor Elon Musk fábrica en su emporio Tesla. Mandatarios como los que extraña Mendoza ya hemos tenido en Colombia por más de medio siglo. Operadores políticos aburridos, sometidos al corporativismo. Elegimos a Petro porque queríamos a un contestatario, un hombre que no temiera llamar a las cosas por su nombre y controvirtiera a los poderes fácticos. Un hombre que pinchara al cuerpo purulento de Colombia. No elegimos a un mequetrefe como el que propone Mendoza. 


Colombia, salvo breves momentos, ha sido una república dirigida por demonios a los que les importa un rábano la democracia, la justicia y la equidad. Demonios que no obedecen a llamados kantianos o platónicos. Demonios a los que no cabe más alternativa que enfrentarlos con sus propias armas: El Príncipe de Maquiavelo. A veces los escritores confunden la realidad con la ficción. Mendoza, Viejo Topo, te promete volver al pasado sin pensar en el futuro. Eso, me explicó un poeta búlgaro, se llama propaganda. 

Hablar de ricos y pobres, señor Mendoza, no es un pecado. “El esquema maniqueo”, como tilda en su panfleto a la diferencia de clases, no es invento de un novelista. El pivote de la dominación es la clase social. Ningún Nobel de Economía ha obviado este hecho. No es igual la realidad de la señora que madruga desde el sur de Bogotá para limpiar el baño de su casa, que la de los dueños del grupo editorial que editan sus libros. La realidad no es una telenovela color rosa en la que los más débiles acaban por imponerse sobre los fuertes. No es “odio y resentimiento” lo que difunde Petro, es simplemente la constatación de una realidad. La mierda, señor Mendoza, no dejará de serlo si la llama popó.  

Nevermore (Nunca más) es el nombre de la escuela de los excluidos en la serie Wednesday que en Colombia reproduce la plataforma Netflix con el título de Merlina. Un homenaje al poema The Crown de Edgar Allan Poe. Los protagonistas son jóvenes raros e inteligentes. Como si hubieran escapado de las páginas escritas por Mary Shelley, Bram Stocker, H.P. Lovecraft o Robert L. Stevenson. El seriado es un recorrido a lo largo de la literatura gótica. La protagonista ajusta cuentas con los hijosdelagranputa que la persiguen y excluyen. Las canciones de Edith Piaf, Chavela Vargas y Carmelita Jiménez ambientan los desenlaces. Los diálogos inspirados en Sartre, Nerón, Maquiavelo, Agatha Christie, Edgar Allan Poe y un largo etcétera resultan más inteligentes que las ocurrencias de Mario Mendoza en la revista Cambio. Sería bueno que tomara nota para su próximo libro. 

Ya quisiéramos que Gustavo Petro tuviera alguno de los poderes que ostentan los jóvenes de Nevermore para que resolviera con abrir y cerrar de ojos los males y las injusticias que dominan a Colombia. Sin embargo, Petro es un hombre común y corriente, sin el aura que le pone Mendoza sobre su cabeza,  que cada día se levanta con catorce titulares de la presse bon marché dirigidos a sabotear su gestión, crear pánico económico, socavar la libertad, confundir a la opinión y sembrar el pesimismo.

Petro hace parte de ese 79 por ciento de colombianos y colombianas que, según reciente encuesta  de Yanhaas para el Instituto de Ciencia Política Hernán Echavarría Olózoga, desconfían de los medios de comunicación. El problema, señor Mario Mendoza, no es el presidente Gustavo Petro sino la matriz de desinformación que personas como usted han inoculado entre la opinión pública del país de cara a oscurecer la acción del gobierno del cambio. Nevermore.

@Yezid_Ar_D

* Tomado de revista Cambio Colombia

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