Medios corporativos y redes: unos salen, otros entran

Durante muchos años los medios hegemónicos colombianos pudieron informar sin que ningún actor social o mediático pudiera confrontar sus siempre interesadas versiones de los hechos noticiosos. Bajo esas condiciones, “los ciudadanos son espectadores, con poca capacidad de interacción y cambio de aquello que los medios de comunicación les ofrecen”. (Flavia Freidenberg).

Por fortuna para las audiencias y el funcionamiento de las democracias, esa situación cambió con la irrupción de las redes sociales y la llegada de influencers, youtubers y blogueros. Los efectos de esa nueva situación comunicativa son evidentes: sus procesos de generación de opinión pública vienen siendo cuestionados de tal manera que ya no son efectivos a la hora de manipular y convencer a las audiencias. Les queda, eso sí, la práctica del efectismo al momento de dar exclusivas o cubrir en vivo un evento relevante. Aún conservan el poder de penetración, no se puede negar, pero la pérdida de legitimidad y credibilidad de los medios hegemónicos va en aumento día a día.

La decisión política de los medios corporativos de hacerle oposición al gobierno de Petro confirma que efectivamente fungen como actores políticos, como se viene asegurando desde el campo académico de la comunicación de masas. Solo el tiempo dirá si fue un error social y político haberse dejado ver los medios como actores políticos, con el agravante de hacerlo desde la animadversión ideológica y el odio personal hacia el presidente de la República. Flavia Freidenberg segura que son actores políticos “que expresan o articulan intereses de diversos sectores económicos y sociales ligados a los mismos”.

En este punto nodal está el problema sociocultural y político que vienen generando los medios corporativos desde los tiempos del plebiscito por la paz de 2016: dividir la sociedad colombiana entre “buenos” y “malos”, donde los primeros son la “gente de bien” (de derecha) y los segundos son “los otros”. Esos otros que producen vergüenza porque piensan distinto (son de izquierda). Asumir la Otredad bajo el principio según el cual “quien no está conmigo, está contra mí”, llevó al país a vivir desde el 2016 en medio de una peligrosa polarización y crispación ideológica bajo unos esquemas de intolerancia a la autocrítica desde una óptica clasista, racista, arribista, homofóbica, misógina y miedosa al cambio.

En la red X todo el tiempo son confrontados los periodistas-estafetas de RCN, Caracol y Blu Radio que ocultan información o de manera flagrante mienten o tergiversan los hechos que convirtieron en noticia. Se entiende que siguen órdenes y directrices editoriales de los propietarios que previamente se asumieron como parte de los “buenos”, es decir, dentro del selecto grupo de la “gente de bien”.

Por cuenta de esta coyuntura mediática y política se va naturalizando el odio entre “buenos” y “malos”, escenario que impide cualquier posibilidad de diálogo entre diferentes y diversos en una sociedad vista como intolerante y violenta que contradice el imaginario colectivo aquel que nos muestra como un pueblo afable y alegre a pesar de las históricas vicisitudes que le tocó y le toca enfrentar aún.

El asunto se torna más complejo y difícil de abordar cuando no se observa que desde la sociedad civil emerja un actor social que llame la atención a todos los agentes involucrados en este escenario de confrontación ideológica. Tampoco aparece la academia como un actor que entre a explicar el fenómeno y a proponer salidas o procesos de intervención. En particular el papel de las facultades de comunicación social y periodismo es nulo en la medida en que se abstienen de criticar a las empresas mediáticas por aquello de ser fuentes de trabajo para sus egresados. Es curioso que los estudios del lenguaje no hayan prendido las alarmas y llamado la atención de la academia para asumir como objeto de investigación las confrontaciones entre medios corporativos y los agentes sociales que los confrontan a diario. Incluso, ir más allá y jugar un papel de mediación.

Las iglesias, entre tanto, también le vienen dando la espalda al evidente problema social que rodea el ejercicio de opinar bien en las redes sociales o en la calle, por cuenta de unas empresas mediáticas dedicadas a expandir odio o a aprovecharse de viejas animadversiones que emergieron cuando el país se vio abocado a decidir entre la paz o la continuidad de la guerra, y asumir la posibilidad y necesidad de perdonar abandonando los valores punitivos  y vindicativos con los que siempre se asumió la idea de justicia. No sé si sea tarde para intervenir este escenario belicoso de las redes sociales en el que las empresas mediáticas son actores responsables. Por ahora ese ambiente de crispación ideológica solo trascendió a los eventos electorales.

@germanayalaosor

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