Por GERMÁN AYALA OSORIO
En el marco de las concurridas marchas en respaldo al gobierno del presidente Petro apareció una pancarta cuyo mensaje confrontaba directamente a medios como RCN, Caracol, W radio, Red + Noticias y Semana. En dicha pancarta se lee: “Los trabajadores NO conocíamos el poder silencioso, destructor, impredecible, perverso y satánico de los medios de comunicación. Hacer sentir y creer a la clase trabajadora que es mejor ser un esclavo que un trabajador digno, eso solo lo hace Satanás, y nosotros indefensos ante tanto atropello”.
Como diría Jack el Destripador, vamos por partes. De allí hay que señalar que la alusión a Satanás deviene naturalmente asociada al ámbito religioso y por esa vía, se eleva a los medios y a los periodistas a la condición de enemigos, en tanto que el diablo (Lucifer o Satanás) representa a figuras perversas de las cuales se puede esperar lo peor. Poner a las empresas mediáticas y en general a los periodistas de esos medios bajo esa relación amigo-enemigo resulta inconveniente y peligrosa, porque en nombre del bien y en rechazo al mal que representa el diablo se han violado límites morales y éticos y, por supuesto, los derechos humanos.
Comprendo la rabia de esos ciudadanos (petristas más de corazón que de razón) hacia los medios de comunicación que a diario mienten y tergiversan los hechos, pero debe ser digna de rechazo tanto la estigmatización como la violencia -física y verbal- contra los reporteros que fueron expulsados de las manifestaciones que estaban cubriendo. En el caso que nos ocupa, los autores de la tan denostada pancarta hacen parte de esa comunidad de ciudadanos que, tardíamente o no, descubrieron en esas empresas mediáticas intenciones soterradas de manipulación de sus audiencias.
Es un hecho palpable que esos medios fungen como actores políticos, con todo y lo que ello significa: el abandono de la rigurosidad que demanda el ejercicio periodístico, a cambio de producir efectos encaminados a afectar la legitimidad e incluso la viabilidad del gobierno. Todos los días la mayoría de medios masivos tradicionales que aún quedan, dejan huellas de su actuar político articulado al objetivo de sembrar miedo o pesimismo, por el solo hecho de que sus propietarios no comparten la concepción de Estado sobre la que actúa Gustavo Petro como jefe de Estado.
Quienes defienden a dentelladas secas el ejercicio periodístico, así esté contaminado de intereses corporativos, responsabilizan al presidente Petro por confrontar a diario las publicaciones de los medios ahí mencionados. Es claro que el presidente usa su cuenta de Twitter para defenderse de lo que él considera ataques políticos, por la vía de la tergiversación de los hechos. Es razonable colegir que muchos seguidores de Petro -que caben dentro de la categoría de fanáticos- asumen eso enfrentamientos de su líder con ciertos medios o periodistas como una patente de corso para atacarlos, pero en ningún caso se puede establecer que el presidente de la República ha dado la orden de actuar de ese modo.
En todo caso, del mismo modo que los medios amparan el ejercicio de opinar o informar en la libertad de prensa, los marchantes que exhibieron esa pancarta están a su vez amparados en la libertad de expresión y en el derecho a manifestar su molestia ante tratamientos periodísticos que consideran tendenciosos, mentirosos o agresivos. Estamos ante un servicio público, el de informar, que lo prestan medios privados. Y al ser público, todos tenemos el derecho a exigir que dicho servicio se preste de acuerdo con lo expresado en la Carta Política: que sean veraces e imparciales.
Habrá colegas periodistas que quizá con razón se victimicen por las reacciones de quienes con esa pancarta expresaron su apoyo político al actual gobierno, pero no sobra que algunos de ellos hagan un mea culpa y revisen en qué han fallado, para que una parte de las audiencias reaccione de esa manera. Los públicos deben comprender que el reportero cumple, a la hora de informar, con una política editorial que él no fija. Y que, para el caso de los medios allí ‘satanizados’, la responsabilidad por la molestia que vienen generando sus tratamientos periodísticos tendenciosos recae en ellos mismos.
ADENDA: En esa pancarta faltó Blu Radio, emisora que en manos de Néstor Morales ataca todos los días de manera diríase despiadada al gobierno.
@germanayalaosor