Mi inteligencia florecida

¿Y quién soy yo, si no esa niña que soñó ser de grande una mujer sin ataduras?

Me veía nadando sin bañador en el mar, ascendiendo a las montañas con ese paso seguro que proporcionan una piernas libres y firmes, imaginando historias en las que la protagonista escribía libros que aunque no fuesen publicados la dejaban feliz por haberlos terminado, cantando en grandes escenarios en los que más que el aplauso valoraba el abrazo de quienes pacientemente me escuchaban. Imaginaba incluso el silencio de ese hombre que, a pesar de amarme, permanecía oculto ante la presencia incómoda de mis seres más cercanos.

Jamás quise una vida con esposo proveedor, criadas en la trastienda e hijos vestidos para portadas de revista. Eso que quería la mayoría de mis amiguitas me hacía sentir como si yo fuese una rosa atestada de belleza con caducidad temprana: esa que se mantiene puesta al día solamente hasta cuando sus pétalos se mantienen unidos sosteniendo ese conjunto perecedero que dejará de ser bello más rápido que el transcurrir de una semana en el calendario.

Creo que he conseguido florecer ahora en mi edad madura. Ha sido difícil. Y nuevamente, a la puerta de mis sesenta, digo que pude haberme equivocado: así ha sucedido durante décadas de fenomenales cagadas y  pequeños aciertos. De lo que estoy segura, es de que he llegado aquí, a este momento, renegando de lo que en un momento me tocó ser, y sobre todo, potenciando lo que, en cada momento de dificultad, me impuse ser, para no repudiar mi condición de mujer, arañando derechos que intuía debían ser míos y de todas. Pero sobre todo, conseguidos gracias a todas aquellas que nos precedieron y que, aguerridamente, enfrentaron con valentía y dieron sin miedo esa lucha que ahora nos ha entregado derechos que durante milenios la historia nos expolió, para beneficiar a aquellos que sacaban enorme rentabilidad de nuestro malestar .

Hoy puedo decir que mi inteligencia está por encima de mis tetas, pero que mis tetas son imprescindibles en mi vida, porque sin ellas no hubiese sido posible que fuese esa mujer que ahora soy.  Esa mujer sabe que ellas, mis tetas, no solo han podido recibir y dar placer y amamantar con esa ternura jamás pensada y reconocida, sino que, gracias a ellas también, soy esa que soñé en mis divagaciones infantiles, cuando pensaba que tener tetas era lo más maravilloso que cualquier niña podía soñar.

Hoy, como veis, siento que no solo florezco sino que mis pétalos conforman una unidad conmigo, indestructible. Esas suavidades que además enternecen los sentidos, han hecho de mí esa roca y ese terciopelo que me han dibujado dura y tierna sobre la misma báscula.

Mi vida de tropiezos no hubiese tenido sentido sin mis grandes dudas y sin mis envolventes miedos. Las seguridades y las flaquezas puestas ahí sobre la balanza, fueron las que desde niña me impulsaron a florecer.

OLGA GAYÓN/Bruselas

Sobre el autor o autora

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial