Mi sombrilla, la mejor ‘arma’ contra el acoso callejero

Por YESS TEHERÁN

«¿Una sombrilla a estas horas?», escuché al pasar por la esquina de mi calle rumbo al gimnasio, cuando eran como mucho a las 8 de la mañana. Desde el punto de vista de mi comunicativa vecina, tenía razón: salir con una sombrilla es descabellado cuando el sol no está en su apogeo y quienes estamos acostumbrados al clima de la costa sabemos que hace cosquillas; sin embargo, la vecina peatona pecaba de ingenua al creer que protegerse del sol (o de la lluvia) es el único uso previsible para dicho objeto.

Con la sombrilla o paraguas he hallado una herramienta medianamente eficaz contra el acoso. Cada salida de mi casa supone exponerme a las miradas y comentarios de hombres desconocidos que creen necesario expresar su opinión sobre mi cuerpo: según una encuesta realizada por L’Óreal Paris en 2022, (ver aquí) el 80% de las mujeres en Colombia manifiestan haber sido víctimas de acoso callejero acompañado de groserías, gestos labiales, comentarios insinuantes, etc.

En el trayecto de cinco cuadras entre mi casa y el gimnasio a donde asisto, caminar con la sombrilla abierta genera cierta sensación de seguridad: con él evito las miradas lascivas que aquellos desconocidos que quieren darme a conocer que me han visto el trasero, pero ahí no acaba: otros se acercan demasiado para darme los buenos días de forma morbosa.

Quien esté leyendo esto, pensará que es más adecuado elevar una voz de protesta. Debo advertir que años atrás era mi primera opción, pero me enfrentaba a una violencia mayor: un lenguaje aún más soez, la descalificación por una “reacción exagerada”. De remate, los demás transeúntes validaban al agresor, en ocasiones con risas y burlas en contra mía.

En Barranquilla protestar sólo empeora las cosas, se ha instaurado casi como un deber el aceptar pasivamente el acoso callejero, siendo casi una ofensa rechazarlo, bajo la complacencia social de ser algo “inofensivo” y de lo cual las mujeres deberíamos sentirnos halagadas. No importa el lugar, contexto u hora donde nos situemos, se debería corresponder con una sonrisa.

No conformes con ello, se nos pretende obligar a las mujeres asumir las medidas de «autocuidado»: cambiar la manera de vestirnos, cómo nos maquillamos, inclusive cómo caminamos. Si se exige a las autoridades acompañamiento o medidas de seguridad en los espacios públicos, los comentarios en redes sociales anunciando el apocalipsis masculino no se hacen esperar: “las feminazis quieren judicializarnos” o “ahora hasta para mirar o saludar toca tener permiso de Notaría”.

Estamos muy lejos como sociedad de una igualdad material de género, y aun más lejos de espacios públicos seguros para las mujeres. Cualquiera puede ser un acosador o no, no me malentiendan: en ningún momento afirmo que todos los hombres son acosadores; más bien, un acosador puede lucir como cualquier persona normal o “inofensiva”. El hostigador puede ser el oficinista camino al trabajo, el tendero, quien va conduciendo un auto o el vendedor de pescado.

Salir con mi sombrilla me hace sentir segura. No sólo esquivo miradas, sino que todo potencial acosador se abstiene de comentarios lascivos cuando no logra establecer contacto visual. Y otros evitan acercarse… por temor al sombrillazo. Puede que mi vecina no logre dimensionar el multipropósito de este utensilio, o que la verdaderamente ingenua sea yo, al supeditar parte de mi seguridad personal a un objeto como ese; sin embargo, mientras se siga validando de manera complaciente el acoso callejero, seguiré saliendo con mi sombrilla, en espera de que por fin termine de salir el sol.

@barcelonasilvo1

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