– Cuatro días han transcurrido ya del terremoto que ha sacudido a este país y que ha dejado miles de víctimas, y el rey Mohamed VI ni siquiera se ha dirigido a su país por televisión. Los marroquíes han sido abandonados por un monarca insensible e indigno del cargo que ocupa.
– El impresentable rey no ha aceptado la ayuda de varios países que poseen equipos avanzados de rescate y personal experto en la ayuda a las víctimas y en la protección de los supervivientes.
Por OLGA GAYÓN/Bruselas
Todos los lugares públicos de Marruecos, incluidas las escuelas, tienen, muy a la vista de todos, una imagen del rey Mohamed VI. Y en los comercios privados, restaurantes, peluquerías y hasta en las panaderías, también. Es la fotografía que más se ve en pueblos y ciudades del país. Si embargo ese monarca siempre está ausente. Vive más en Francia y Gabón que en su propio país. Y ahora, mientras su pueblo sufre por las consecuencias del terremoto, Mohamed VI, ni se ha pronunciado, ni se ha dejado ver en la televisión, ni mucho menos, se ha hecho presente en las diferentes zonas donde la población marroquí llora a sus muertos, ha perdido sus casas y sufre hambre, sed y mucho frío por las noches.
En el Alto Atlas, territorio bereber, ciudades, pueblos y aldeas han quedado arrasados. Bajo sus escombros, se cree, hay cientos de víctimas. A muchos lugares de la zona, según el diario El País, no ha llegado ninguna fuerza de ayuda; ningún bombero ni rescatista oficial para desenterrar a los muertos de los escombros; allí no ha llegado ninguna clase de ayuda a la población. Algunos lugareños transportan a sus muertos en burros, mientras que su rey tiene aparcados en sus doce palacios con 1.100 personas dedicadas a su servicio en exclusiva, una flota de 600 coches de altísima gama.
Mohamed VI es el hombre más rico de Marruecos y el quinto más rico del continente africano. Según la revista Forbes, su fortuna legal llega a los 5.000 millones de euros. Posee un palacete que da al río Sena en París por el que que pagó 80 millones de euros. Allí y en la ciudad de Betz, a 70 kilómetros de la capital francesa, en un enorme palacio, vive la mayoría del tiempo el rey de los marroquíes. Cuando se traslada a su país tiene a su disposición dos aviones Boeing equipados con los mayores lujos. Y cuando decide estar cerca del mar posee un flota de yates, entre ellos, uno de los más lujosos del mundo. El monarca no esconde que además es un aficionado por los relojes más costosos del mercado mundial; se habla de que en su colección, de al menos unos 300, existe la joya de la corona: uno, adornado con 1.200 diamantes.
Hoy, con la tragedia, Mohamed VI, ante su pueblo y ante el mundo, ha quedado al descubierto: es uno de esos sátrapas que mantiene a los casi 38 millones de habitantes de Marruecos bajo el terror de un dictadura y en el olvido absoluto a gran parte de su población que padece una pobreza insoportable. Su dictadura ha impedido que equipos especializados, humanos y técnicos del mundo desarrollado, entre los que se encuentra personal de rescate altamente cualificado para desastres naturales, lleguen a Marruecos para brindar ayuda a su población. La dictadura teme que los países envíen espías entre los equipos de rescate. Como buen sátrapa, salva su gran silla dictatorial, mientras su pueblo sufre una de las peores tragedias de los últimos tiempos, en el más completo abandono institucional.
El rey de Marruecos, Mohamed VI, es la vergüenza monumental de un país cuya población jamás puede quejarse en público de las injusticias sociales ni de la cerrazón política que impide que allí haya fuerzas de oposición. Hoy, mientras su pueblo llora y duerme a la intemperie, su rey, probablemente estará siendo servido por al menos 100 sirvientes en uno de sus palacios; lugar que no abandona ni siquiera para grabar un mensaje de unos minutos en la televisión para saludar a los miles de marroquíes que hoy, como nunca, se han dado cuenta de que el monarca es solo un afiche colgado en todas las paredes del país.