Es fácil afrontar un debate cuando se está en una orilla política o ideológica distinta a la del interlocutor, pues ya hay, de base, un deseo tácito y previo de salir victorioso en la batalla de los argumentos. De hecho, desde la teoría no hay debate si no hay puntos de vista contrapuestos. Así las cosas, no toda entrevista es un debate, y ello se nota a diario en diferentes medios del país en el tono y el curso de las entrevistas cuando estas son hechas a personajes correligionarios de los entrevistadores y cuando no, como en este caso. Del otro caso, de cuando entrevistador y entrevistado comparten credos, es un verdadero clásico la ridícula entrevista que en la recta final de la campaña presidencial de 2018 le hizo Luis Carlos Vélez a Iván Duque, este último guitarra en mano y haciendo gala de sus conocimientos sobre rock. Bajo el eufemismo de “rockchallenge”, fue una especie de copia del original “caiga en la nota” de Pacheco. Parafraseando a Orwell, más que periodismo eso es relaciones públicas, pues en todos los casos los periodistas deberían ser capaces de hacer las preguntas difíciles, pero eso no sucede cuando los intereses están por encima de la idoneidad.
Nada faculta a que se recurra a argumentos literalmente “traídos de los cabellos” para intentar desmentir al interlocutor o invalidar sus planteamientos. Aunque es labor del periodista poner en duda todo aquello que el entrevistado esgrime, no es necesario graduarse de una facultad de periodismo para saber que lo que hizo Néstor Morales en su entrevista con Rafael Núñez (un convocante a la repintura del mural «las cuchas tenían razón»), trasciende todas las fronteras éticas y profesionales y deja ver a quien lo dijo en su verdadera esencia y en la imposibilidad de acudir a argumentos que se mantengan en el terreno de la verosimilitud y de la lógica.
Es cierto que la barbarie humana no conoce límites y que seguro habría quien diera cristiana sepultura a algún familiar muerto en el lote más cercano, pero cualquier periodista con la experiencia de Néstor Morales sabe lo importante que resulta tener presente el contexto, y en el contexto de la operación Orión y de lo que significan los recientes hallazgos de La Escombrera, lo expresado por Morales no es un apunte de mal gusto, sino una revictimización que, por desgracia, no tiene cabida en el código penal. Tales hallazgos son además, la confirmación de los indicios dados por las madres de las víctimas desde hace 20 años de que allí podrían estar los cuerpos de todos o algunos desparecidos durante el tristemente célebre operativo militar (y paramilitar, dicho sea de paso) desplegado por orden de Uribe, como él mismo ha reconocido; las cuchas tenían razón.
Aunque para quienes estamos en una orilla política e ideológica distinta a la de Néstor Morales es más fácil, pues ya tenemos cierta prevención con sus afirmaciones sesgadas y poco profesionales, para sus copartidarios esta vez también deberían ser inadmisibles sus afirmaciones. Plantear que algunos habitantes de Medellín enterraron por sus propios medios a familiares fallecidos en la operación orión y posteriormente dados por personas desaparecidas rebasa todos los límites de las ruindad y la mezquindad que ya anteriormente había mostrado.
Ahora bien, Morales no se manda solo. Él tiene jefes que, contrario a lo que se esperaría, deben brindar con güisqui cada vez que este es tendencia por alguna salida en falso; al fin y al cabo, la mala propaganda también es propaganda, y el dinero importa más que todo lo demás. Seguramente perderán la oportunidad de ponerlo de patitas en la calle —por mucho menos se fue Luis Carlos Vélez de La FM— y mostrar su gallardía. Dejarlo donde está es defender lo indefendible.
@cuatrolenguas