Por JORGE SENIOR
Había empezado a leer El país de las emociones tristes, la obra reciente de Mauricio García Villegas, cuando en un cruce de caminos se me atravesó un pdf de otro García, también colombiano, pero no paisa como el primero. Da la causalidad que ambos García nacieron en el mismo año: 1959, uno en Manizales y el otro en Bogotá (pero con raíz caribe). Y aunque dedicados a oficios diferentes, ambos encuentran en las letras la esencia de su trabajo.
En el prefacio García Villegas habla mucho de su padre, un liberal escéptico que tomó distancia intelectual de su devota familia y le abrió a su hijo otras perspectivas. Las emociones tristes a las que hace referencia el manizalita para diagnosticar a Colombia son las que el judío Baruch Spinoza estudia en su Ética demostrada según el orden geométrico: el odio, la venganza, la envidia, la malevolencia, el desprecio, la animosidad, el resentimiento, la amargura, no necesariamente la tristeza. Ya habrá tiempo de comentarlo cuando termine este texto diletante que intenta interpretar a nuestro país desde un ángulo poco usual y que me atrajo por su bibliografía, que tiene mucho en común con mis lecturas.
Si yo creyera en el “destino”, diría que me tenía reservado este encuentro para un fin de semana en el que -según la publicidad- se celebra el día del padre en pleno solsticio. Fue precisamente una promoción de este festejo comercial lo que me apuró a comprar el libro de García Villegas en rebaja. Y ya lo estaba disfrutando cuando un fortuito click en el celular me entregó el pdf que me impactó primero por la velocidad de la pirateada, pues la obra no tiene ni un mes de haber salido a la luz. Pero el impacto fue mayor cuando empecé a leerlo. El segundo apellido del segundo García es Barcha. Así que infiera el lector de quién es hijo el señor Rodrigo García Barcha.
Mercedes Barcha murió el 15 de agosto del año pasado, a la misma edad y en la misma casa en la cual, en 2014, murió Gabriel García Márquez, su marido durante 56 años y 27 días. El libro de su hijo Rodrigo se titula Gabo y Mercedes, una despedida. Es la historia de la agonía y de la muerte del genio que parió a Macondo. Y Mercedes tuvo que morir para que Rodrigo pudiera contarla. Así lo imponía un acuerdo que tenían.
Una historia magna no se puede leer en un vil e indigno pdf. Por tanto fui a adquirir el libro y lo devoré de un tirón, pero sin prisa, saboreando cada viñeta. Es una edición de lujo, a un precio asequible: pasta dura, papel grueso, fotos a color, aroma exquisito. Una obra de colección. El texto es corto, pero profundamente conmovedor. Narra la experiencia íntima de Rodrigo al rememorar los últimos años y los últimos días de su padre, a medida que pierde la memoria, la demencia senil evapora su identidad y su yo lo abandona, hasta que una compasiva enfermedad terminal lo devuelve a la nada. Si yo pensaba paladear emociones tristes por cuenta de García Villegas, resultó ser García Barcha quién me proveyó de una sobredosis casi letal en 32 cápsulas compactas, el mismo número de guerras que peleó el coronel Aureliano Buendía, todas inevitablemente perdidas, como inevitable es la derrota de la vida cuando llega la hora de la muerte.
“Mi padre se quejaba de que una de las cosas que más odiaba de la muerte era el hecho de que sería la única faceta de su vida sobre la que no podría escribir”. Le correspondió al hijo la ingrata tarea y la cumplió a cabalidad. Nos deja una obra con evocaciones y remembranzas, aspectos íntimos y desconocidos del hombre de familia que la fama no deja ver y un relato estremecedor del desgarramiento y la agonía de un cerebro maravillosamente dotado de superpoderes creativos a medida que se desmorona, como la casa en la que Aureliano Babilonia lee los pergaminos de Melquíades.
Primero empezó el viento, tibio, incipiente, lleno de voces del pasado, de murmullos de geranios antiguos, de suspiros de desengaños anteriores a las nostalgias más tenaces. Luego la peste del olvido se alió con la potencia ciclónica del tiempo, arrancó los quicios de las puertas y las ventanas, descuajó el techo de la galería oriental y desarraigó los cimientos de su mente prodigiosa. Pero en sus lectores, Macondo sobrevive más allá del pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico.
Dice el lema de El Unicornio que la realidad supera la fantasía. En la sobria narración de Rodrigo no podían faltar los detalles extraños, un pájaro que se cita con la muerte, un sillón que se viste de arco iris. Todo transcurre en la casa familiar en México, el país que los acogió en el exilio y tan macondiano como el Caribe colombiano.
Enrique Santos Calderón, gran amigo de Gabo desde los tiempos de la revista Alternativa, estuvo en el funeral acompañado de su hermanito menor, a la sazón presidente de la república. Cuenta Rodrigo que Santos calificó a Gabo como “el colombiano más grande que jamás haya existido”. Quizás tenga razón. En la Historia intelectual del siglo XX, la monumental obra de Peter Watson, el único colombiano que aparece es Gabo y le dedica cuatro páginas, uno de los acápites más extensos dedicado a un solo personaje.
Espero que disfruten la tristeza inmensa de esta lectura que desde la vorágine de la muerte nos reconcilia con la vida.
Coletilla: como nada es perfecto, en la página 56 me pillo un gazapillo. Las cuentas de Rodrigo no cuadran cuando dice “El día de su boda, cincuenta y siete años y veintiocho días antes de este momento…”. El momento es el 17 de abril de 2014, a la hora de la última inspiración, y la boda fue en Barranquilla, el 21 de marzo de 1958, según la foto que aparece en la última sección.