El pasado 10 de septiembre fue lanzado al público el más reciente libro del historiador israelí Yuval Noah Harari, autor de los superventas Sapiens, Homo Deus y 21 lecciones para el siglo XXI. El lanzamiento se hizo en varios idiomas simultáneamente, así que los lectores en español pueden disfrutarlo desde ese momento. Nexus se titula la obra, que nos lleva en un amplio recorrido histórico por el papel de las redes de información en las sociedades humanas hasta desembocar en los tiempos actuales, cuando surge la inteligencia artificial.
La premisa es que la mirada histórica nos brinda una perspectiva más profunda del presente y, quizás, del futuro. Es un enfoque que ya había utilizado en sus tres libros anteriores.
Harari organiza su argumento sobre la IA a partir de desarrollar una teoría de la información y la sociedad. En ella el humano es concebido como un animal hipersocial gracias a su capacidad para la ficción. No es la visión tradicional del animal inteligente que usa su capacidad lingüística para desarrollar un conocimiento de la naturaleza que lo eleva por encima de otras especies. Ese hecho no lo niega, pero es secundario frente a la capacidad narrativa que conecta las manadas en tribus y las tribus en Estados, naciones o imperios. Es esa capacidad conectiva la que explica lo que Edward Wilson llama la eusocialidad del Homo Sapiens. El animal humano es capaz de construir una realidad intersubjetiva de segundo orden que se superpone a la realidad objetiva del mundo natural. Esta idea no es original, pues, entre otros autores, se encuentra en los textos de Paul Watzlawick, el psicólogo de la escuela de Palo Alto, que Harari no cita.
Su teoría de la información se refiere entonces a las redes de información que constituyen las sociedades humanas y no a la información como se puede entender en física o biología. Por ejemplo, Claude Shannon, el padre de la teoría de la información en su sentido más general y básico ni siquiera es mencionado.
Harari se opone a dos concepciones de la información que él mismo caracteriza, a riesgo de caer en una falacia espantapájaros, para luego ofrecer su alternativa propia. Tales concepciones son “la idea ingenua de la información” y “la idea populista de la información”.
La idea ingenua cree que la razón de ser de la información es representar la realidad y que el problema de la desinformación es un desvío que se supera con más información. Mientras que la idea populista considera a la información como un arma que se aprovecha para adquirir poder y que el poder es la única realidad, no hay realidad objetiva. Este análisis sobre verdad y poder recuerda, sin que el autor los mencione, a los diálogos de Platón en los cuales Sócrates se enfrenta dialécticamente a los sofistas. Un tema que nunca ha pasado de moda como lo muestra el boom de los filósofos posmodernistas desde los años setenta. En contraste con ambas posiciones Harari afirma que el rasgo definitorio de la información es la conexión, no la representación. Dice que “información es cualquier cosa que conecte puntos diferentes en una red”. Y que “lo que hace la información es crear nuevas realidades al conectar entre sí cosas dispares”. Al colocar cosas en formación la información crea orden, nuevos órdenes.
A lo largo de la historia las redes de información se han basado en los creadores de mitos y en los burócratas. El autor intenta sustentar esta tesis con ejemplos históricos desde la invención de la escritura, pasando por la imprenta y luego las telecomunicaciones hasta llegar a la inteligencia artificial. Pero el problema con la IA es que ya no se trata de una herramienta sino de un agente, gracias a que es una tecnología como capacidades de aprendizaje autónomo y de toma de decisiones. La IA tiene en consecuencia la capacidad de reemplazar a burócratas y creadores de mitos. En este caso la tecnología ya no es un artefacto que potencia la conexión entre nodos humanos sino que también puede constituirse en nodos dentro de la red. La red deja de ser netamente orgánica y se hibrida con una red inorgánica que no descansa y que es opaca, ininteligible para los humanos.
La preocupación central que se expresa en el texto es si la IA ayudará a mejorar la democracia o, por el contrario, potenciará el autoritarismo y el totalitarismo. En este punto del análisis el autor correlaciona democracia con redes distribuidas y totalitarismo con redes centralizadas. Harari acepta que la historia no es determinista. La pregunta por el impacto de la IA en las sociedad humanas del siglo XXI queda abierta. El resultado dependerá de nuestras decisiones para regular la nueva tecnología, al igual que sucede con otras como la edición genética CRISPR.
Finalmente, recomiendo la lectura del libro como un insumo que enriquece la deliberación pública necesaria para alcanzar una regulación adecuada que permita minimizar los peligros que entrañan los poderosos algoritmos de la IA generativa.