Por MIGUEL ÁNGEL MOLEÓN VIANA
Las NO-COSAS para el filósofo Byung-Chul Han serían, en esencia, el espectro impalpable de los productos que solemos consumir en la sociedad actual y que conforman nuestro ecosistema. Y no sólo de los productos. Teniendo en cuenta su análisis, las cosas que veníamos atesorando han perdido largamente su aura mágica de objetos con presencia y entidad, y han sido sustituidas por la imagen de esas mismas cosas que consumimos. Nos desplazamos de lo sólido a lo líquido de Zygmunt Bauman, incluso a lo gaseoso (Vida líquida. Austral, 2006). Apunta así a la palmaria realidad de la desrealización del mundo a través de los puntos que nos unen a él. Es decir, los propios objetos que manipulábamos, usábamos, coleccionábamos. Descubierta la mina que supone el hecho de que las personas consumimos, sin posibilidad alguna de saciedad, las imágenes de las cosas antes que los objetos en sí mismos, hay una confirmación rotunda de que la cultura pierde pié en la realidad y se desrealiza para adquirir una fuga anunciada. El mundo clínex de usar y tirar, la parada de los monstruos sin monstruos, la eternidad adquirida a golpe de clic de ratón gracias a transportar las conciencias a una nube impalpable, donde los de- seos siguen campando sin límite. La amabilidad de Byung-Chul Han quizás nos evite análisis tan sombríos como los de Javier Echeverría en su texto Los Señores del aire: Telépolis y el Tercer Entorno (Desti- no, 1999); donde puede analizarse el advenimiento de un panorama neomedieval gracias a los nuevos territorios impalpables, digitales, a donde parece quererse trasladar el mundo que conocíamos: Second Life, Multiversos, nubes de colores habitadas por señores feudales, dueños de los grifos ciberespaciales y sus bitcoins.
La noria sigue dando vueltas productivas y no hace falta pensar demasiado para saber quiénes somos las bestias que la hacen girar.
A todo este estado de cosas apunta Byun-Chul Han (Seúl, Corea del Sur, 1959), en su libro. Lo hace con una amabilidad expositiva y una claridad espléndidas, en un ensayo deudor del más lúcido análisis del espíritu de nuestra época. El ensayo se lee del tirón, dada su extensión discreta, a pesar de lo cual, sus argumentaciones se nos quedan flotando en el ánimo largamente, dada la implicación profunda de sus planteamientos de filósofo y de sagaz analista de nuestros días.
Si un texto te remite a otros, es un buen texto. Si sus planteamientos vivifican conceptos ya analizados en ocasiones anteriores, y se profundiza en pilares fundamentales de la cultura y la civilización, es un texto, además, necesario. El que reseñamos aquí, lo es de forma muy amable.
La información es patrimonio de los mass-media. Esto en la época de la post-verdad. La gran maquinaria de los media (una de las extensiones naturales de cuantas revoluciones industriales se han venido sucediendo desde el XVIII), en las primeras décadas del XXI, alcanza, y nos hace alcanzar, la velocidad de escape: la velocidad a la que un
cuerpo vence la atracción gravitatoria de otro cuerpo. Por ejemplo: cuando una nave espacial vence la atracción de la Tierra que le ha dado, por cierto, su ser, sustancia, esencia, y sentido de existencia. Byung-Chul Han pareciera referirse a esta velocidad, como si nos invitara a releer los planteamientos de Mark Dery en su tratado Velocidad de escape. La cibercultura en el final del siglo (Siruela1998).
Las profecías de los conocidos como apocalípticos nos advertían sobre la posibilidad de que los medios electrónicos nos lanzaran a un mundo difuso donde la información sería vertida sobre las personas como lava de un volcán imposible de palpar, pero inevitable de percibir. Los bienes intangibles que genera la industria de la información: entornos cinemáticos, redes televisivas, el imperio de la moda y el imperio de lo efímero que anunciara Lipovetsky (Anagrama, 1990) o las transiciones financieras a lomos de fibras ópticas (como Paul Atreides galopando sobre los temibles gusanos de arena en el desieto de Arrakis en Dune).
Ya no quedan apocalípticos e integrados (Eco, 1968) y Eco nos abandonó en el 2016 pero la velocidad de escape se ha alcanzado con creces. La digitalización del mundo ha propiciado no una resolución hegeliana de los opuestos, sino una asimilación por ingesta de un término por el otro: el Apocalipsis ha sido finalmente integrado. El mundo ha devenido espectáculo, una representación de espectros sin contenidos sólidos. Puede que asistamos al inconmensurable espectáculo de un Apocalipsis al ralentí. Al minucioso cumplimiento de las visiones de los profetas bíblicos, pero en unos términos de sublimación mass-mediática, digitalizante, electrónica, tecno-científica. Los grandes relatos de liberación, aquí y ahora, versan sobre nuestra libertad para elegir entre marcas.
Perdemos la memoria, porque los grandes ordenadores generan una nube metafísica que salva nuestros recuerdos particulares. O los diluye y torna homogéneos. Perdemos el contacto con la realidad porque los entornos cibernéticos nos catapultan al purgatorio de la inopia, el desconocimiento del terreno que pisamos y las experiencias que protagonizaban otrora los grandes relatos. George Steiner en Presencias Reales (1992), nos advierte sobre la posibilidad de que no haya nada en lo que decimos, que el lenguaje quede vaciado. Se ejercita el aparato fónico en imágenes multiplicadas hasta el infinito para lanzar eslóganes publicitarios vacíos de contenido. Nuestras fotos, a miles, quedan en la nube. La música que escuchamos. La radio que guardábamos de los abuelos, la cámara de fotos. Hay una pérdida raíz de orígenes.
El cerebro está diseñado para capturar la diferencia. Y los entornos mass-mediáticos, a ritmo de automatismos, multiplican en todas sus esferas cuanta permutación es necesaria para que nos mantengamos con la boca abierta y el pensamiento vacío. Con los ojos abiertos y el estómago tiritando. Con los deseos alerta y los cumplimientos cada vez más lejanos y postergados.
Quizás encontráramos sosiego, parece indicar Byung-Chul Han, en las cosas particulares que nos rodean como manifestación de nuestro ser, anclas de experiencia: la maceta del alfeizar con la discreción de su geranio. Sigue viva, la planta, durante años en el alfeizar, brindándonos oxígeno, mientras intentamos cazar las imágenes fantasmales que generan los mass-media, como aquella máquina de proyectar imágenes con la que el barón de Gortz proyectaba las imágenes de su amada Sytilla, cantante de ópera difunta (Verne, J. Le Chateau des Carpathes. 1892.). Vivimos sumergidos en una realidad espectral, más deudora de la naturaleza software, que de las contundencias hardware.
Byung-Chul Han aboga por la recuperación de lo sólido y lo tangi- ble, por volver a dar el primer paso sobre la luna extraña de la reali- dad que la cultura, una y otra vez, a lomos de las innovaciones tec- no-científicas, se empeña en velarnos, en desmaterializar. Transferir nuestra conciencia a un soporte ciborg digital será un logro que no tardará en acontecer, en el caso de que el Apocalipsis deje de acele- rar sus capítulos. La velocidad de escape perfecta quedará cumplida e ingresaremos en entornos de eternidad similar a la de los espíritus de los faraones egipcios, un habitar para siempre en momias a base de ceros y unos, flotando en nubes de información sin contacto con el origen.
NO-COSAS parece invitarnos a releer clásicos como Aproximación al Origen de Salvador Pániker (Kairós, 1982) donde se formula la posi- bilidad de que nuestra cultura sea una avenida de evolución errónea y que tal vez exista una posibilidad de progreso, dando pasos atrás, en lugar de pasos de escape hacia delante. Pániker plantea la posibi- lidad de desmantelar campos simbólicos que interpretan la realidad, y se suceden unos sobre otros, planos sobre planos sobre mapas con tantas versiones y superposiciones que la realidad topográfica de la que parten ya hubiera dejado de importar porque no hay quien la pise ni quien la encuentre.
Byung-Chul nos invita a reflexionar afirmando que ya no habitamos la tierra ni el cielo, sino Google Earth y la Nube. Nada es ya sólido o
tangible. Sobre lo originariamente real y tangible versa el citado Pre- sencias Reales de Steiner. Nos informa Byung-Chul (filósofo, profesor de Filosofía y Estudios Culturales en la Universidad de las Artes de Berlín), que las informaciones son unidades estables y carecen de la firmeza del ser: el geranio en nuestro alfeizar, o la radio antigua que perteneció a los abuelos. En este “imperio de lo efímero”, donde se cumplen los aspectos de la nada, nos hemos convertido en infóma- tas (Lipovetsky, G., La era del vacío: ensayos sobre el individualismo. Anagrama, 1990).
La narración del Apocalipsis queda desbancada por la adicción y la acumulación: sucesión de inputs fuera de la orbita de lo real, pero operativa en la iconosfera de los deseos que nos movilizan a una velo- cidad de imágenes vertiginosas. Cada imagen suscita un deseo, cada deseo nos lanza al consumo, cada cacería arroja el mismo resultado: entre las manos se nos deshacen las imágenes que compramos (con dinero real, nuestra energía vital). Y el estómago del ser queda de nuevo hambriento y en serio estado de desnutrición: Por lo que ansiamos de nuevo ingresar en el carrusel de las imágenes que nos prometen saciar un hambre interesadamente suscitada. El viejo y consabido círculo del capitalismo genuino: producción, consumo, destrucción. Y en mitad del circuito los parásitos de siempre. Giulio Carlo Argan lo esquematiza muy bien en su clásico: “El Arte Moder- no” (Akal, 1991).
Byung-Chul Han nos informa sobre el ecosistema que habitamos: una prisión inteligente que nos vigila, usando la misma energía que nos dejamos sustraer en el círculo de la producción y el consumo. La información termina no por informarnos, sino por deformarnos. No nos nutre, nos vampiriza.
Para apreciar la realidad es preciso gozar de tiempo, pero la prisión inteligente te lo sustrae. A través de la nada y el vacío, y el silencio, se puede acceder a la contemplación nítida de la realidad (Steiner). Pero no a través del hambre y la desnutrición severa. En la sociedad de la información posfactual se hace imposible acceder a la firmeza del ser. Conceptos como fidelidad o compromiso quedan abolidos, necesitan demasiado tiempo. El tiempo que robaron los hombres grises en Momo, (Ende, M. 1973) ha de seguir siendo robado: conectar con la firmeza del ser es alimentarse y dejar de necesitar consumir a velocidad de escape. Por tanto, desaparece cualquier entorno (vacío, nada, silencio…) donde pueda celebrarse la contemplación del geranio en la ventana.
Las máquinas trabajan por nosotros, a velocidad de máquinas y con la lógica de los algoritmos matemáticos. Nos ofrecen todo el tiempo del mundo para que en libertad hagamos lo que nos plazca, las máquinas nos liberan del trabajo a cambio de que el ejercicio de nuestra libertad suponga únicamente la libertad para escoger qué producto consumimos.
Byung-Chul Han nos conecta a Erich Fromm, con sus planteamien- tos en ¿Tener o ser? En el mundo de las NO-COSAS, de igual modo que todo Apocalipsis queda integrado, el Tener gana el partido frente al Ser. En definitiva, se propicia que el Ser pierda pié en la realidad, y si se logra acceder a él tampoco alberga ya capacidad saciante.
El smartphone refuerza nuestro egocentrismo y nos convierte en súbditos de la globalidad: nos permite cumplir deseos con el mero uso de un dedo y un clic: dedo que pulsa, deseo que se cumple. La lámpara de Aladino cobra carcasa y corazón tecnológico. Suena el timbre de la puerta. Un Glovo veloz nos sirve a domicilio cualquier tipo de caloría vacía. Cualquier producto cuyo valor reside más en la publicidad, el storytelling, que en el auténtico ser del producto ad- quirido.
Nos dice Byung-Chul Han que el hombre procede del humus, esto es, de la tierra. Y que la digitalización, por contra, es un camino de anulación de lo humano (ya apuntábamos: Velocidad de escape de Max Dery). Y añade Byung-Chul Han: “Es probable que el futuro hu- mano se halle preestablecido: el hombre se anula para hacerse ab- soluto”.
Sí, el ser humano se convierte en una criatura de absolutas ingravidades largamente anunciadas.