Por HERMANN SAÉNZ PRIETO
Los Premios Nobel siempre serán polémicos, comenzando por los que lo merecían y no lo han recibido. Nadie entiende por qué no le dieron el Nobel de Literatura a Jorge Luis Borges, Franz Kafka o León Tolstoi pero sí a un cantautor con pinta de roquero como Bob Dylan.
Algo parecido ocurre con la categoría de la Paz: ¿por qué nunca fue galardonado el indio Mahatma Gandhi, quien combatió la dominación británica sobre su país sin ejercer la violencia y su consigna era “la violencia es el miedo a los ideales de lo demás”? Décadas después de su muerte la Academia Sueca -que administra la entrega de los Premios Nobel- reconoció la injusticia de tal omisión, pese a que Gandhi fue nominado en cinco ocasiones.
También existen muchas inconsistencias en quienes lo recibieron, y un caso protuberante lo constituye en 1973 el Nobel de Paz para Henry Kissinger, secretario de Estado de los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford, no obstante su probada injerencia en el bombardeo a Camboya en la guerra de Vietnam, la toma militar y genocidio en Timor Oriental y las operaciones en Chile para derrocar a Salvador Allende.
Algo similar -aunque no tan ostentoso como con Kissinger- sería el caso de Barack Obama, quien adelantó acciones armadas en Afganistán, Libia e Irak.
En 1994 les entregaron el Nobel de Paz a Yasir Arafat, Shimon Peres e Isaac Rabin (1994), por su participación en la creación de los acuerdos de Oslo para mejorar los conflictos en Medio Oriente, pero no podía faltar el pero: lo acordado no tuvo ningún impacto real en el desescalamiento de las acciones bélicas entre palestinos e israelíes.
En Colombia muchas voces -sobre todo uribistas- no se ‘tragan’ el Nobel de Paz para Juan Manuel Santos por su proceso de paz con las Farc, la más grande obra (si no la única de aplaudir) en sus ocho años de gobierno. Es indudable que este reconocimiento universal fue un oxígeno importante para el proceso en el 2016 después de que el No ganó, con artimañas y toneladas de propaganda negra, el plebiscito de ese año.
Y en días pasados se vino a saber que un legislador noruego propuso al presidente republicano Donald Trump como candidato al Premio Nobel de la Paz, por su labor como mediador para alcanzar el acuerdo de paz entre Israel y Emiratos Árabes Unidos. Ya en 2019 dos ministros conservadores noruegos habían presentado la candidatura de Trump al Nobel de Paz «por los avances en la península de Corea». (Ver noticia).
El diputado noruego Christian Tybring-Gjedde reconoció en Fox News que «no soy un gran partidario de Trump». Sin embargo, cree que este ha hecho más méritos que otras personas que lo han recibido: «El comité debería analizar los hechos y juzgarlo por los hechos, no por la forma en que se comporta a veces. Las personas que han recibido el Nobel la Paz en los últimos años han hecho mucho menos que Donald Trump. Por ejemplo, Barack Obama no hizo nada».
Esto ha generado una fuerte polémica en pro y en contra, pues no han tardado en aparecer en redes sociales los que recuerdan las amenazas de Trump a Corea del Norte o a Siria, sumado a sus políticas racistas o discriminatorias.
Parecería entonces que el parlamento noruego se ha puesto a la moda en lo de generar polémica, y en tal medida no sería descartable que decidiera premiar a Trump, lo cual por supuesto dejaría una gran mancha en el historial del galardón, con el lauro para el presidente más controvertido que ha pasado por la Casa Blanca en las últimas décadas.
Más bien deberían pensar en volver a premiar a una organización como la Cruz Roja, o al Parlamento Europeo, o alguna agencia de las Naciones Unidas. ¿O por qué no al mismísimo papa Francisco? Con cualquiera de estas elecciones quedarían «divinamente» y no se arriesgarían de nuevo a poner en duda su credibilidad, como cuando metieron a Henry Kissinger entre sus laureados.