Por PUNO ARDILA AMAYA
Roger Alcides Cisneros Parales salió en Las 2 Orillas a echarle pestes a Rodolfo Hernández, e insulta a los charaleños, porque dice que la expresión “me salió charaleño” es que «traiciona o es un falso impostor [?]. Un mentiroso. Un falso. Un hipócrita. Un voltearepa» [sic]. (Ver columna).
Para información de Cisneros, en algunas zonas distantes de Charalá y sus alrededores, especialmente en la Provincia Comunera, donde me crie y donde muchas familias trabajábamos en el proceso de producción de panela, los trapicheros charaleños eran los más buscados. Pero como nadie es profeta en su tierra, pues algún charaleño dirá que no, que los mejores eran los de Ocamonte y el Valle de San José. En nuestra región siempre llevábamos charaleños; ¿por qué los charaleños buscaban de otros municipios?, pues por eso que acabo de mencionar.
En fin, en nuestra región se concertaba con charaleños. Punto. Su experticia en este proceso los hacía reconocidos en zonas paneleras, que concertaban con el “encargado” a la cuadrilla con semanas de anticipación. Y así como era muy cotizado el trabajo de los charaleños en la elaboración de la panela, en moliendas de una semana entera, con turnos de hasta veinte minutos; es decir, el corinche y el templador tenían que trabajar veinte minutos y descansar veinte, y así durante el día y la noche de una semana entera. Los trapicheros charaleños, entregados con calidad a su extenuante y peligrosa obligación, presionaban a los dueños de trapiches y exigían condiciones especiales; por ejemplo, seis comidas diarias: desayuno, puntal, almuerzo, piquete, comida y friagua (o jiagua, o jriagua, también, como seguramente varía la pronunciación porque el campesino ha evitado la efe, como en “jósporo” en vez de fósforo); además, suministro generoso de panela para el guarapo, iluminación artificial desde las cinco de la tarde… hasta dosis de aguardiente pedían al final del siglo pasado. Y así fueron alcanzando fama, por trabajadores de calidad, pero también por exigentes, lo que entre santandereanos se fue asociando con “joder”.
El trabajo era extenuante hasta para quienes solo “asistíamos” la molienda, un oficio cuya responsabilidad era permanecer cerca, en el trapiche, e incluso dormir allí, para resolver cualquier eventualidad, que, por supuesto, se presentaban por montones: que se acabó esto, que el motor está fallando, que se tapó una tobera, que el bagazo está mojado, que la sopa está fría y clara (y tal vez de allí provenga el nombre de esa comida de medianoche). Verdaderamente era una molienda, en todo el sentido de la palabra, y veinte años acompañando y asistiendo este proceso me sirven de fundamento para hablar de palabras y expresiones que formaban parte de este elemento cultural. Seguramente en otras zonas las costumbres sean distintas, pero allá no me meto.
La molienda, entonces, se asocia con ‘molestia’, aunque, hasta ahí, lo que puede verse no es más que reivindicaciones laborales que, por cierto, distaban de ser verdaderamente justas. Claro que hoy, si no alcanza para pagarles lo que se pagaba el siglo pasado, menos alcanzaría para pagarles alguna suma digna, porque la panela sigue a precio de tripa picha.
Pero volvamos al cuento: ¿De dónde saca Cisneros eso de que “me salió charaleño” no es por exigente, sino por falso? ¿Qué significado tiene “falso impostor”? Entre otras cosas, si algo tienen los charaleños que he conocido en toda mi vida es su sinceridad y su arrojo. Me parece, dadas las circunstancias reales que pretende el texto (bastante deficiente, lleno de escupitajos contra Rodolfo Hernández, por hechos y situaciones que cualquier ciudadano con dos dedos de frente ha dado por verdades desde mucho antes de la última campaña electoral), es que cuando alguien en Santander resulte traidor, impostor, voltearepas (así, con ese), mentiroso, falso, ladrón, hipócrita y todo lo maluco, debiéramos popularizar la expresión “nos salió político el jijuepuerca”.
@PunoArdila
(Ampliado de Vanguardia)