Por PUNO ARDILA AMAYA
Dijo la semana pasada un ilustre y admirable académico que «la vida es esa mezcla de alegrías y tristezas. Hoy nos anuncian que han nombrado un nuevo ministro de Ciencia. La anterior ministra no era, precisamente, lo que uno hubiera querido. No tenía una trayectoria que pudiera ser respetada. Pero a quien acaban de nombrar me deja una terrible desazón…».
El nombre del nuevo ministro le sonaba, y, efectivamente, encontró que la única aparición del ministro en el mundo académico fue en un escándalo por plagio (https://www.plagios.org/denuncias-de-plagio-y-malas-practicas-en-la-universidad-de-la-costa-colombia/). Es el nuevo encargado de dirigir lo científico de este país.
En el Ministerio de Cultura la cosa es la misma, pero distinta. Es distinta porque la hoja de vida de la nueva ministra, Angélica María Mayolo Obregón, es verdaderamente brillante, a pesar de su corta edad. Ella es abogada, con maestría en Derecho Internacional y especialista en Derecho Administrativo.
Y es la misma, porque su perfil no corresponde al cargo. Así de simple. Ella es abogada, y tiene una gran cantidad de méritos en esa línea; pero su hoja de vida no incluye trabajo cultural. La nueva ministra de cultura sabrá hablar inglés; pero, ¿sabrá alguna de las lenguas indígenas? Ni siquiera podrá igualar a la Malinche, que aprendió la lengua del invasor, pero sí hablaba las lenguas aborígenes. ¿Será que la nueva ministra sabe algo fundamental acerca de la cultura? ¿Conocerá la definición de la palabra? (Seguramente habrá memorizado ya alguna definición, como sus antecesores). ¿Sabrá cómo se define la identidad de los pueblos? Quién sabe si tendrá claro que los colombianos no tienen una identidad definida…
Pero si esto reconforta al Duque (ya sabemos, mal de muchos…), no es la primera vez que ocurre algo así, por dos razones: Una, porque los cargos relacionados con la cultura son solo comodines para la política; contentillos para los que llegan tarde a la repartija. El Ministerio de Cultura y todos los entes territoriales son los marginados del presupuesto, los que reciben limosnas. Y, dos, porque, con muy pocas excepciones, dado el perfil burocrático, el señalado para el puesto resulta ser un completo ignorante de lo cultural, sin negar que pueda llegar a ser el duro para cualquier otra cosa. Pero no para lo cultural.
En estos espacios burocráticos se cree hacer algo porque llegan a repartir los tres pesos entre el Festival de Teatro, el Festival Vallenato y uno que otro que alcanza a rasguñarles alguito del presupuesto. Y la dinámica ministerial no pasa de ser la organización de conciertos, y ya. Como si eso fuera la cultura. No se les ocurre adentrarse siquiera en los conceptos antropológicos relacionados con el papel del hombre en su entorno, y buscar alternativas; proponer una dinámica que lleve a trazar una política cultural; convocar a verdaderos líderes culturales, y a artistas —por supuesto— que puedan participar en la orientación de este país, que cada día se sume más en las tinieblas. Pero no; es que no tienen ni idea.
Como que parece que, en vez de venir de una vez por todas a trabajar en una verdadera política cultural, la nueva ministra trae la intención de echar a andar el cuento ese de la “economía naranja”, que como que no es más que sacarle el jugo a lo que hacen los demás. Qué mal.
Y la información oficial de Mincultura resalta que ella patrocinó actividades culturales. Es como si el gerente de Cartón de Colombia pudiera ser ministro por haber patrocinado por años el Mono Núñez.
@PunoArdila
(Ampliado de Vanguardia)