Conmemorar los 30 años de la acción policial que terminó con la miserable vida de Pablo Emilio Escobar Gaviria debería servir para tratar de entender por qué de las entrañas de la sociedad colombiana surgió y se consolidó este cruel narcotraficante.
Imagino que los especiales periodísticos y documentales volverán sobre los mismos aspectos que suelen abordarse cuando se trata de contar la historia del mafioso antioqueño: sus excentricidades, su poder económico, las menores de edad que violó, su poder intimidante, su “guerra” contra el Estado y su posterior muerte en el tejado de una casa cualquiera, cual escurridizo “apartamentero”.
En esos especiales sobre la vida de este asesino, poco o nada se hace referencia al ethos mafioso que legitimó su papel como capo del narcotráfico y su llegada al Congreso de la República.
Somos propensos a legitimar al “avispado”, pero sobre todo al que concentra poder económico y político, a pesar de las sospechas que recaen sobre el modo en que acumuló dinero o prestigio social y político.
¿Qué diferencia habría entre un banquero como Luis Carlos Sarmiento Angulo, que pagó coimas para hacerse a contratos millonarios en obras civiles como la Ruta del Sol II, o que prestó sus bancos para lavar dinero de narcos, y Pablo Escobar Gaviria, quien logró hacer su fortuna enviando droga al exterior, con la ayuda de autoridades como la Aerocivil, la Policía, alcaldes y el propio sistema económico, político y financiero?
En ambos casos la codicia y el hambre de poder emergen como valores que alimentan y estructuran el ethos mafioso que guía la vida de esos millones de colombianos que anhelan amasar una fortuna para gritar a los cuatro vientos que “triunfaron en la vida”, lo que significa aparecer en revistas famosas, asistir a cócteles, rodearse de políticos que les facilitaron sus actividades y gente de la farándula, siempre presta a vivir el “sueño” de compartir con gente rica, sin que importe de dónde salieron sus fortunas; o hacer parte de documentales, investigaciones de las autoridades americanas y colombianas y al final ser recordados por unos como “gente de bien”, echados para adelante y muy capaces; y por otros, como criminales o agenciadores del ethos mafioso, por tanto de la corrupción público-privada que les facilitó a ambos la consolidación de sus fortunas.
Pablo Escobar Gaviria y Sarmiento Angulo son hijos del sistema cultural que, asociado al capitalismo, envilece a diario la vida en sociedad. Con sus acciones, ambos aportaron a que el vil dinero y su consecución a como dé lugar, redujeran la experiencia de vivir a ir tras su búsqueda, en una frenética carrera por conseguirlo. Que no vaya a entenderse entonces que en el socialismo no existen mafiosos legales e ilegales. No. Cualquier forma de dominación es el caldo de cultivo para que emerja este tipo de personajes, que solo sirven para comprender que la condición humana es aviesa.
¿Cómo hizo Pablo Escobar para amasar esa fortuna en la cara de la DIAN, de la Policía, del Ejército y del resto de la sociedad? ¿Cómo hizo para “importar” hipopótamos de Estados Unidos y cómo llegó a la Hacienda Nápoles una jirafa y las otras especies que hicieron parte de su zoológico privado?
Conmemorar su muerte hace parte de las maneras en las que la sociedad y el periodismo validan el sistema cultural en el que estamos todos inmersos. Unos, entonces, gritan que triunfaron las autoridades y por tanto el Estado, cuando fue el mismo Estado el que permitió la consolidación del capo. Otros lo asumen, según ocurre en Medellín, como un referente a seguir y atractivo turístico. Otros, como el exsenador Roy Barreras, fustigan el hecho de recordar al asesino serial.
Barreras dijo lo siguiente: “sinceramente, creo que la “conmemoración” de los 30 años del peor asesino de la historia de Colombia sólo sirve para alimentar su estigmatizante mito, cuando a este hombre cruel que asesinó a miles de inocentes con sus balas y bombas indiscriminadas solo debería otorgársela su peor castigo, que más que el repudio es el olvido. No mereció existir ni merece existir ni en la Memoria”.
No podemos olvidar lo que vimos salir de las entrañas de la sociedad en la que vivimos, señor Barreras. Y menos podemos olvidarnos de quienes buscando fortuna, dentro o por fuera de la ley, coadyuvaron a la confusión moral y ética en la que deviene la sociedad colombiana. El problema de la conmemoración no está en la celebración, sino en los tratamientos de los hechos que rodearon la vida de Escobar Gaviria, pero sobre todo, en evitar mirarnos el sucio ombligo al que está atado nuestro mayor problema: el ethos mafioso que nos guía como sociedad.
@germanayalaosor