Por GERMÁN AYALA OSORIO
Al largo y complejo conflicto armado interno colombiano hay que sumarle dos características más: de un lado, la degradación de sus actores armados y la consecuente desviación misional de paramilitares, militares y guerrilleros, que los involucró en la sistemática violación de los derechos humanos y del DIH; y del otro, el progresivo desvanecimiento de la expresión «enemigo interno», cuando agentes y sectores del régimen colombiano sobrepusieron a su causa los intereses individuales de mandos medios y de altos oficiales, comprometidos con la operación de narco estructuras como el Clan del Golfo, para solo señalar a la más sonada en los últimos días. La venta de armas y pertrechos a grupos al margen de la ley, entre estos a las guerrillas, ha sido una práctica recurrente que se suma a ese proceso de eliminación de la condición de un «enemigo interno» que, al final, no lo era tanto.
Esos mismos agentes militares, con la anuencia de sucesivas cúpulas militares y muy seguramente con el conocimiento de altas esferas del poder central en sucesivos gobiernos, recurren a «todas las formas de lucha», las cuales al parecer incluyen acciones “colaborativas” por parte de los grupos armados ilegales que históricamente combatieron. En esta columna se hará referencia a esta segunda característica que, elevada a la condición de hipótesis, podría servir para explicar o darle arraigo a las sospechas que circulan alrededor de acciones de guerra perpetradas por el ELN, en el marco de lo que se conoce como el “paro armado”.
Las incursiones de miembros del Ejército de Liberación Nacional (ELN) en las carreteras del Cauca hacen pensar en que hay un nivel de connivencia por parte de las fuerzas estatales, a juzgar por la tardía o inexistente reacción militar a la presencia de los ilegales en la vía Panamericana. El odio visceral con el que Iván Duque Márquez se refiere de tiempo atrás a esa estructura guerrillera y a la insinuación de que estarían operando con un sentido electoral y en interés de favorecer a un partido político, que el fatuo mandatario no identificó pero que sabemos a cuál se refiere, harían pensar que una reacción militar, con el uso de helicópteros, sería lo más lógico y probable para enfrentar la presencia irregular e intimidante de los supuestos miembros de esa guerrilla. Pero no.
Resulta, entonces, muy conveniente que en pleno proceso electoral, pero sobre todo, en medio de un sostenido rechazo social y político a lo que se conoce como el uribismo, del que Iván Duque hace parte, las FF MM hagan poco para evitar los impactos sociales, económicos, electorales y políticos del sonado paro armado decretado, según la versión oficial, por el ELN.
Circulan dudas alrededor de si la presencia de los elenos obedece a la capacidad del ELN y a la debilidad de las FFAA para controlar el territorio o si, por el contrario, se trataría de tropas que se hacen pasar por guerrilleros, cumpliendo con la tarea de asustar a la población y, por esa vía, alimentar la idea en los electores de que ante el deterioro del orden público, se necesita un gobierno de mano dura. Es decir, la aparente debilidad del gobierno de Duque ante el paro armado del ELN serviría para posicionar una vieja táctica uribista: siembran miedo para vender seguridad.
La erosión de la doctrina del enemigo interno se explica, además, por la progresiva privatización que de las FF MM viene provocando el uribismo, lo que hace ratifica que el negocio de la guerra es la variable que impide la consolidación de una paz total y duradera.
Así, los colombianos llegan a un escenario electoral cargado de intereses políticos dentro del sector castrense, interesados sus miembros en mantener viva la idea, manida y mentirosa, de que hay todavía un enemigo interno. Del lado de las guerrillas, estas obrarían más desde la lógica de un modus vivendi, ante la comprensión de que jamás podrán alcanzar el poder del Estado.
@germanayalaosor
+ Foto tomada de Elcolombiano.com