Paz chiquita y poder constituyente

Por YEZID ARTETA*

Una volqueta cargada con pepinos se volcó, expresó indignada una mujer campesina de la provincia de Ocaña. “Por estas trochas no pasa ni un mico con bastón”, soltó un agricultor del Catatumbo. Carcajadas entre las más de doscientas personas reunidas en el salón principal del colegio José Eusebio Caro de la antiquísima ciudad de Ocaña. El ingenio popular es más divertido que las monsergas de los académicos y la indolencia de los tecnócratas. El poder constituyente, camarada Negri, es creativo. Las voces que vienen de abajo, compañero Petro, contienen el sentido común que a veces les falta a los operadores políticos.

Entre los días 28, 29 y 30 de junio se llevó a cabo un foro ambiental y un encuentro de mutter courage —citando a Brecht— en las ciudades de Ocaña y Tibú. Asistió alrededor de un millar de personas. Ni una sola corbata. Sólo gente nortesantandereana que vive del transporte, el pequeño comercio, la tierra y el rebusque. Rostros quemados por el sol. Manos encallecidas. Ropa barata. Zapatillas piratas. Ningún gobierno ha hecho tanto por el Catatumbo, como la coca. Esto hay que decirlo. Los cultivos de coca han permitido que cientos de hogares catatumberos pudieran comer, vestirse y medio educarse. El petróleo, en cambio, trajo pobreza. Las regalías se volvieron plata de bolsillo de los operadores políticos. Norte de Santander es el departamento con mayores expectativas de paz, expresó un desconsolado firmante de paz. La paz no llegó al Catatumbo ni con Santos, ni con Duque. Siguen a la espera, como en el relato de Álvaro Cepeda Samudio.

El viernes 28 jugaba la selección absoluta contra Costa Rica. En la previa al partido se apreciaba un ambiente festivo en la provincia de Ocaña. La Selección es, por fortuna, el único hilo que logra coser a una sociedad rota y teñida de odio. Durante los noventa minutos de juego la región parecía el escenario de Golpe de estadio, el modélico filme de Sergio Cabrera. En el Alto del Pozo, los soldados profesionales que protegen la curveante carretera entre Cúcuta y Tibú se ponen en modo fútbol, lo mismo que los alzados en armas que merodean por los caminos. Nadie quiere perderse el encuentro. Es extraño. La selección de España, por ejemplo, no consigue juntar a todo el país, cosa que sí ocurre en Colombia. Es una impronta que no podemos desdeñar. La raíz de nuestra endémica violencia hay que buscarla en otra parte. En la proverbial corrupción, el clasismo, la irracionalidad de los gobernantes, el maximalismo guerrillero, la demagogia o en el decadente listón de valores que guía a la cultura colombiana.

Todos los gobernantes recientes de Colombia han buscado la paz a su manera. No como una política de Estado, sino de gobierno. Negociaron y pactaron con guerrilleros o paras: Betancur, Barco, Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe y Santos. Tuvieron aciertos y yerros. Duque pasó de puntillas sobre la realidad del país. Los yerros dejaron secuelas en buena parte del territorio colombiano. Incumplimientos. Un archipiélago de pequeñas violencias de toda índole. Frente a esta realidad, Petro tenía tres alternativas: no hacer nada como Duque, repartir plomo a la bartola o resolver con los actores armados y las comunidades las asignaturas que el Estado colombiano tiene pendientes con los territorios en los que ni siquiera llega la mano de los dioses. Petro, consecuente con un artículo que escribió en 2016, hizo lo tercero. Es una lástima que la oposición al gobierno esté más pendiente de la chismografía que de lo que está pasando en los campos de Colombia. Vagos, hay que estudiar, aconseja la senadora María Fernanda Cabal.

Mientras los operadores políticos cotillean, los alcaldes de provincia junto con sus comunidades se reúnen a cielo abierto. Las lideresas locales buscan soluciones a la deforestación. Los cocaleros claman por la sustitución de cultivos. Los maestros enseñan contra la adversidad. Los pueblos Barí y Wayuu que residen en la frontera colombo-venezolana, se resisten a la neocolonización. Los cebolleros reclaman vías. Los firmantes de paz, como el coronel de Gabo, esperan que el gobierno les escriba. Los jóvenes quieren una oportunidad que no sea la de terciarse un arma. El museo de Ocaña que, guarda las actas de la Asamblea Constituyente de 1828, necesita apoyo para que la memoria no se pierda. Los ambientalistas luchan para que los 490 humedales de la subregión occidental de Norte de Santander no desaparezcan. La hermana Blanca Margarita Dulce de las Dominicas de la Presentación de la Santísima Virgen, vestida con sus hábitos y micrófono en mano, alentó a cientos de mujeres reunidas en Tibú a seguir defendiendo el diálogo y la paz en el Catatumbo.

He aquí, señor Vargas Lleras, el poder constituyente. La asamblea constituyente vendrá después, luego de escuchar a la gente colombiana y conseguir un acuerdo con todo el arco político del país, de cara a que la paz se convierta en un propósito nacional: una política de Estado.  

@Yezid_Ar_D

* Tomado de la revista Cambio

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