Cinco mil canecas de basura se perdieron en Bucaramanga: robadas o dañadas. «De acuerdo con las autoridades, una banda se dedica a desmantelar estos elementos del mobiliario urbano…».
—No solo las canecas; aquí dañan y se roban lo que sea: las hormigas, la gorda, las pinturas de Spinoza, las estaciones de Metrolínea, cables de redes eléctricas, las tapas de las alcantarillas… lo que sea —gritó Maurén enfurecida—. Cuánta falta hace un gobierno de verdad, y autoridad que meta a la cárcel a tanto delincuente.
—Me parece utópica su propuesta, Maurén —contestó doña Nati—; vea usted que es imposible plantar un policía en cada estación, un policía frente a cada obra de arte, un policía cuidando cada alcantarilla y cada poste.
—No, pues, tampoco; pero sí les pueden echar mano a los delincuentes y castigarlos; para eso están las cárceles; y si se llenan las cárceles, pues hay que hacer más.
—El problema es más de fondo —interrumpió el ilustre profesor Gregorio Montebell—. Fíjense, por ejemplo, en el tipo que estacionó en pleno acceso al puente peatonal del Centro Comercial Cacique, seguramente porque “es un país libre”, y “como la vía es pública, yo puedo pararme donde quiera”. ¿Recuerdan ustedes al Destroyer, de Héctor Suárez, cuya obsesión era dañar?; en eso se ha convertido nuestra sociedad, en dañar o apoderarse de lo público, solo porque es público; y en lo privado, cuando “dan papaya”.
En Colombia se bota basura a la calle porque para eso están los escobitas, y para eso se les paga. Aquí lo normal es tirar chicles y colillas a los orinales y orinar en los bordes de los sanitarios; y lo anormal es ceder la silla, ayudar al desvalido, pagar el pasaje, cumplir las normas, hacer silencio y no incomodar al vecino. Esto debería aprenderse en casa, pero las familias ya están contaminadas, y hace falta asociar casa y colegio para formar en educación cívica, medioambiente, manejo financiero, habilidades blandas, resolución de conflictos y democracia.
Si hay formación, es fácil entender las normas, respetar la autoridad y convivir en paz: ¡Escuelas en vez de cárceles!
Mensæ tegumentum. En una grata visita a Charalá, en medio de las manifestaciones ciudadanas por la reivindicación del 4 de agosto como fecha trascendental en la historia del país, le dije a uno de tantos maestros del tiple que produce esta región que hay mucha gente que se avergüenza por sentirse obligado a caminar al ritmo de la banda marcial, así no vaya en el desfile. Él me contestó: «A mí no me avergüenza seguirle el ritmo a una banda marcial; esa es una condición natural de ritmo en los seres vivos. Me avergüenza seguírselo al reguetón».