Petro, Bukele y su mega cárcel

Por GERMÁN AYALA OSORIO

La cárcel como institución disciplinante representa el fracaso de la convivencia social y de todo proceso civilizatorio. Constituye además el triunfo aparente, y por tanto engañoso, de esa parte de la sociedad que aplaude el confinamiento, al tiempo que esconde las miserias y los crímenes de quienes por largo tiempo han fungido como referentes de moralidad y eticidad: las élites de Estado de las que habló en su momento Miliband.

El presidente del Salvador, Nayib Bukele, pletórico de felicidad, inauguró recientemente una mega cárcel a la que llamó Centro de Confinamiento del Terrorismo (CCT). La capacidad instalada de dicho reclusorio alcanza para albergar a 40 mil terroristas, tal y como califica el gobierno del país centroamericano a las pandillas de ladrones, sicarios y secuestradores. El fenómeno de las o los Maras (pandillas criminales) en dicho país consolidó en el tiempo la idea que hoy concreta Bukele de un Estado que, con toda la capacidad disciplinante, castigue a quienes violaron los derechos humanos de la “gente de bien”. En esa división moral, ya emerge la derrota de la sociedad salvadoreña y todas aquellas que insisten en la penosa clasificación. “Gente de bien” que podría ser responsable de lo que aconteció antes y después de la guerra civil, fruto del cruento enfrentamiento bélico entre el FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional) y tropas oficiales.

Las críticas al CCT de Bukele no se hicieron esperar. El presidente de Colombia, Gustavo Petro, no pudo evitar la tentación de calificar la cárcel como “campo de concentración”. El cruce de opiniones entre ambos presidentes no debería ocultar el trasfondo de la discusión: cualquier cárcel, como Guantánamo o las muy seguras prisiones gringas, o las inmundas penitenciarías de Colombia, representan la derrota moral de los regímenes que las construyeron y las mantienen en operación.

Para el caso colombiano, la vergüenza es superior, por cuanto los centros carcelarios funcionan como hostales y hoteles en los que criminales de cuello blanco y otros con menos linaje, viven a sus anchas. Empresarios, políticos, ex policías, exmilitares y paramilitares, entre otros, se pasean a sus anchas por los pasillos, con la anuencia de sus custodios y lo que es peor, con el silencio cómplice de presidentes de la República y de congresistas que, a pesar de ver y conocer la corrupción al interior del INPEC y de los problemas administrativos de la USPEC, aceptan esa tenebrosa realidad ante la imposibilidad de acabar con esas instituciones o de ponerle freno a la corrupción. El costo político de hacerlo nadie lo quiere asumir.

Las cárceles colombianas expresan el triunfo del ethos mafioso y la derrota moral y ética de la sociedad. Es tal la confusión moral en Colombia, que políticos condenados por corrupción, pernoctan cómodamente en unidades policiales y militares. Al convertir los batallones en cómodas cárceles para criminales de cuello blanco y a policías y militares en sus carceleros, se naturaliza el ethos mafioso y, por ese camino, la sumisión a los civiles por parte de los uniformados, se convierte en un saludo a la bandera y en la patente de corso para que estos, el día de mañana, puedan delinquir, siguiendo los pasos de sus inmorales referentes: políticos que han estudiado en prestigiosos colegios y universidades.

Sí, claro que el CCT de Bukele es un “campo de concentración” y constituye una derrota a los ya tormentosos procesos civilizatorios del país centroamericano. Pero también es cierto que nuestras cárceles son escuelas del crimen desde donde los presos siguen delinquiendo. La única diferencia que por ahora veo entre la mega penitenciaría  de Bukele y las prisiones colombianas es que las víctimas de los detenidos en el CCT podrán estar más tranquilas que las víctimas de los ladrones, secuestradores y asesinos que pagan condenas en las cárceles colombianas. Sabemos que, gracias al ethos mafioso, desde nuestras cárceles (hoteles y hostales) los condenados o sindicados siguen manejando los turbios negocios y las redes de sicarios, en contubernio con policías, políticos y militares.

Mal hace Petro en criticar a Bukele, pues ambos países comparten la misma realidad: sus procesos civilizatorios devienen fallidos. Y sus cárceles, grandes o pequeñas, limpias o sucias, deberían de avergonzar a sus respectivos pueblos.

@germanayalaosor

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