Por JORGE GÓMEZ PINILLA
Comencemos por citar lo que le escuché a un amigo cuyo nombre me abstengo de pronunciar, pero es un caricaturista famoso: “Petro va a volver a perder, por pendejo”.
En alguna columna anterior dije que Gustavo Petro tiene el mejor programa de gobierno y estaría encantado de ver que se aplique en mi país. Es un programa ambicioso, plantea grandes transformaciones, es visionario y no pretende la revolución por decreto, como sus enemigos han querido hacer creer a muchos. O como dijo Claudia López el domingo pasado en entrevista para Semana: “Gustavo tiene una comprensión del desafío del cambio climático. Genuinamente y de corazón, cree que la desigualdad en Colombia es un problema profundo. Y que la corrupción y la inequidad no permiten que las mayorías colombianas se incluyan”.
En la anterior elección Petro se hizo a ocho millones de votos, lo cual se traduce en que cualquier consulta para escoger al candidato de la centro-izquierda debe contarlo entre sus opciones, y el que no se atreve a confrontarlo en ese terreno es porque teme perder. Y ese pusilánime tiene nombre propio: Sergio Fajardo, primer responsable del regreso de Uribe al poder, cuando tuvo en sus manos los votos para juntarlos con los de Petro e impedir la tiranía, la porquería de gobierno que hoy nos toca padecer. Pero anunció su voto en blanco y se fue a ver ballenas, el muy irresponsable.
El problema con Petro, de todos modos, es que teniendo el mejor programa, “no se ayuda”. A veces en temas de forma, a veces de contenido.
Los de forma tienen que ver por ejemplo con la redacción de sus trinos en Twitter, donde uno encuentra cosas como: “En ese debate sobre el derecha, centro e izquierda en donde no son capaces de decir porque nos tildan de extremistas, se esconde un verdadero debate. Nos proponemos un pos neoliberalismo, debemos salir del neoliberalismo, quienes esta de acuerdo” (sic). Ver trino
Y en una entrevista reciente con la W Radio dijo cosas muy interesantes, pero no dejaba de golpear un lapicero sobre su escritorio, produciendo un ruido molesto para los oyentes y muy incómodo para quienes padecemos de misofonía, consistente en “irritabilidad ante sonidos como el goteo de un grifo, el ruido de alguien mascando chicle o cliqueando un bolígrafo”. ¿A qué obedecen semejantes descuidos, diríase reiterados, en el manejo de su imagen, y por qué nadie se lo advierte?
¿Por qué no puede agradarnos con una charla impecable tanto en sus lúcidos planteamientos como en el control de las condiciones de sonido que le rodean, sin que toque soportarle durante casi media hora un golpeteo del que pareciera no ser consciente? Pueden parecer asuntos baladíes, pero deberían ser tenidos en cuenta cuando se trata de un aspirante al primer cargo de la nación.
Ya en asuntos de contenido, el discurso de Petro va cargado de verdades demoledoras, soluciones viables y análisis certeros, pero preocupa que en lugar de mostrar el talante que se espera de un estadista, se le ve dedicado a cazar peleas a diestra y siniestra, en plan de picapleitos con rivales hasta de su propia orilla, a los que podría necesitar más adelante. Pero prefiere quemar puentes y asumir una estrategia de confrontación radical con todo el que propone soluciones diferentes.
Hablo desde una visión de izquierda liberal, y por eso fue que en columna anterior planteé la posibilidad de una alianza estratégica de Petro con la persona que mejor reúne el talante, el tono conciliador y la experiencia requeridas para defender el proceso de paz, Humberto de la Calle, quien propuso “construir una coalición que en el 2022 haga presencia con un programa compartido, construido de manera transparente y sin equívocos”. (Ver columna).
¿Por qué entonces no buscar un acercamiento con el liberalismo -o con lo quedó de este luego de la debacle armada por César Gaviria- y tratar de armar una coalición progresista que convoque a otras fuerzas y permita lo que De la Calle propuso en la columna citada, una “ingeniería a la inversa”, donde cada uno de los interlocutores comience por fijar los puntos en los que no está dispuesto a ceder? ¿Es mucho pedir?
Lo que debe quedar claro es que Petro no puede presentarse como el único salvador de los problemas que agobian al país, se requiere mostrar un equipo de gobierno que brinde confianza, y esto exige hacer concesiones con otras tendencias de la centro-izquierda, pues su equipo no puede estar integrado exclusivamente por gente de su movimiento. ¿O sí…? Y si es así, ¿quiénes son?
En trino reciente hablé del “rebaño petrista” en referencia a los que dentro de su movimiento le siguen al pie de la letra hasta sus tuits de redacción confusa. Algunos se vinieron en gavilla y comprendí que quizás debí diferenciar los admiradores de Petro -entre los que me incluyo- de sus adoradores, sus fans, quienes conforman una especie de barra brava dentro de las redes sociales y enturbian el ambiente, cual si siguieran un modelo calcado de las bodegas uribistas.
Sea la ocasión para disculparme con los petristas que se sintieron injustamente tratados, pero lo que quizás unos y otros -admiradores y adoradores- no han sabido entender, es que al hacer críticas constructivas no se pretende entorpecer un eventual triunfo de Petro, sino allanar el camino que lo haga posible, consciente como soy de que a Petro no lo pueden dejar por fuera. Y esto comienza por no cerrarse a la banda, y luego por comprender que se trata de sumar fuerzas, no de restar, menos de dividir.
DE REMATE: Pensarán que recibo comisión de Netflix por promover lo que algún petrista definió como “una visión edulcorada” de la política, pero me sostengo en que cualquier político que quiera desarrollar un proyecto honesto al servicio de la gente, debería ver Borgen. Como dije en columna reciente, allí se entiende que la política consiste en llegar a acuerdos con los contrarios, no en imponer sus ideas a la brava.
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