Pinceladas de un pueblo disruptivo

—Me tocó discutir con un anciano como de cuarenta y tantos años por los derechos que debemos tener los jóvenes para tomar nuestras propias decisiones —dijo Catalina Arana mientras se sentaba a la mesa sobre sus piernas cruzadas.

—Uy, bájele —respondió Maurén desde otra mesa—; yo entiendo que a su edad una persona de más de treinta años es alguien “mayor”, pero eso de meternos a la ancianidad desde los cuarenta, tampoco.

—Pues el tipo quería darme lecciones dizque de civismo y de urbanidad y de no-sé-qué más cosas, y terminó diciendo que en la naturaleza de los jóvenes está el ser disruptivo, pero que es importante reconocer nuestro contexto para ser propositivos y no para hacer daños o dejarlos hacer. Yo no le entendí muy bien, y preferí dejarlo con la palabra en la boca.

—¿Y usted se dejó insultar así, alegremente, y no le contestó nada? —dijo airada Maurén— ¿Cómo así que disru… qué?

—Disruptivo —interrumpió el profesor Bernardino desde la mesa que compartía con el ilustre profesor Gregorio Montebell—, y eso no es un insulto. De hecho, es importante que haya disrupción cuando se es propositivo, porque se rompe con la manera tradicional de ejecutar algo; pero debe haber introducción de ideas nuevas para agregar valor, no para quitarlo, y es bueno ser disruptivo porque se entra a adecuar el entorno a las nuevas circunstancias; se adapta el entorno a lo nuevo, a la propuesta que actualiza y mejora. Incluso en la educación, ser disruptivo supone cambios que faciliten la generación de conocimiento y permitan que el estudiante explore sus propios métodos de aprendizaje a partir de la investigación y la experiencia, en vez de los procesos de evaluación tradicionales. El problema es que esta conducta puede convertirse en amenaza, porque los jóvenes, y los no tan jóvenes, deberían estudiar y analizar las circunstancias antes de ser disruptivos “porque sí” o “porque soy joven, y qué”, puesto que terminan haciendo daño, que es precisamente lo que nos está pasando en las sociedades, que son “dominadas” por los jóvenes, que, a su vez, son manipulados por los medios, que les indican qué hacer y qué consumir.

—Ahí venimos siempre a parar, a los medios de comunicación —intervino Montebell—, pero lo disruptivo está regado en la sociedad de una forma tenebrosa, que llevará pronto al colapso. Fíjense ustedes que, por ser diferentes o por llevar la contraria, o por hacerse notar, el pueblo elige a congresistas idiotas, que solo saben publicar videos, insultar y pegar avisos; los mensajeros son ahora los dueños del país; Esperanza Gómez y Amaranta Hank protagonizan la vida política nacional; las noticias hablan de lo viral, de perros, de sus propios “realities”, pero no informan sobre lo importante. Lo disruptivo se torció tanto y se malinterpreta tanto, que ser disruptivo es agredir a la autoridad y bravearle al peligro, enfrentar el camión, transitar en contravía, transgredir la ley, pagar cientos de miles por llevar los pantalones rotos y pagar en un restaurante para que un mesero muérgano lo insulte. Y vaya uno a atreverse a ser disruptivo frente a lo socialmente disruptivo, y se le viene el mundo encima, porque entonces el loco es uno.

 @PunoArdila

(Ampliado de Vanguardia)

Sobre el autor o autora

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial