Por SANDRA GARCÍA
Cuando al candidato presidencial Federico Gutiérrez se le escuchó decir “plata es plata” en una entrevista el 24 de abril, no solo reveló allí total ignorancia sobre el presupuesto nacional y las regalías. Más allá de su evidente desconocimiento de lo económico y lo administrativo, expuso además el contexto barrial de una frase que se pronuncia casi como un mantra y que en el mundo de la criminalidad puede desatar nefastas consecuencias: no importa cómo se consiga el dinero, lo importante es conseguirlo. Vale todo.
O como reza la famosa sentencia pedagógica de un padre antioqueño a su hijo: «Consiga plata honradamente, mijo; y si no puede, consiga plata mijo…».
El narcotráfico y el auge de Pablo Escobar en los años 70 y 80 alimentaron ese pensamiento en la población, muchos jóvenes antioqueños vieron como recurso de supervivencia la anticultura de los narcos, en un país donde siempre han reinado la inequidad social y la violencia. Reclutar jóvenes de barrios vulnerables con enormes necesidades creó batallones de sicarios dedicados al intercambio de vidas por dinero. Después de cuatro generaciones, este ‘emprendimiento’ criminal sigue vigente.
Actualmente en Medellín se puede hablar de 5.000 sicarios o más, si se tiene en cuenta que desde los 10 o 12 años los niños son iniciados y reclutados por la más diversa laya de grupos al margen de la ley. Y ha cobrado centenares de vidas, como el reciente crimen contra la humanidad de Mauricio Balanta, sindicalista de la Universidad del Valle, asesinado por un sicario que nunca conoció al contratante.
Pero la consigna “plata es plata” ya no se mueve solo en la ilegalidad de la Oficina de Envigado o del comercio macro y micro de la droga, sino que incluye “tragedias familiares” como la vivida por la vice Marta Lucía, y aviones decomisados a personas “de bien”, como el esposo de la señora Azcárate.
Hoy en Colombia es posible aplicarles trazabilidad a los sectores políticos y del estamento militar que se apropiaron de ese mantra. En lo militar está la declaración a la JEP de alias Otoniel, quien antes de ser sacado a las volandas contó que los generales Leonardo Barrera y Henry William Torres Escalante hacían parte de la nómina del Bloque Centauro mientras fueron comandantes de la Brigada XVI del Ejército en Casanare, en 2005 y 2007 respectivamente, durante el gobierno de Álvaro Uribe.
Los evidentes vínculos de oficiales del Ejército y la Policía con paramilitares y bandas criminales son prueba patética de la corrupción dentro de la institución, del problema ético que tienen frente a los manejos indebidos de dinero de procedencia ilegal.
La política no se queda atrás, como se ha observado en congresistas que reciben prebendas o cash money para favorecer proyectos y leyes. El caso más protuberante es sin duda el “tumbado” que hizo el gobierno del subpresidente Duque en complicidad criminal con un Congreso mayoritario al tumbar -valga la redundancia- la ley de Garantías, lo cual puso a circular en muchos municipios dinero de las arcas del Estado a manos llenas. Hasta hace unos días, cuando la Corte Constitucional le puso el tatequieto a semejante desafuero. Pero fue un poquitín tarde, porque la plata ya la habían repartido.
Es sabido también de dineros de narcos financiando cierta campaña en particular, sumado al robo cínico del erario que viene haciendo nuestra clase política, de frente, sin reato moral alguno. No les basta que solo en sueldo mensual reciban 30 veces de lo que gana un colombiano promedio. Plata es plata, ninguna es suficiente, su avaricia no tiene límites, no conocen la palabra “honorable”, les irrita.
Hablando de honorabilidad, esta al parecer también la han perdido los medios de comunicación mediante la venta de sus propias líneas editoriales al mejor postor. Plata es plata, a diario le tuercen el pescuezo a la verdad, en sujeción a las directrices trazadas desde los gremios económicos o desde la Presidencia de la República con su exquisita mermelada publicitaria.
Ahora la falta de profesionalismo se protege con la fama del periodista, muchos sin ningún rigor ético reproducen información falsa a sabiendas de que lo es, no les importan las consecuencias y menos las víctimas de sus falsedades. Como dice Calle 13, “una noticia mal contada es un asalto a mano armada”.
¿Nuestra falta de ética frente al dinero podría ser el resultado de una sociedad fallida y desesperada, o de una sociedad permisiva hasta el desmadre, que normalizó desde lo cultural el ethos mafioso, la búsqueda de dinero por cualquier medio, legal o criminal? ¿Estamos cultivando acaso nuestra propia desgracia, el desbarrancadero moral del país?
Y por último, no sobra preguntarse: ¿se traducirá todo lo anterior en la elección del peor candidato posible, el más querido por las mafias? ¿Mejor dicho, cuánta plata estarán poniendo para concretar ese cruce?
Hagan sus apuestas.
* Foto de portada, tomada de Infobae