Por FREDDY SÁNCHEZ CABALLERO
El titular lo debo a una canción del grupo español de Rock alternativo “Def con dos”, que a su vez lo parodió del poeta romano Juvenal. En su tradicional crítica ácida, ellos promueven consoladores antes que cilicios, y pregonan el sexo antes que los toros o el fútbol, porque en la estupidez ha estado el enemigo organizado, sobrio y aburrido… El escuadrón de las sombras ataca, -gritan.
Lejos de lo que pudiéramos pensar, en sus orígenes, 100 años A.C. la frase de Juvenal “Panem et circenses” era ya una metáfora peyorativa, referida al intento de apaciguar a un pueblo inconforme con las acciones fracasadas de sus gobernantes. Conocedores de la naturaleza humana y de los vericuetos del sometimiento colectivo, los emperadores repartían trigo sin ningún costo cuando detectaban brotes de inconformidad social, y organizaban juegos, cuyas entradas al anfiteatro eran repartidas gratuitamente.
“Brot und spielen” es la traducción al alemán del mismo concepto, que cada año se sigue celebrando en Trier, la antigua capital romana construida por Constantino, quien fundara esta ciudad, inicialmente bautizada Tréveris, para solidificar las bases del cristianismo imperial entre la cultura germana, al pie de una fuente de aguas termales que curaba sus heridas de guerra más que su fe. Allí donde encontraban aguas calientes, los romanos inventaban una ciudad, con sus baños licenciosos, y humeantes, su panteón y su circo, a donde ya no era menester sacrificar cristianos, sino a los bárbaros del norte que no querían acogerse a las bondades del nuevo Dios, recién impuesto por Elena, madre del emperador. Posiblemente esa haya sido la fuente de inspiración para los juegos olímpicos de 1936 que promovió Adolfo Hitler, con el propósito de demostrar la superioridad de la raza aria. En ese antiguo anfiteatro, tuve la oportunidad de presenciar dicho espectáculo circense. Era mediados de un agosto veraniego, grandes grupos de actores representaban a los gladiadores de antaño, ataviados con armas y escudos de cartón, mientras los bárbaros, ateridos ante la presencia amenazante de leones de utilería, desafinaban cánticos rituales dedicados a la diosa Sól. Fue el final de los dioses paganos, gritaba un poeta anónimo: el sol comenzó a ponerse negro, la tierra se hundió en el mar, las estrellas brillantes se dispersaron en el cielo y el fuego voló hacia lo alto…
Cuando ya creo haberlo visto todo, la realidad se encarga de recordarme que habito una república inestable llamada Colombia, y pese a las coincidencias con el pasado, nuestros predecibles gobernantes siempre encuentran la manera para sorprendernos. Saben que la historia es un berenjenal, y aunque no tengan la certeza de cómo anudar entuertos, sí saben la fórmula para desfacerlos: pan y circo.
Ahora ellos, expertos en eufemismos y conspiraciones, anuncian la aparición de un enemigo abstracto al que hay que confrontar con vehemencia: “la revolución molecular disipada”. No saben de lo que se trata, no tienen la certidumbre de a quién señalar o disparar, pero suena conveniente para infundir temor, y sacar todos los juguetes de que se dispone para amedrentar a cualquiera. Nunca, desde la toma del Palacio de Justicia por parte del M19, se había visto tal despliegue de fuerza en este país. Helicópteros, tanques, camiones de infantería con armas pesadas, y miles de soldados armados como para “la guerra de los mundos” de H. G. Wells, todo ello para tratar de aplastar a un pueblo indefenso, hambriento, desarmado.
No es la primera vez que se aplica dicha alegoría romana en estos lados de la mar océano. En tiempos del Palacio de Justicia (1985), ya Noemí Sanín lo intentó con relativo éxito programando un partido de fútbol en todos los canales de televisión mientras fuerzas oscuras oficiales incendiaban, torturaban y desaparecían a subversivos, magistrados y civiles. Treinta y cinco años después aún desconocemos toda la verdad. Un poco antes ya el general Videla, dictador argentino que sembró de muertos su territorio, promovió el mundial de fútbol 1978, arreglando el paso de su seleccionado a la final, en un escandaloso partido frente a Perú que acabó 6 x 0, justo el marcador que requería para avanzar.
La tercera reforma ideada por Carrasquilla para este gobierno, presentada bajo el engañoso nombre de “ley de solidaridad sostenible” fue, esta vez el detonante. Caracterizada por la excepción de impuestos para los megaempresarios, y una mayor carga tributaria para las clases menos favorecidas, el país se incendió en medio del pico más alto de la pandemia y el aumento exponencial de la miseria. Afrontar el cóvid, y financiar programas sociales parecía un buen pretexto. No obstante, las redes virtuales y algunos periodistas alternativos se encargaron de desenmascarar las verdaderas intenciones del sátrapa: Comprar 24 aviones de guerra, nuevas tanquetas, glifosato en cantidades industriales, y repartir dinero a los banqueros y oscuros financiadores de su campaña. Toda una estrategia para ahondar la desigualdad social, posesionada en este país en la cúspide de sus desgracias. Una vez el pueblo comenzó a protestar, el estado optó por su plan A, soltar los perros de presa para intimidar a las masas, infiltrarlas para desatar desmanes y tratar de desprestigiarlas ante la opinión pública. Pero la resistencia del pueblo ha sido mayor, y no solo ha desafiado al covid, sino a los militares y al gobierno. Los marchantes conformados en gran medida por jóvenes que ven vulnerados sus derechos y comprometido su futuro, se han volcado a las calles con más fuerza, repitiendo arengas, cánticos, mensajes y grafitis que “el escuadrón de las sombras”, borra por la madrugada. Si algo caracteriza a este gobierno es su afinidad con la oscuridad.
La muerte campea por las ciudades con su plan macabro sacando los ojos, violando a las muchachas, desapareciendo o asesinando jóvenes, como lo hemos visto en innumerables vídeos. Al momento de este artículo los muertos pasan de cincuenta y los desaparecidos de quinientos. Toda una verdadera masacre capaz de sonrojar a Videla y Pinochet. Pero los jóvenes, acompañados por comunidades indígenas y camioneros, no dan su brazo a torcer. El presidente no le ha puesto la cara al problema, y aunque ha retirado su reforma criminal, ya nadie le cree. Su anunciada reforma a la salud tiene trazas de ser mucho más perversa. Inmerso en un set de televisión que tomó por asalto por más de un año, Duque desoyó el llanto de las madres, los gritos de los manifestantes, sus propuestas; y cada día se presentaba ante las cámaras, minimizaba las marchas, hacía un recuento de la pandemia, y se autoerigió como un ejemplo para el mundo pese a lo errático de su manejo.
En los años 1600, diría Joe Arroyo, grupos de limpieza social hacían rondas nocturnas con sombreros de ala ancha, arcabuces y espadas de plata en los extramuros de Ámsterdam, para desestimular ladronzuelos mientras posaban para Rembrandt. En Cali la “gente de bien” se toma selfis, filma sus tiroteos y deambula en sus camionetas de lujo sin placas, con camisas blancas, sombreros aguadeños y armas de fuego de todos los calibres disparando a quienes importunan su siesta y amenazan sus privilegios.
En las festividades del Brot und spielen de Trier se exhibe con pompa el Santo clavo y la Santa Túnica, traídas por Elena desde Constantinopla, reliquias de autenticidad incierta que inspiraron a ejércitos de cristianos para aventurarse a Tierra Santa, incendiar antros de perdición de aspecto sombrío, y cortar gargantas a los impíos en nombre de la fe. Pero los propósitos de la cruzada uribista contra la intangible “revolución molecular disipada” no son tan elevados, ni tan cristianos, es cuestión de defender sus riquezas, su tierra mal habida, cumpliendo órdenes de un desquiciado aferrado al poder y en procura de su impunidad.
El espíritu sopla a donde quiere, afirma San Pablo, por ello no es de extrañarnos que una fórmula comprobadamente exitosa haya rebasado los límites del tiempo y el espacio para instalarse en las calles de este atribulado país. Es el plan B, el as bajo la manga de los gobernantes incompetentes, de las “ineptocracias”, diría Oppenheimer. Emulando a Videla, Duque se aferra a “La copa América”, como una forma de pasar a la historia por algo medianamente digno. Quizá por insinuación de su amigo Macri, quien padecía una situación similar en Argentina. La Copa América es su circo. Ya Pacho Santos gastó infructuosamente parte de su tiempo, tratando de traer el reinado universal de la belleza al país durante todos los períodos de Uribe, para intentar tapar los 6.402 casos de falsos positivos; ¿qué puede salir mal? El individuo que sistemáticamente ha incumplido todas las promesas de campaña a sus ciudadanos, alega que debe cumplir la promesa hecha al corrupto expresidente argentino. Es claro que todo propósito humano es inconcluso presidente, pero recuerde, que un pan ensangrentado es amargo, y un mal circo no le será suficiente.
Dice José Azel (Panam Post), que el nombre “Panem” de ese país distópico de “Los juegos del hambre”, es tomado del latín “Panem et circenses” que acuñó Juvenal. Gracias al uribismo, gran parte de la población colombiana que vive en los campos y cordones de miseria urbanos, se halla inmersa en ese juego maldito hace 20 años. Esta temporada, en las grandes ciudades, asistimos en directo a otra saga siniestra: La purga, salida de alguna mente diabólica, tan podrida como la de quien dio la orden de usar sus armas contra la población inerme, a los escuadrones de las sombras desde un Twitter. Si algo encarna a este gobierno es la oscuridad.
La Copa América es el último bastión para este bisoño regente de circo pobre, cuyos leones mueren de hambre en las calles con el estómago pegado al espinazo, pero dispuestos a devorar sus entrañas, resistiendo, aguantando. En tanto el innombrable observa el lúgubre espectáculo encumbrado en su soberbia con un dispositivo digital en sus manos pequeñas, como ese legendario emperador romano tocando la lira, improvisando añoranzas, voceando promesas ajenas, órdenes cifradas con apariencia ambigua, mientras el país arde. -El escuadrón de las sombras ataca-, grita Def con dos. (F)