¿Por qué tantos feminicidios? Aquí una posible explicación

La violencia masculina contra la mujer ha adquirido casi carácter de pandemia, sobre todo en un país tan conservador, machista y católico como Colombia. Y esto requiere una explicación.

En 2020 se presentaron 227 casos de feminicidio, 33 de estos contra niñas y adolescentes. Hasta el 13 de enero de 2021 van 16. Solo entre diciembre y lo que va de enero se han presentado siete feminicidios de niñas.

Un primer elemento a analizar en busca de una explicación, es que el mundo asiste a nuevos esquemas en las relaciones de pareja, lo que podríamos llamar una “relajación de las costumbres”, en parte gracias al fenómeno avasallador de la Internet que divulga información a todo nivel (desde la académica o científica hasta la más íntima y procaz, pasando por la basura que inunda las redes sociales), y en parte ligado a esquemas publicitarios que siguen mostrando a la mujer como objeto sexual.

Las mujeres están rompiendo esquemas autoritarios o modelos atávicos de sumisión al hombre. Foto tomada de Telesurtv.com

La tensión entre lo antes férreo o doctrinario y lo ahora liberador está provocando dramáticos rompimientos de todo tipo en altísimo número de parejas, en muchos casos con desenlace fatal. Como dijo Bernard-Henry Levy en un libro Hombres y Mujeres, “desde que hay amantes, hay celosos. Y los celos son inconfesables. Y hay hombres que estrangulan a su mujer”.

La relajación de las costumbres no significa que las mujeres se han vuelto infieles o fáciles (aunque la proporción ha crecido), sino que están rompiendo esquemas autoritarios o modelos atávicos de sumisión al hombre, y empiezan a ser conscientes de que son dueñas de sí mismas en lo sexual, en lo emocional e incluso en lo laboral, donde cada día más jefes reciben su tatequieto.

Esto constituye una verdadera revolución de las costumbres, y toda revolución viene acompañada de nuevas relaciones de poder, en las que hay vencedoras y vencidos, así como víctimas y victimarios.

Se cree víctima el hombre que no tiene plena seguridad de que su mujer le está siendo fiel (en un escenario donde hasta el ‘quickly’ acecha detrás de una puerta), pero la verdadera víctima es la mujer cuyo novio o marido se niega a entender que ese ‘cuerpito’ ya no le pertenece, porque ahora tiene una administradora plenipotenciaria que decide con quién –o quiénes- compartirlo, o disfrutarlo, o simplemente acompañarlo.

En alguna ocasión la entonces presentadora de TV Margarita Vidal afirmó que “en Bogotá todos se comen con todas”. Esto no significa que se armó el despiporre universal, sino que la práctica del sexo ha adquirido una connotación diferente a la que manejaban nuestros padres o abuelos, cuando se le asumía como un deber dentro del matrimonio, con el fin único y “sagrado” de la procreación. Hoy el sexo se asume básicamente como la exploración de dos cuerpos ligada a la búsqueda del goce físico, y en asunto de camas y revolcones es más lo que se oculta que lo que se sabe.

Hablando entonces “a calzón quitado”, las mujeres han revertido una pirámide jerárquica en la que antes ellos eran los dueños del cuerpo de la mujer, y la orden venía desde la parroquia, que hablaba de obediencia y sumisión al hombre. Pero eso fue en un ayer cada día más lejano, pues ahora las mujeres comienzan a asumir su propio cuerpo en un plano de autonomía individual que termina por alebrestar a los ‘machos’, al punto de envalentonar a más de uno hasta el grado de la paliza, el rosario de puñaladas o el ácido vertido sobre su rostro.

Lo más preocupante es que esto con cada día que pasa se pone peor y el origen de tanta violencia feminicida tiene que ver con que muchos ‘varones’ llegaron tarde a la cita de la liberación femenina, mediante la cual la mujer viene ocupando unos espacios en los que antes desempeñaba un papel de obediencia o inferioridad. Cuando esa conquista de su propia libertad sexual choca contra un sentimiento atávico de posesión machista, es cuando sobreviene la tragedia.

Por cuenta sobre todo de Internet, estamos en la cresta de la ola de una súbita transformación que no sabemos claramente a dónde nos va a conducir, y mientras no esté ligada al cambio de modelo cultural que se debe dar desde el sistema educativo, no conducirá a nada bueno.

Es impostergable replantear las relaciones de pareja tal como todavía se conciben, para abrir las compuertas hacia una sana libertad donde nadie sea dueño del otro, y el cariño o el amor no posesivos impongan la parada, de modo que si el amor se extingue no se armen los terribles dramas pasionales que estallan cuando alguien que se creía dueño del otro (o de la otra) se entera de que no era así, y es la realidad la que se encarga de aterrizarlo.

@elunicornioco

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