Por JORGE SENIOR
La inminente victoria popular que anunciábamos en la pasada columna, pocas horas antes de las elecciones, se produjo con toda su euforia. Una atmósfera de irrealidad respiramos durante la primera semana. No era para menos: por primera vez en su historia, Colombia tendrá un gobierno de izquierda. En realidad se trata de un gobierno de coalición que une a la centroizquierda con la centroderecha. Y si a esto le agregamos la coalición parlamentaria que ya se viene cocinando de modo que el nuevo gobierno tenga la gobernabilidad para legislar las reformas previstas, lo que observamos es una amalgama variopinta de sectores políticos. Pese a ello, la izquierda tiene el liderazgo del proceso reformista, vertebrado en el programa que el Pacto Histórico presentó a consideración de los colombianos en cabeza de su fórmula Gustavo Petro – Francia Márquez.
Las tradicionales banderas de la izquierda han sido siempre la inclusión, la igualdad, el progreso social, las libertades individuales y colectivas, los derechos humanos, la paz y el medio ambiente. En resumen, se trata de la profundización de la democracia. Las reivindicaciones identitarias que viven un nuevo auge en este siglo y la popular bandera moral anticorrupción, hacen parte de esa misma historia que parece concentrarse en lo social en contraposición aparente a lo económico. Todo indica que la izquierda en Occidente se ha quedado rezagada y a la defensiva en los ejes económicos del progreso, desde que en la década de los ochenta el neoliberalismo se fue convirtiendo en hegemónico.
Mientras la izquierda clásica abanderaba el desarrollo de las fuerzas productivas y estaba dotada de una cosmovisión comprometida con la ciencia y la tecnología, a partir de 1980 la influencia oscurantista del posmodernismo fue penetrando las izquierdas tanto en Europa como en las Américas. A tal punto ha llegado esa desorientación que hoy por hoy hay sectores anticiencia y conspiranoicos no sólo en la derecha sino también en la izquierda, tanto en el primer mundo como en Latinoamérica.
La prioridad del concepto negativo de “resistencia” y el abandono del concepto propositivo de “revolución” es sintomático de una izquierda contestataria reducida a una condición defensiva y carente de horizonte utópico. Más allá de reductos marxistas anquilosados que insisten en modelos fracasados, no hay ya una propuesta de sociedad de nuevo tipo, ni una idea nítida de cómo podría ser una sociedad poscapitalista.
En ese contexto toca remitirse a una estrategia de aconductar el capitalismo al estilo keynesiano y socialdemócrata, regulando el mercado e intentando ponerle un rostro humano al sistema con un criterio centrado en la solidaridad y el bien común. El modelo europeo de Estado de Bienestar es el referente. Es un modelo ya probado, con vasto acumulado de experiencias en el mundo, así que no se trata de una aventura hacia lo desconocido ni de realizar arriesgados experimentos sociales. Las lecciones del siglo XX han sido aprendidas.
En la escala global, esta estrategia tiene como columna vertebral la lucha contra el cambio climático antropogénico. En buena hora el presidente electo es un político de vanguardia que buscará posicionar a Colombia en el liderazgo continental y mundial de esa gesta ambiental de vida o muerte. Por primera vez podríamos tener una política exterior que rompa con nuestra tradicional ubicación en el vagón de cola y nos ponga al frente de la historia. Para ello es clave que gane Lula en octubre, pues la cuenca amazónica es el epicentro de esta política y se necesitará la llave Petro – Lula para jugar ese rol.
En la escala nacional se trata de dejar atrás la premodernidad en todo sentido: en las estructuras socioeconómicas, en la cultura política y en la institucionalidad. Como hemos sustentado en anteriores columnas (ver por ejemplo ésta) se trata de pasar de un capitalismo rentista, especulativo, extractivista y excluyente a un capitalismo productivo, innovador e incluyente, lo que sólo es posible con ciencia y tecnología, pues la globalización nos obliga a ser competitivos. Y la competitividad deseable no es la de los bajos salarios ni la de extracción de materias primas, sino la del valor agregado, la intensiva en conocimiento, la del empleo calificado, la de la innovación que permite el mejoramiento continuo o disruptivo en la productividad. Como eso lleva su tiempo, el proteccionismo inteligente es necesario al principio para recuperar el aparato productivo.
El Cambio que llega, viene lleno de oportunidades de negocio. Los inversionistas temerosos son los apoltronados, los acostumbrados al tráfico de influencias, al “usted no sabe quién soy yo”, la coima y la información privilegiada. El sector financiero tendrá que aprender a ganar menos. El cómodo rentismo tendrá que ser desincentivado por las políticas económicas, como es el caso de la tierra improductiva.
En el tiempo del cambio se necesita un capitalista de nuevo tipo, del estilo de Steve Jobs, no de Carlos Slim. Una nueva generación de inversionistas con mentalidad moderna, con una visión de negocios que definitivamente rompa con modelos mentales acendrados en la tradición colombiana que nos ha condenado a la riqueza fácil de una élite no competitiva que reina en una sociedad atrasada de mayorías empobrecidas.