Por RODNEY CASTRO GULLO
Hace unos días escuchaba al ex ministro de Salud Alejandro Gaviria, quien avizoraba que la cura contra el coronavirus podría demorar unos 18 meses en estar lista, y que la posibilidad de contagio que tenemos en nuestro país supera el 50%. Esto se traduce en que vivir con cero riesgos es “misión imposible”.
Confinamiento, hambre, y zozobra son palabras asociadas al impacto de la pandemia. A su vez, el virus ha desnudado una realidad social que conocíamos pero nadie parecía advertir. Me refiero a la deuda histórica que tenemos con la inversión social, que permita aliviar la necesidad de acudir al “rebusque” por parte de la gran mayoría de la población para poder subsistir. Sumado a lo anterior, como agravantes, están la falta de cultura ciudadana que no permite que todo engrane, el contundente impacto del desempleo, el precario sistema de salud, lo atrasados que estamos en materia educativa y el escaso valor que tiene lo medioambiental.
Además, la pandemia nos puso a dudar de la legitimidad que da el pueblo con su voto limpio y libre a quienes detentan el poder. La autoridad, el liderazgo del gobernante se desdibuja en épocas de crisis. Más cuando no es legítimo, porque no hay credibilidad. ¿Como puedo creer en el que me compró el voto, cuando el silogismo traduce que si llega al poder es para robar? Este aprieto lo padecen alcaldes y gobernadores en gran parte del territorio colombiano.
Este mundo antes estaba en demasía convulsionado, cada vez teníamos menos tiempo para la familia y para nosotros mismos, nos habíamos convertido en entes autómatas. Hoy, en medio del encierro obligado por la cuarentena, le dedicamos tiempo a lo esencial, a nuestros vínculos más sólidos. Eso de algún modo nos fortalece.
Y aunque también el virus ha servido para que la tecnología termine por abarcarlo todo, lo cierto es que al Covid-19 también debemos agradecerle que finalmente la tierra haya respirado. Una economía diversificada y descarbonizada debe ser la ruta para vivir en un mejor planeta. Sea como fuere, hoy gastaríamos lo que no tenemos por un antídoto que permita superar esta mala hora.
Ahora bien, ¿disponemos de recursos para ciencia, investigación, y tecnología? ¡Pamplinas! Diseñar las estrategias para convivir con el virus es lo más complejo, partiendo de que tenemos una red hospitalaria insuficiente para atender una demanda mayor, y que nuestro pueblo no se distingue precisamente por respetar y valorar a nuestros gobernantes.
En todo caso, recluir a la gente en sus casas es la vía del menor esfuerzo, lo más fácil; pareciera que el hambre y las otras afecciones a la salud que sobrevienen del encierro se consideraran algo menos grave. Todos sabemos que una estrategia de asistencialismo puro requiere de una logística que siempre será imperfecta y por demás insostenible económicamente en el tiempo. No obstante, hoy todo se limita a un “si sales, atente a las consecuencias”. Con ello de paso atropellan las libertades individuales y la autonomía que tanto pregona nuestra Constitución política.
Por lo pronto sigamos atentos a las directrices de nuestras autoridades -ni modo, toca acatarlas-, pero a nuestros gobernantes debemos pedirles que no desfallezcan. Entendemos que nadie estaba preparado para algo así, aunque lo peor que pueden hacer es creer que se las saben todas: pidan ayuda, convoquen a expertos, hagan equipo, incluyan la participación ciudadana. Entre todos, sin arrogancias y con “humildad democrática”, podremos salir adelante.