—Sería de esperarse que en un gobierno “del cambio” los desfiles y los discursos no fueran los de siempre, de guerra, “veintejulieros” —clamó el profesor Bernardino, refiriéndose a las actividades de la semana pasada—. Que no sea más una demostración del gasto militar inútil, de armamento pesado y de aviones de combate; de declaraciones de soberanía territorial, retórica altisonante y anticuada o de asambleas de estudiantes. Más bien, debería aprovecharse la experiencia y cambiar el perfil: sin épica, sin desfiles ni discursos de guerra y soberanía; con las alegrías de la gente común, las expresiones de regiones, culturas y lenguas; con estudiantes, obreros y campesinos; mujeres y niños tranquilos en los parques y en las plazas; bañistas en ríos limpios; canciones y conciertos sin altavoces; mesas que ofrecen los alimentos para las visitas; con los “performances” que vimos con los Acuerdos de Paz; museos de la memoria abiertos; periódicos con poemas y literatura. ¿Qué será lo importante? Un gobierno tiene que tener unas prioridades. Algo que lo define. “El cambio” es humo de tusa. ¿El cambio en qué?
—Hay que cambiar lo planteado en doscientos años, y este gobierno lleva uno —contesté, en procura de tranquilizar al profesor Bernardino, bastante irritado, por cierto—.
—Todos los presidentes tienen que gobernar —continuó el profesor Bernardino—, y tratar de cumplir unas promesas de campaña. Y administrar. Pero uno tiene que saber, o reconocer, algo que distingue a un mandatario: el de 2002 a 2010; el de 2010 a 2018; y, después, la banalidad del mal hasta 2022, y continuación de 2010. ¿Y este qué? Y que no se vaya a quedar después de 2026. Que implemente algo de los Acuerdos de Paz, pero que se vea. Lo de la paz total es una entelequia. Y que paren la matadera de gente. ¡Pero ya! Más que cumplir todo lo que sueña y alardea, que es imposible, que defina prioridades.
—Pues yo me conformaría al menos con que este gobierno no deje a la gente esperando como boba y nunca llegue a la cita —interrumpió Osquítar—. Fíjense ustedes que el viernes la gente acudió a borbollones en Bucaramanga, pero el presidente Petro no apareció, y dejó a todo mundo con los crespos hechos.
—Yo entiendo su molestia, Osquítar —contestó el ilustre profesor Gregorio Montebell—, porque a nadie le gusta que lo dejen esperando, especialmente si no hay una satisfacción a cambio de esa molestia; como cuando hay cita en la FCV y el cardiólogo lo hace esperar a uno hasta que se calientan los cachetes, pero después el servicio y las atenciones compensan la espera y la rabieta, porque el propósito de ellos es “tururear” a cada paciente, y eso compensa. Así también (y, le repito, entiendo su molestia) que lo pongan a esperar a uno por la visita del presidente, pues es incómodo, y en eso fallan él y sus chaperones de protocolo, porque el tiempo del presidente es tan valioso como el del rey Pipino el Breve o el de cualquier ser humano; si está tan ocupado, pues no se comprometa; y si se compromete, pues cumpla. Pero hay dos detalles que le sugiero para que se sienta compensado, o cuando menos para que lo considere: por un lado (aunque no sea cómodo y satisfactorio), la agenda siguió su curso; por el otro, esperemos a que termine este gobierno y podamos sopesar si cumplió con lo verdaderamente importante.
@PunoArdila
(Ampliado de Vanguardia)