Por GERMÁN AYALA OSORIO
Con la firma del Acuerdo entre el Estado y las Farc el país soñó momentáneamente con la posibilidad de que la anhelada paz se posara en los territorios golpeados por la guerra interna. Pero no fue así.
Al permear el discurso de la paz a las Fuerzas Militares, estas entraron en una fractura interna entre quienes de tiempo atrás les sirven a los Señores de la Guerra locales y extranjeros, y aquellos que asumieron con dignidad que era imposible derrotar militarmente a las guerrillas.
Aunque se podría pensar que el deterioro actual del orden público se soporta en la división interna generada dentro del Ejército por la firma del fin del conflicto armado, lo cierto es que esa circunstancia está asociada al interés político y militar de revivir las dinámicas del conflicto armado. Para ello, se requiere que las disidencias de las Farc crezcan en número y control territorial. Lo mismo se espera del ELN. Según Ávila, “las disidencias de las Farc pasaron de operar en 2018 en 56 municipios a 127 en la actualidad. El Eln pasó de 99 a 167 municipios y el Clan del Golfo opera en más de 200 municipios. Un deterioro acelerado que se ha producido en los casi tres años de la administración Duque”.
Es decir, la inacción del Ejército en sectores históricamente asumidos como zonas rojas, como el Cauca, obedece a una estrategia político-militar de los Señores de la Guerra (empresarios del campo, empresas mineras, políticos, hacendados y latifundistas), interesados en que Colombia jamás supere el conflicto armado interno.
En esa misma línea, la actual cúpula militar está jugando electoralmente para las toldas del uribismo: a mayor sensación de miedo e inseguridad en el país, el electorado votará en 2022 por el candidato que ofrezca seguridad, es decir, bala. Y ojalá en la perspectiva, principios y alcances de la Seguridad Democrática (2002-2010). A pesar del deterioro de la imagen del Álvaro Uribe, los militares confían en que de la Alianza Verde, de la Coalición de la Esperanza o quizá del insepulto Partido Conservador salga algún candidato capaz de conectarse con los intereses económicos y políticos del sector castrense interesado en perpetuar la guerra.
Lo que buscan los militares troperos afectos al mando del general Zapateiro es consolidar la idea de que la paz de La Habana no solo es un fracaso, sino que la única opción es insistir en el enfrentamiento armado.
De esa forma, se garantizan los intereses económicos de quienes ven en el desplazamiento forzado y en el deterioro de las condiciones de vida las condiciones ideales para adelantar inversiones en minería (legal e ilegal), ganadería extensiva, o en la instalación del modelo de la gran plantación para la producción de agrocombustibles.
El gran equívoco de quienes creen en que es posible superar el conflicto interno, estuvo en que no dimensionaron que la guerra es mejor negocio que la paz. Por ello, la paz en Colombia seguirá siendo un asunto de gobiernos, mientras que la guerra continuará asumiéndose como un asunto de Estado. Lo anterior explica por qué Iván Duque, siguiendo instrucciones de Uribe Vélez, asumió como un asunto menor el proceso de implementación del Acuerdo de Paz de La Habana, y como un asunto de Seguridad Nacional la operación de unas acéfalas disidencias farianas y la sempiterna lucha de un ELN fracturado. Así entonces, desde la Casa de Nariño y el Cantón Norte se escucha gritar: ¡la guerra debe continuar!